Sueños y pesadillas de los refugiados frente al mar
BODRUM, Turquía, 4 de septiembre de 2015 - Normalmente en verano Bodrum es conocido como un destino chic al que van celebridades turcas y estambuleños adinerados, con sus discotecas de lujo y sus arenas doradas, que le han hecho ganarse el apodo de "el Saint Tropez turco".
Pero este año, en pleno apogeo de la temporada veraniega, la península de Bodrum es punto de partida para los refugiados que hacen el viaje en precarias embarcaciones o botes de goma desde Turquía a la UE y a la isla griega de Kos, tentadoramente visibles hacia el sur.
Algunos se lanzan a Grecia para tener la oportunidad de forjar una nueva vida en la Unión Europea. Pero para otros, el glamoroso balneario se convierte en una trampa de la que no pueden escapar. Y algunos de ellos no logran salir de allí con vida.
Los peligros se revelaron al mundo como nunca antes al difundirse la semana pasada una fotografía del cadáver de un niño sirio de tres años en la orilla de una playa de Bodrum.
El niño y su hermano de cinco años fueron víctimas de la última tragedia en el mar Egeo, cuando el bote en el que viajaban junto a varios residentes de la ciudad siria de Kobane se hundió.
Se siente la tensión en el aire. Es difícil informar. Más allá de las dificultades con el idioma, los refugiados tienen miedo y no quieren hablar.
Ellos no están viajando en esos botes abiertos por su propia cuenta, sino bajo el control de los traficantes de personas, a los que pagan más de mil dólares por cabeza para organizar la operación.
Esperan con ansiedad la llamada telefónica de los contrabandistas en la que les dirán que es hora de partir, y tienen miedo de que hablar con la prensa ponga en peligro su sueño.
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Los parques, bazares, playas de Bodrum están llenos de sirios. En el centro, están concentrados en la zona de albergues, parques públicos o en el jardín del ayuntamiento de la ciudad, cerca de la terminal de autobuses.
Vi unos cien sirios viviendo en un parque tirados sobre colchones o cajas de cartón. Hatim, de 30 años y que huyó de Raqa, estaba entre ellos. "Esta es nuestra casa. Dormimos aquí. No hay bombas como en Siria", dijo. "Iré a Europa para encontrar un trabajo."
Llevan consigo lo imprescindible para conseguir su ambición de una nueva vida: chalecos salvavidas baratos, bolsas de nylon con pan...
Pero los traficantes les exigen llevar lo menos posible para meter a más personas en el barco.
Sus objetos más importantes son los teléfonos móviles, que llevan colgados al cuello en bolsas a prueba de agua, y dinero, escondido en su ropa interior.
Hay una serie de tiendas que venden chalecos salvavidas, con precios que oscilan entre 40 y 100 liras (13,5 y 34 dólares), bastante menos de lo que costarían si tuvieran certificación de seguridad. Incluso se comenta que muchos acaban de ser rellenados con periódicos.
Los migrantes están aterrorizados y no quieren hablar. Supongo que la mayoría de ellos no saben nadar y tienen miedo a morir.
Celine Clery, videasta de AFP, que se une a mí para reportear desde el lado turco después de trabajar en Kos, cuenta que el ambiente es totalmente diferente entre los refugiados en la isla griega, adonde los migrantes que llegan están felices y aliviado de estar con vida y en Europa.
Aquí, la gente tiene miedo, no quiere ser filmada, no quiere hablar.
Después de hablar con lugareños y recoger testimonios, nuestro fotógrafo Bulent Kilic y nosotros nos vamos a recorrer algunas playas que los refugiados suelen utilizar para pasar.
Estacionamos nuestro coche en la carretera, con las luces de Kos visibles en el horizonte. Pasan varios vehículos de la gendarmería, mientras guardacostas turcos patrullan el Mar Egeo. Empieza la cuenta atrás: dos restaurantes cercanos apagan sus luces, el mar está en calma y el cielo lleno de estrellas.
El movimiento fuerte empieza después de las 2,30 de la madrugada, cuando solo se ven las luces del faro. Al principio, varios taxis comerciales amarillos patrullan la carretera de dos carriles. Un conductor de taxi estaciona a pocos kilómetros de nuestro coche, observa el mar, envía un mensaje por su celular y desaparece en la oscuridad.
Después de que el taxi se esfuma, vemos un puñado de inmigrantes que arrastran un bote desde detrás de los arbustos y descienden hacia la playa. Corremos tras ellos, siguiendo la pista que dejan la marca en el camino que conduce a la costa. El grupo pone el bote en el agua, y el último hombre, remos en mano, se mete en el agua y aborda la pequeña embarcación.
Los traficantes coordinan el paso guiando al grupo, diciéndole cuándo embarcarse y desde qué punto.
Otra noche, vimos alrededor de una docena de refugiados sirios que llegaron a la costa. Quedaron sorprendidos por las luces de las cámaras. Hicieron el primer intento, pero no lograron hacer arrancar el motor de la embarcación.
Desalojaron el bote de goma ocultando sus rostros, y subieron hacia la carretera. Estaban en estado de pánico, aterrorizados por la posibilidad de ser descubiertos por la policía turca.
Uno de ellos gritó a la cámara: "¡Si perdemos la vida, es por culpa de ustedes!"
En otro punto de cruce, nos encontramos con un contrabandista paquistaní que estaba dispuesto a hablar: Expresándose en un turco rudimentario, contó que había trabajado en Estambul por un tiempo, pero "no dinero" allí, así que vino a Bodrum. Nos quedamos en silencio ante los arbustos y se podían oír los movimientos de los refugiados que esperan su turno para subir al bote.
Un grupo de cerca de 50 refugiados, incluidos niños, abarrotan la playa, sentados en la orilla mientras otros cargan el barco sobre sus hombros hasta el agua. Y se embarcaron con los gritos de los niños que rompen el aire de la noche.
Probablemente nunca sabremos si lo consiguieron, si avanzaron un paso más hacia el sueño de una vida estable y segura en Europa. O se vieron obligados a volver de nuevo a Turquía después de un cruce fallido. O algo peor.
Pero el “coyote”, con el agua hasta las rodillas, parece feliz al decirnos que debe dejarnos para ir a buscar más pasajeros tras haber ganado por lo menos 50.000 dólares por un solo bote.
Fulya Özerkan es periodista de AFP en Ankara. Síguela en Twitter.