"Si no vamos, ¿cuántos van a morir?"

(Durante una semana, en mayo de 2016, la periodista de la AFP en Roma Fanny Carrier estuvo a bordo del Aquarius, embarcación que participa en las operaciones de rescate de migrantes en la costa Libia. Esta es la primera entrega de una serie de tres relatos).

 

EN EL MAR MEDITERRÁNEO - El Aquarius tiene una cita… no se sabe exactamente con quién, ni cuándo. Solo se sabe vagamente dónde: una zona que cubre más o menos la misma distancia que entre Nantes y la punta de Bretaña. En una vida anterior, este gran barco anaranjado trabajó para los guardacostas alemanes y luego se erigió con grúas amarillas para lanzarse en la exploración petrolífera, de Nigeria al Ártico. Pero desde febrero, la joven asociación SOS Mediterráneo le confió una misión particular: salvar vidas.

Lentamente, la embarcación deja Trapani, su puerto de anclaje al noroeste de Sicilia, y bordea la gran isla italiana antes de enfilar rumbo al sur, en dirección a Trípoli. Lo menos que podríamos decir es que el reportaje comienza bien para el videorreportero Giovanni Grezzi, el fotógrafo Gabriel Bouys y yo: el capitán ha previsto una barbacoa en la cubierta. El jefe filipino se ocupa de asar, los marinos ghaneanos se encargan de la música, el sol del atardecer lo envuelve todo con una luz dorada.    

Es el momento de conocer los tres equipos presentes a bordo: los seis socorristas de SOS Mediterráneo, encargados de sacar a los migrantes del agua; los seis médicos y logísticos de Médicos sin Fronteras (MSF), que acogen y ofrecen los primeros cuidados a los migrantes a bordo, y la decena de marineros de tripulación, que deben hacer funcionar la embarcación. Los primeros son gente de mar que no tienen experiencia particular en rescates pero quieren ofrecer su tiempo. Un antiguo capitán reconvertido en consultor, un capitán actual en vacaciones, un joven oficial de la marina mercante con tiempo disponible, un instructor de buceo que ya pasó varios meses en Lesbos, una aventurera del mar…

El Aquarius (AFP / Gabriel Bouys)

Por el contrario, la mayoría de los de MSF no ha puesto los pies nunca en un barco, pero acumulan una vasta experiencia de todos los rincones más duros del planeta. Hay que insistirles un poco para que hablen, pero sus recuerdos van de Nepal a Sudán pasando por los enfermos de Ébola.

Los que más me impresiona son los marineros de la tripulación: ghaneses siempre de buen humor, rusos y ucranianos taciturnos, un griego inquieto de ver a bordo a todos esos novatos que solo piensan en ponerse sus auriculares y sus calzados de protección en la cubierta. Alquilados con el barco, ellos no escogieron esta misión. 

Si dar ayuda a un barco en peligro es una obligación moral y legal en el mar, la ayuda a los migrantes no forma parte de la cultura de la marina mercante. Los gigantes de los mares están rara vez equipados para intervenir, una salida de ruta representa siempre una pérdida de tiempo y dinero para la compañía, y los marinos temen las infecciones que los migrantes adquirieron a lo largo de su periplo. La desconfianza, es decir la hostilidad de la tripulación, ha representado en ocasiones un desafío en otras embarcaciones humanitarias. Pero a bordo del Aquarius, todo el mundo se une.

A la mañana siguiente, subo a cubierta a hablar con el capitán, Alexander Moroz, un bielorruso de 45 años y de estilo socarrón. Navega desde los 15 años y trabaja desde 2009 para Kempel, la firma propietaria del Aquarius. Alterna todo el año dos o tres meses en altamar y tres meses en su casa, a 80 kilómetros de Minsk, donde su esposa tiene una empresa y su hijo de 24 años termina estudios de arquitectura. Dirigió barcos de carga de todos los tamaños y embarcaciones de investigación científica, entre ellos el Aquarius. Contrario al resto de la tripulación, pidió participar en esta misión. “Tal vez porque llegó la hora de hacer algo bueno”, lanza en su inglés de marcado acento eslavo.

El capitán Alex (AFP / Gabriel Bouys)

Mientras hablamos, los distintos sistemas de alerta se activan. Un barco que salió de Egipto con unas 500 personas a bordo es ubicado al sur de la región de Apulia. Cerca de Al Zawayah, al oeste de Trípoli, el Bourbon Argos, otra embarcación humanitaria fletada por MSF, asiste a un navío militar irlandés en el rescate de un barco de pesca con cientos de personas a bordo. Al este de Trípoli, el Dignity, último de los barcos de MSF, socorre a tres botes neumáticos también sobrecargados. Veinte minutos más tarde suena una pequeña sirena: los guardacostas italianos, que coordinan los socorros en la zona desde un pequeño escritorio en Roma, señalan cuatro botes neumáticos en una vasta zona al norte de Trípoli.

Poco menos de una hora después, escuchamos al capitán del Bourbon Argos en la radio: están socorriendo a un bote y tres más esperan en su campo de visión. Al final de la jornada, los guardacostas contarán más de 2.000 personas salvadas. Bienvenidos al Mediterráneo en 2016…

El Aquarius está aún a más de doce horas de navegación de la zona de socorros, no intervendrá hoy. A bordo, todo el mundo se dedica a poner orden y dar consignas. Una buena parte de los equipos acaba de llegar para una o dos rotaciones de tres semanas, y hay que familiarizarse con las operaciones que vendrán pero también con los pasillos estrechos, las pequeñas escaleras empinadas, los múltiples obstáculos en las cubiertas… y el ligero balanceo.

Al principio de la tarde,  el barco se toma incluso el tiempo de detenerse para una sesión de ejercicios en pleno mar con los dos botes. El primero está encargado de hacer los viajes para traer los migrantes al Aquarius, mientras que el segundo debe quedarse alrededor del bote socorrido para intentar hacer mantener la calma entre aquellos que deben esperar.

Fotografiado por la marina italiana, el naufragio de un barco de migrantes con sobrecupo cerca de Libia el 25 de mayo de 2016, en el cual 7 personas perecieron (AFP / Marina Militare)

Es siempre una difícil tarea. Saliendo en general de noche, los migrantes son socorridos en la jornada, luego de solamente ocho o diez horas en el mar. Pero debilitados por sus terribles condiciones de vida en Libia, mojados, congelados, deshidratados, a veces asfixiados por el humo del motor, quemados por restos de carburantes, algunos ni siquiera llegan a sobrevivir.

Y a eso se suma el pánico al mar. “La mayoría de ellos no sabe nadar. El mar es para ellos como la lava para nosotros. Aquello que cae al agua no sobrevive”, explica Antoine, uno de los socorristas.

Todo el mundo está tranquilo durante el ejercicio, la comunicación es delicada, los movimientos aún no salen a la perfección. Pero al cabo de algunas horas, hay que subir, ordenar los botes, retomar la ruta y cruzar los dedos para que todo salga bien mañana.

Antoine Laurent, uno de los socorristas de SOS Méditerranée en el Aquarius (AFP / Gabriel Bouys)

Al atardecer, la tripulación bloquea todos los accesos a la cubierta, como medida de seguridad ahora que nos acercamos a Libia. Hace algunas semanas, hombres armados subieron a la fuerza a bordo de un navío alemán, el Sea-Watch, que patrulla la zona para detectar las embarcaciones artesanales y asistirlas, pero que no es lo suficientemente grande como para acoger migrantes a bordo. Los agresores salieron rápido, pero desde entonces se establecieron una serie de medidas de seguridad. Los barcos están cerrados de noche, y para cada operación de socorro a menos de 20 millas náuticas de la costa libia, es imprescindible una escolta militar.


Hay que decir que los navíos militares son numerosos en la zona: la operación italiana Mare Sicuro, encargada justamente de garantizar la seguridad de los socorristas, pescadores y plataformas petroleras en la zona; la operación Sophie, dirigida por la Unión Europea para intentar, hasta ahora sin éxito, luchar contra los traficantes de personas, y la operación Triton, de la agencia europea de control de fronteras, Frontex. Todo ello moviliza en total más de una quincena de navíos, pero también aviones de reconocimiento —esenciales para avistar los botes— y helicópteros.

(AFP / Gabriel Bouys)

Evidentemente, está totalmente prohibido aproximarse a aguas libias, a menos de 12 millas náuticas de las costas. Captain Alex cuenta que el Aquarius había visto un día un bote de migrantes en dificultad al otro lado de la línea. La armada humanitaria no podía hacer nada y varios barcos de pesca libios pasaron sin intervenir. Fue finalmente un petrolero con ruta a Trípoli, y que tenía por ende autorización de entrar en aguas libias, el que fue por los migrantes, antes de volver a aguas internacionales para entregarlos a un navío militar italiano.

Esta  primera noche tengo problemas para dormir. Veo delante de nosotros, aún a lo lejos, la costa de Libia. Es posible que en este mismo momento los pasantes estén sacando a los futuros huéspedes del Aquarius del cuchitril en el que los han mantenidos desde hace días, semanas, meses, para conducirlos a una orilla donde los esperan algunos botes inflables apenas más sólidos que juguetes de playa. Los que dudan son golpeados o asesinados, y los botes se internan en la noche. 

A bordo del Aquarius (AFP / Gabriel Bouys)

¿Partirían si no tuvieran la casi certeza de ser rápidamente socorridos?

En la primavera pasada, cuando ya Italia había puesto fin desde noviembre a su vasta operación de rescate Mare Nostrum, hubo tantas salidas como el año pasado en la misma época. Pero muchos más muertos. No muy lejos de aquí, la marina italiana intenta traer a la superficie los restos de un bote pescador que naufragó una noche de abril de 2015, con hasta 800 personas a bordo. Desde aquel drama, el dispositivo de socorro se reforzó hasta convertirse en una verdadera armada.

Pero ¿no es el Aquarius cómplice de esos pasantes al facilitarles el trabajo?

Antes, las embarcaciones artesanales salían menos cargadas, con agua, víveres, carburante y el objetivo de llegar a Sicilia o las islas italianas en el camino. Pero de un tiempo para acá, no tienen sino que llegar a aguas internacionales y pedir socorro. Los traficantes pueden entonces reemplazar las reservas por un teléfono satelital y cargar aún más los botes. Pero para Captain Alex, el debate está zanjado: “La única pregunta es: si no vamos, ¿cuántos van a morir?”

(A continuación: “Aquí está la vida, ahí ya no éramos más humanos”)

(AFP / Gabriel Bouys)
Fanny Carrier