Periodista en Alepo, entre hambre y miedo
Karam Al-Masri, corresponsal de AFP en la parte rebelde de Alepo, ha vivido en los últimos cinco años una desgracia tras otra: la cárcel del régimen y la del grupo EI, la muerte de sus padres en un ataque aéreo, el asedio de su ciudad, el infierno de las bombas y ahora también el hambre.
Pese a esta serie de adversidades, el periodista, fotógrafo y videasta sigue contando el día a día de esta ciudad devastada por una guerra sin piedad. Lo que sigue es su testimonio, acompañado de la historia de su colaboración con la AFP contada por la periodista Rana Moussaoui.
ALEPO (Siria) - "Cuando estalló la revuelta en Siria en 2011 yo tenía casi 20 años. Dos o tres meses más tarde fui arrestado por el servicio de inteligencia política del régimen. Estuve todo un mes en la cárcel, incluyendo una semana en aislamiento total en una celda de un metro cuadrado. Fue horrible pero me liberaron durante una amnistía en 2011. Al principio de la revuelta, había manifestaciones pacíficas. Ningún bombardeo. Sólo el miedo a ser detenido y a los francotiradores en la calle.
Al año siguiente, en julio de 2012, Alepo quedó dividida en dos: el sector este, en manos de los rebeldes, y el sector oeste, controlado por el régimen. En noviembre de 2013, con 22 años, fui secuestrado por Dáesh (acrónimo árabe del grupo yihadista Estado Islámico, EI). Estaba en una ambulancia con mis amigos, un socorrista y un fotógrafo. Los tres fuimos conducidos a un lugar desconocido. Era peor que en las cárceles del régimen. Fue muy, muy duro.
El fotógrafo y yo salimos seis meses más tarde, gracias a una 'amnistía', pero nuestro compañero, el rescatista, tuvo menos suerte. Fue decapitado tras 55 días de detención. Lo grabaron y nos mostraron el video: 'Mirad a vuestro amigo, es lo que pronto os pasará a vosotros'. Consiguieron aterrorizarnos. Estuve muy angustiado durante todo mi arresto, pensando 'mañana me tocará a mí, pasado mañana me tocará a mí'.
Me acuerdo todavía de cada detalle. Los 165 días que estuve en la cárcel de Dáesh están grabados en mi memoria. Durante los primeros 45 días nos daban comida cada tres días. Cada comida consistía en media porción de pan árabe, tres aceitunas o un huevo. No recuerdo haber visto a un solo shabbih (miliciano del régimen). Los que estaban conmigo eran rebeldes, militantes, periodistas.
Fui torturado en las dos cárceles. Fue peor con el régimen porque querían que confesara para quién trabajaba. Con Dáesh, la acusación estaba establecida desde el principio: tenía una cámara y era por tanto un 'infiel' para ellos, así que no necesitaban interrogarme.
Perdí a mi familia a principios de 2014, cuando todavía era prisionero de Dáesh. Lanzaron un barril de explosivos contra nuestro edificio, que se derrumbó. Todos los vecinos murieron, también mis padres. No lo supe hasta que salí de la cárcel. Mis amigos intentaron disuadirme de ir a mi casa y luego me explicaron lo ocurrido. Durante un mes me sentí completamente desesperado. No sólo no supe nada sobre mis padres durante el tiempo que pasé en la cárcel, sino que cuando salí ya no estaban. Estuvieron esperando tener noticias mías y al final, no pudieron alegrarse de mi liberación.
En 2016, la ciudad fue sitiada, tenía 25 años. Para mí, fue bastante menos doloroso que la cárcel o la pérdida de mis padres.
Antes de la revuelta, mi vida era muy simple. Estudiaba derecho en la Universidad de Alepo. Soy hijo único. Lo perdí todo, mi familia, mi universidad. Lo que echo más de menos es a mi familia, mi padre, mi madre. Sobre todo a ella. Me acuerdo de ella todos los días, la veo en mis sueños. Hasta el día de hoy, sufro por haberla perdido. Vivo solo, no tengo a nadie. He perdido a la mayoría de mis amigos, que están muertos o en el exilio.
Mi existencia desde el inicio de los bombardeos de Alepo se resume en tratar de seguir vivo. Es como si estuviera en una jungla en la que tengo que sobrevivir hasta el día siguiente. Huir de los bombardeos, de los barriles. Cuando los aviones se acercan, intento refugiarme en otro edificio. Cuando hay disparos de artillería, bajo a los pisos inferiores. Es una huida constante.
Antes del asedio, para alimentarme, iba a los sitios de comida rápida. Ahora, todo está cerrado. No sé cocinar. Hay días en que como una sola vez; otros, nada. Recorro el este de Alepo, barrio por barrio, y sólo encuentro una lata de conservas. Antes del bloqueo, estaba todo el día fuera buscando temas para grabar. Con el asedio, tengo mucha hambre. Esto me debilita y me quedo más tiempo en casa.
La idea de convertirme en videasta surgió en 2012. Durante las manifestaciones grababa con mi teléfono móvil y lo difundía en internet con el objetivo de mostrar que se trataba realmente de una revuelta, que no eran, como pretendía el régimen, solo una decena de 'terroristas'. Había gente que no quería más este régimen, quería libertad, democracia, justicia. En 2013 empecé a trabajar como videoperiodista independiente para la AFP y paulatinamente mi nivel fue mejorando. Me fijaba en los reportajes de las cadenas extranjeras, en la manera cómo estaban filmados, en sus ángulos, e intentaba hacer lo mismo.
Nunca pensé que me convertiría en reportero pero, con el tiempo, me gustó esta profesión. Siento un profundo respeto por el periodismo y soy honesto ejerciéndolo. Aunque simpatice con la oposición y viva en una zona de la oposición, e incluso haya participado en manifestaciones contra el régimen, cuando grabo evito ser subjetivo y tomar partido por la oposición. Si ésta comete un error, lo digo.
Creo que este trabajo es sagrado. Soy muy prudente: si hay una duda o algo no parece real, no lo filmo.
Trabajar con periodistas que viven en el extranjero o fuera de la zona sitiada es como mi ventana para hacer llegar el mensaje al mundo exterior.
Las masacres y los bombardeos se han convertido en algo habitual, así como las imágenes de niños entre los escombros, los heridos y los cuerpos despedazados. Me he acostumbrado, ya no es como antes. A finales de 2012, en la primera matanza, cuando vi a un hombre con una pierna arrancada, me sentí mal y me desmayé al ver la sangre. Era la primera vez. Ahora es algo habitual para mí. Pero lo más duro es volver a ver la casa de mi familia. Hasta ahora no he tenido la fuerza para ir. Desde 2014 es la única zona de Alepo que prefiero evitar, no podría soportarlo. Eso reavivaría mis recuerdos. Me dijeron que el edificio se derrumbó”.
Karam Al-Masri
“¿ Qué hay de nuevo, Karam ?”
Por Rana MOUSSAOUI
BEIRUT - Al escuchar a diario la voz de Karam, es imposible de creer que este joven, siempre con el mismo buen humor, haya vivido tantos horrores en cinco años. Su voz es pausada, nunca entra en pánico, ni siquiera cuando bombardean el edificio en el que se encuentra. La guerra le robó todo, salvo su pasión por informar y su sentido del humor.
En 2013 comenzó a sacar fotos para la AFP, luego el servicio de vídeo se interesó por él. "Teníamos que encontrar un nuevo free lance en Alepo", recuerda Quentin Leboucher, el coordinador de AFP TV para la región. "Karam había trabajado para el servicio de fotografía y nos contactó. Nos propuso un primer tema sobre los baños de Alepo. Quedé inmediatamente impactado por la precisión de su trabajo. Cuando contratamos periodistas free lance, les enviamos un manual para explicarle el formato de AFP TV. Karam siguió todas las recomendaciones al pie de la letra. Sus imágenes no necesitaban ni siquiera ser editadas".
"Entonces, le pedimos más", añade Quentin: "Karam nos propuso un tema sobre un viejo que había elegido quedarse en Alepo a pesar de la guerra, para cuidar su colección de coches. Todo estaba allí. Nos dio todo lo que necesitábamos para contar su historia. Las imágenes eran desgarradoras. Guardo en mi memoria una secuencia de ese viejo que escucha un disco en un gramófono: enseguida tomamos conciencia de la calidad de su trabajo y de su potencial. Se convirtió en nuestro primer colaborador en Alepo".
Otros dos fotógrafos que trabajan para la AFP, Thaer Mohammed y Ameer Al Halbi, se encuentran en la misma situación que Karam.
Desde 2012 la oficina de la AFP en Beirut brinda la cobertura del conflicto en Siria. Y desde febrero de 2016 hemos "convivido" casi a diario con Karam.
Comenzó suministrándonos noticias breves. Luego, impresionados por su rapidez, su rigor y su precisión, le empezamos a pedir una cobertura completa.
Una tregua en febrero le dio la oportunidad de hacer crónicas sobre los habitantes de Alepo desconcertados durante el primer día del alto el fuego tras años de bombardeos: los médicos y los socorristas aprovechando el momento de tranquilidad, los rebeldes que aprovechan el cese de las hostilidades para dedicarse a los videojuegos o a hacer compras, y los taxistas que expresan su esperanza de volver a trabajar.
Pero su Alepo también es una ciudad que "se muere de sed" tras la destrucción de las centrales de distribución de agua, una ciudad en la que ya no quedan ventanas en pie como consecuencia de los bombardeos. Ese tema fue la oportunidad para un reportaje firmado por él y por un periodista que vive del otro lado de la ciudad dividida.
Tras el sitio impuesto en julio, sus temas se orientan hacia la agonía y las penurias que llevan a la gente a alimentarse solamente con hojas verdes y berenjenas, cultivadas allí, o sobre la búsqueda de combustibles alternativos. En una nueva tregua, también abortada, describió en un reportaje a niños que salieron a las calles para disfrutar del aire libre y jugar en columpios caseros.
El medio de comunicación preferido por Karam es WhatsApp, por su rapidez y eficacia. Creamos un grupo de WhatsApp titulado "Alepo con Karam" que usamos para comunicarnos con él, tal como hacemos con otros corresponsales en Siria.
Las conversaciones con él se multiplican a lo largo de la jornada y se extienden hasta la noche.
Comienzan invariablemente hacia las 08H00 con el mensaje: "Karam ya Karam, ¿cómo estás? ¿Qué hay de nuevo?". No sólo queremos saber sobre la situación en el terreno, también queremos saber de él: "¿Cómo estás? ¿Dónde estás?".
A Karam le encanta usar los emoticonos para expresarse. Con su ciudad sitiada y bajo el infierno de los bombardeos, son generalmente tristes. Cada vez que un obús cae en su barrio, nos informa y añade un emoticono pálido de miedo o cubierto de sudor. "Los barriles de explosivos caen como la lluvia", dice, o "un obús acaba de caer cerca de mi casa".
Cuando el asedio fue brevemente roto por los rebeldes a principios de agosto de 2016, nos mandó un mensaje "me comí una pizza" acompañado claro está, de un emoticono sacando la lengua.
Pero desde que el sitio fue reinstalado inmediatamente después, nos responde invariablemente que está buscando "algo para comer". "¿Tienen alguna noticia sobre la ayuda? ¿Dónde está ese convoy?", pregunta, esperanzado de que tengamos nueva información de la ONU. Un día nuestra compañera anglófona Maya le preguntó si había tomado su café esa mañana y el respondió: "no hay café desde hace un mes".
Mientras tantos nosotros tomábamos, cargados de culpa, grandes tazas de café americano o café con leche, disponibles en cualquier momento del día.
Su perfil de WhatsApp casi siempre tiene una frase. Pero esta no ha variado durante el sitio: "El olor del hambre da miedo".
Karam confió recientemente a nuestro compañero áraboparlante Rouba que su plato preferido son las patatas fritas, pero que incluso se ha "olvidado a qué se parece una patata". Sueña con poder comer otra vez kiwis y cerezas.
"Ahora peso 58 kilos, antes del sitio pesaba 67, hace dos meses", se lamentaba bromeando. "Me he acostumbrado a comer perejil. Me gusta ahora. Mi gato Nanuche es como yo, hace dieta y también ha perdido peso".
Refiriéndose a la falta de combustible, dijo una vez que las dos bombonas que tenía, valían "una fortuna". Y bromeó: "Espero recibir muchas ofertas para venderlas".
"Me rompe el corazón cuando uno le pide que cubra algo y nos dice que tiene hambre. Es lo más difícil", lamenta Layal, otro periodista de lengua árabe.
Después de que fracasara el 19 de setiembre la última tregua negociada por Moscú y Washington, el cielo de Alepo ardió literalmente con los incesantes bombardeos de los aviones del régimen sirio y rusos. Y los mensajes de Karam se volvieron cada vez más sombríos.
Miércoles 21 de septiembre
"Los bombardeos son tan violentos que el cielo está iluminado como si hubiera fuegos artificiales", nos escribe.
"Estoy escondido en un pasillo"
"“Me escondo en una de las habitaciones".
Jueves 22 de septiembre
"Estamos rodeados por la muerte"
"No hay escapatoria"
"¿Dónde puedo esconderme?"
"Alepo arde, ya no tengo ni puerta, ni ventana, los edificios arden alrededor mío".
Nos envía imágenes de incendios filmados con su teléfono móvil. Sus emoticonos tienen lágrimas.
Pero el sentido del humor de Karam se impone horas más tarde. A Maya, que le pregunta "¿qué vas a hacer hoy?", le responde con una carita feliz: "Arreglar mis puertas y ventanas".
Viernes 23 de septiembre
"No he podido cerrar ojo. El olor de la pólvora es avasallador, no puedo respirar".
"¿Adónde voy a ir? A ninguna parte. Uno espera la muerte, su turno".
"Es la primera vez que veo tanta destrucción. Lo que pasa ahora es el equivalente de todos los bombardeos de los últimos tres años", me dice por teléfono.
Karam ha sido premiado en dos ocasiones por sus fotos para la AFP, pero sigue siendo un hombre humilde y considerado. Se disculpa cuando no tiene conexión a internet o si su batería se ha descargado, a causa de los reiterados cortes de electricidad.
Nuestra compañera anglófona Sara confiesa que se siente impotente cuando le pregunta a Karam cómo está, en medio de ese horror. "Todo lo que uno dice parece fuera de lugar", confiesa.
La semana pasada descubrió con alegría un reportaje realizado por uno de nuestros periodistas en la parte de Alepo controlada por el gobierno, sobre un mono llamado Said, que ha sido la gran atracción de la ciudad durante cerca de 25 años en un zoológico improvisado.
"Me acuerdo de ese mono cuando yo tenía cinco años. Tenemos la misma edad", bromeó. "¡Pero él ha envejecido, yo todavía soy joven!".
(Esta nota fue escrita con las contribuciones de los periodistas de la AFP en Beirut y de la sede regional de la agencia en Medio Oriente y Norte de Africa, en Nicosia).