Una familia pasa por debajo de concertinas de seguridad en la frontera serbo-húngara, el 27 de agosto de 2015 (AFP / Attila Kisbedenek)

Diario de una larga travesía a lo incierto II

Más de 350.000 personas que huyen de la guerra y la miseria han llamado a las puertas de la Unión Europea desde inicios de 2015 tras haber puesto, en muchos casos, sus vidas en peligro a bordo de embarcaciones improvisadas en el Mediterráneo o en el mar Egeo. Muchas se endeudaron con sus familiares o vendieron todas sus pertenencias para embarcarse en este peligroso periplo. Han sido víctimas de ladrones y coyotes inescrupulosos, han caminado durante días enteros bajo un sol abrasador, han pasado noches a la intemperie, han quedado lastimados al sortear los alambrados de púas y a veces la brutalidad policial, antes de llegar a Austria, Alemania u otro país del norte de Europa, donde un futuro incierto les espera.

Después de cubrir la llegada de los refugiados a las islas griegas desde las costas turcas, la AFP envió un equipo de tres periodistas a seguir su viaje a lo largo de la ruta de los Balcanes. Este es el diario de nuestro viaje, que comenzó en la frontera greco-macedonia y que, esperamos, nos llevará hasta Alemania.

Esta es la segunda parte de nuestro viaje, que comienza en la frontera serbio-húngara. Para leer la primera parte, de Grecia a Belgrado, haga clic aquí.

Día 4: Sin pasaporte, sin derechos

Un grupo de refugiados camina desde Serbia hacia la frontera húngara (AFP / Aris Messinis)

BUDAPEST, 5 de septiembre de 2015 – Soy hija de libaneses que, durante la guerra civil en la década de 1980, eligieron el exilio para construir una nueva vida, y fue así como crecí en la Unión Europea. Pero hasta el día en que comencé a seguir a un grupo de refugiados que buscaban un porvenir en Europa occidental, no había comprendido en toda su magnitud el poder que me da mi pasaporte de la UE ni la vulnerabilidad de quienes están necesitados.

Durante cerca de una semana, mis colegas Aris Messinis y Céline Jankowiak y yo seguimos a refugiados iraquíes que dejaron su país en guerra para lanzarse hacia Europa por la ruta de los Balcanes. Es un viaje peligroso, en el que se mezclan lo mejor y lo peor del género humano. A través de sus ojos, descubro otra cara de la Unión Europea. Cosas que no había visto antes más que en las zonas de crisis donde cada paso que se da es una aventura incierta, y donde el más mínimo error te puede costar la libertad o incluso la vida.

La odisea de estos refugiados comenzó en Turquía. Los que tuvieron la suerte de sobrevivir a la travesía en un bote de goma o en un barco de pesca roído hasta las costas griegas luego tuvieron que hacer cola durante horas para registrarse con las autoridades griegas, macedonias y después serbias, azotados por un sol inclemente durante el día y tiritando de frío por la noche, durmiendo en las calles o en campamentos insalubres.

Un refugiado es arrestado por la policía húngara delante de su esposa e hija después de cruzar la frontera serbia el 28 de agosto de 2015 (AFP / Attila Kisbenedek)

Después de cruzar los Balcanes, entraron ilegalmente en Hungría a fin de no poner en peligro sus posibilidades de obtener el derecho a permanecer en Alemania o en otro país en el norte de Europa, en virtud de una norma de la UE que exige a los refugiados presentar su solicitud de asilo en el primer país al que lleguen.

Para franquear la frontera serbio-húngaro, un grupo de unos veinte iraquíes aterrorizados se confían a un “coyote” kurdo iraquí con los ojos verdes. Este individuo, cuya novia es griega, exime del pago al equipo de AFP después de intercambiar algunas palabras con nuestro fotógrafo griego Aris. Los iraquíes, en cambio, deben pagar 100 euros cada uno para ser conducidos a Hungría.

Con la luna llena iluminando el cielo y el camino, probablemente no sea la mejor noche para pasar. Pero el permiso de residencia de 72 horas otorgado a los refugiados por Serbia acaba de caducar. No hay vuelta atrás. Hay que intentarlo. Desde el norte de Grecia, el viaje de los refugiados está salpicado de momentos similares, como cuando no tienen más remedio que seguir adelante, esperando que todo salga bien, incluso si las condiciones distan de ser las ideales.

La policía húngara inspecciona un coche conducido por un presunto contrabandista de personas en una autopista entre la frontera serbia y Budapest el 3 de septiembre de 2015 (AFP / Csaba Segesvari)

Mientras los refugiados emprenden sigilosamente su cruce ilegal, atravesando granjas, o andando por campos, unos desconocidos surgen de la nada por la noche. Ladrones, probablemente. Antes de embarcarse en esta aventura, los refugiados habían sido advertidos por sus amigos: la posibilidad de que te roben, o incluso cosas peores, son altas durante el viaje. Varios hombres del grupo estaban armados con palos. Cada vez que se ven acorralados, agitan sus rudimentarias armas gritándoles a los asaltantes: "¡Go! ¡Go! Leave us!, en un inglés con fuerte acento árabe.

Son ellos los que corren el mayor peligro, pero no por so dejan de preocuparse por nosotros. "¿Tienes miedo? No te preocupes, estamos aquí", me dijo uno de los refugiados. Otros se aseguran que mi colega Céline, una joven iraquí y yo caminemos siempre en el centro del grupo, protegido por los hombres. Una atención que me conmueve profundamente.

Una familia de inmigrantes es llevada por la policía húngara a un campo de refugiados en Bicske, el 3 de septiembre de 2015 (AFP / Attila Kisbenedek)

Pero si la humanidad puede mostrar su cara más noble en tiempos de guerra o de crisis, también es el momento en que los instintos más espantosos pueden manifestarse. Todos los refugiados están aterrorizados ante la idea de cualquier contacto con las autoridades, y los delincuentes y los aprovechadores de todo tipo lo saben.

Según lo acordado, el coyote nos deja en una estación de servicio del lado húngaro de la frontera. Los primeros seres humanos que nos reciben aparecen como buitres después de un baño de sangre: una nube de traficantes con sonrisas cínicas que se lanzan sobre los iraquíes. Estos, desesperados por obtener lo más rápido posible un lugar seguro, deben desembolsar sumas desorbitantes: 200 euros por persona para los siete que quieren viajar a Budapest. Una carrera de un taxi normal costaría el mismo precio, pero para todos los pasajeros.

Un refugiado a bordo de un tren entre Budapest y la frontera con Austria detenido por las autoridades húngaras en la estación de Bicske, el 3 de septiembre de 2015 (AFP / Attila Kisbedenek)

A su vez, al chofer embaucador que ganó el "mercado" le aterra la idea de toparse con un control policial. Si lo atrapan, irá a prisión por tráfico de personas. Pero para justificar su delirante tarifa, el inventa también durante el viaje toda clase de peligros imaginarios que mantienen a los iraquíes en  permanente terror.

"Cuidado, hay un control policial ahí! Bajen sus cabezas a la izquierda. ¡Tú, muévela!", grita hacia la parte trasera de la furgoneta, mientras pasamos delante de un coche de policía estacionado en el lugar de un accidente de tráfico sin gravedad. Y prohíbe a los refugiados (pero, curiosamente, no a los periodistas) utilizar sus teléfonos móviles. "¡La luz! ¡Es por la luz!", justifica mientras nos desplazamos a más de 120 km/ h por la autopista.

Si no puede ver correctamente el video, haga clic aquí.

Llegamos a las afueras de Budapest, donde otro grupo de conductores, esta vez aparentemente de compañías, esperaban con impaciencia a los incautos. Uno se ofrece a ayudar a los iraquíes y les pide 150 euros para llevarlos al centro de la ciudad, a un hotel que, asegura, aceptará albergarlos. Resulta que el hotel es un burdel. Los migrantes tienen que dormir en el estacionamiento, afuera.

Mis colegas y yo subimos a otro taxi. De entrada, decimos que tenemos papeles en regla y que vamos a aceptar pagar la tarifa normal. El conductor reacciona dando alaridos de indignación, pero finalmente acepta llevarnos a la ciudad por la tercera parte del precio que su colega exigió a los clandestinos iraquíes.

Esa es la diferencia entre tener un pasaporte europeo o no. Hemos hecho el viaje con los refugiados Pero si desaparecemos, alguien se preocupará. Y si alguien trata de aprovecharse de nosotros, podemos defendernos.

Ellos no.

Día 5: Viena, la ciudad de los sueños

Una refugiada y su hijo en la estación de Hegyeshalom en la frontera austro-húngara, el 31 de agosto de 2015 (AFP / Vladimir Simicek)

VIENA, 7 de septiembre de 2015 – Viena es el destino final de apenas un pequeño número de refugiados. Pero es la primera oportunidad de respirar aire fresco.

Atravesaron Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia y Hungría a un ritmo de aproximadamente un país por día. Pasaron la mayor parte de las noches en autobuses o en la calle. Sufrieron el acoso policial en cada etapa de su periplo. Llegaron finalmente a una ciudad en la que, por primera vez, nadie los persigue ni intenta “procesarlos”, según la expresión empleada por las autoridades para designar el procedimiento para registrar extranjeros.

Los recién llegados son recibidos en la estación por voluntarios, algunos de los cuales hablan árabe y kurdo. “Bienvenidos los refugiados”, se lee en una gran pancarta roja, sostenida por un austríaco. “Ahlan wa sahla” (‘bienvenido’), dice un letrero en árabe dispuesto sobre una mesa llena de bananas, manzanas, melocotones, golosinas locales y árabes y peluches para los niños.

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Un refugiado y su hijo cruzan la frontera austro-húngara, cerca del pueblo de Nickelsdorf, el 5 de septiembre de 2015 (AFP / Vladimir Simicek)

Un recibimiento infinitamente más humano y cálido que el que encontraron a lo largo de su viaje por la ruta de los Balcanes. En los campamentos improvisados donde fueron confinados por las autoridades, les daban a lo sumo una botella de agua y tres galletas baratas. Mientras que aquí, en Viena, hay cunas para los bebés, leche y alimentación digna de ese nombre. Además, se desvaneció finalmente el temor a las detenciones o al traslado a un campo permanente en Hungría.

Esta bocanada de libertad y de solidaridad ayuda a los refugiados a recuperar un poco su dignidad, ultrajada sin piedad desde el comienzo de su recorrido. Cuando abandonaron Siria, Irak, Afganistán u otro de los miserables países arrasados por la guerra, solo pensaban en huir. Entre Grecia y Hungría se obsesionaron con la idea de superar los obstáculos siguientes, avanzar lo más rápido posible. Como los personajes de un siniestro videojuego se lanzaron a una carrera contrarreloj, estimulados con Red Bull para eludir a los guardias fronterizos y los asaltos de las mafias al tiempo que luchaban contra el agotamiento sin pensar en otras cosa que no fuera el próximo nivel y con no volver a la casilla de partida. Y ahora que no están más obligados a estar permanentemente a la defensiva, pueden pensar seriamente en su futuro.

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Una voluntaria austriaca juega con un niño afgano de 3 años en la estación de Viena-Westbahnhof, el 6 de septiembre de 2015 (AFP / Joe Klamar)

La gran duda de los refugiados recién llegados a Viena es: ¿a dónde vamos ahora?

¿A Alemania? ¿A Holanda? ¿A Suecia? ¿A Bélgica? ¿A Francia, a Finlandia? En el hall del hotel vienés al que llegaron por la noche numerosos sirios e iraquíes se escucha el rumor de preguntas. “¿Cree usted que Bélgica está bien?”, me pregunta un iraquí. “¿O tal vez Holanda está mejor? Escuché que sería más fácil traer a mi familia a Holanda que a Alemania. ¿Sabe usted si es verdad?”.

Por supuesto, no tengo las respuestas. No tengo idea de a dónde este hombre y los otros refugiados deben dirigirse. No sólo porque no debo influir en sus decisiones, sino que también porque las políticas de asilo en Europa están cambiando tan rápidamente ahora que lo que es cierto un día no necesariamente lo será al día siguiente.

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Manifestación de apoyo a los refugiados en Viena, el 31 de agosto de 2015 (AFP / Patrick Domingo)

Ver a estas miles de personas avanzar juntas sin tener, la mayoría, idea de su destino final nos demuestra una cosa: nadie anima a esta gente a venir a Europa, al contrario de lo que algunos afirman. Se lanzaron a este camino porque no tenían otra opción que tratar de vivir lejos bombas y de la miseria. La elección del país de acogida es secundaria, siempre y cuando se les reciba dignamente.

Para muchos, la tierra prometida es Alemania. Así es para la familia de refugiados iraquíes que estamos siguiendo, aunque aún no descartan la posibilidad de partir al día siguiente para Holanda, donde viven familiares de ellos.

Los refugiados abandonan Viena para ir a Alemania, el 6 de septiembre de 2015 (AFP / Joe Klamar)

Después de su primera noche de sueño reparador en una semana, ya no parecen tan preocupados por su futuro incierto. Casi han llegado "al lugar correcto", poco importa cuál. Más que estar angustiados, sueñan con lo que será su futuro y guardan víveres, algunos más útiles que otros: la leche en polvo para Adán, su bebé de cuatro meses; nuevos pendientes para Alia, su madre, de 26 años, encantada de sentirse de nuevo normal. Después de desafiar la muerte en el mar, afrontar los peligros de la ruta de los Balcanes y escapar por poco del arresto en Hungría, lo menos que se merecen es este momento de paz.

Día 6: Múnich, la separación

Los refugiados iraquíes Ahmad, Alia y su bebé Adam esperan el tren a Alemania en la estación de Viena, el 3 de septiembre de 2015 (AFP / Aris Messinis)

MÚNICH (Alemania), 9 de septiembre de 2015 - En Viena, la familia iraquí que estamos acompañando desde Macedonia -Ahmad el optimista, la hermosa Alia y su bebé de cuatro meses Adam- decide en el último momento comprar boletos de tren para Colonia, Alemania. Durante su frenética carrera, apenas han tenido tiempo para pensar en su destino final. Y ahora toman en segundos una decisión que cambiará el curso de su existencia.

Su plan es ir a visitar a la hermana de Ahmad, que vive en Colonia, y decidir luego si pedir asilo en Alemania, ya sea para continuar su viaje a Holanda, donde tanto Ahmad como Alia tienen familia.

"Alemania está muy llena ahora", dice Ahmad, en referencia a los miles de refugiados y migrantes que están llegando a ese país. "Pero mi hermano dice que la vida en Holanda es muy difícil. Primero vamos a ir a Holanda a ver a mi hermana y tomarnos un tiempo para decidir".

Así que Colonia será. El boleto cuesta 185 euros por persona, una pequeña fortuna para una familia que ya ha desembolsado más de 9.000 euros para pagar contrabandistas, hoteles, comidas y transporte para llegar tan lejos desde Turquía. Después de un kebab y patatas fritas, es hora de partir.

Si no puede ver el video, haga clic aquí.

Como no hay trenes directos entre Viena y Colonia, hay que hacer trasbordo en Múnich. Esta es una buena noticia para los fumadores en el grupo, que dispondrán de una pausa para fumar de veinte minutos, muy bienvenida en medio de un viaje de once horas.

Los refugiados comparten el tren con empresarios y turistas de Francia o España. Entre los refugiados que viajan en este, hay un anciano que viene de Damasco y que viste una elegante chaqueta Nehru de lino blanco. "Tan pronto como esté en Alemania, pediré asilo político con mi esposa y mis hijos", dijo, con los ojos brillantes de emoción.

Los inspectores verifican nuestros boletos en dos ocasiones, pero nadie nos pide pasaportes. Cuando el tren pasa Salzburgo, la última ciudad antes de la frontera con Alemania, todo el mundo da un suspiro de alivio. Excepto el fotógrafo de AFP Aris Messinis. "Espera, es demasiado pronto para celebrar aún", advierte.

"¡Bienvenidos a Alemania!"

En el tren que los lleva a Alemania, Alia y Ahmad tratando de comunicarse con sus familias por teléfono (AFP / Aris Messinis)

Todos hemos visto las emocionantes imágenes de personas animando a los refugiados a su llegada a Alemania. Pensamos vivir un "happy end" de este tipo tras este viaje por el infierno.

Pero mientras escribo mi artículo sobre esta familia para AFP, nadie está ahí para dar la bienvenida a Alia, Ahmad y Adam. Son las once de la noche y en la estación de Múnich no hay más que policías. Los agentes interceptan a la familia sin problemas y la llevan a una oficina de acogida improvisada para proceder a su registro y a hacerles exámenes médicos. El tren para Colonia partirá sin Alia Ahmad y Adam... El anciano de Damasco está con ellos. Camina con los ojos clavados en el suelo.

"Bienvenidos a Alemania", dice una pancarta solitaria colgada en la entrada de la oficina.

Un oficial nos asegura que nuestros amigos estarán allí aún la mañana siguiente. Pero cuando volvemos a las ocho, ya no a nadie.

Más tarde, tenemos noticias de ellos a través de una aplicación para smartphones. Fueron llevados a un refugio temporal, donde comparten una habitación con otra familia. No tienen abrigo suficiente. Les dijeron que todavía cambiarán de lugar varias veces mientras se examina su solicitud de asilo.

Ahmad, Alia y Adam quedan a cargo de la policía alemana a su llegada a Múnich (AFP / Aris Messinis)

Las autoridades alemanas, frente a la marea humana de refugiados, han hecho más que cualquier otro gobierno para acogerlos. Pero acompañar tan de cerca la epopeya de Alia, Ahmad y Adam me ayuda a darme cuenta hasta qué punto es duro ser un solicitante de asilo donde sea, incluso en el mejor de los casos.

Sean aplaudidos o no por la multitud, los refugiados deben ponerse en manos de la policía para ser registrados. Deben contar su historia un incontables veces a diferentes funcionarios, que verificarán si sigue siendo consistente. Desde el punto de vista de seguridad, tiene sentido. Pero me imagino lo doloroso que debe ser contar una y otra vez a desconocidos uniformados cómo fuiste torturado en Siria o cómo sobreviviste a un atentado en Irak. Seguirán meses de espera para ver si la solicitud es aceptada. La respuesta dependerá tanto de la autenticidad de sus historias como de las cuotas de refugiados que cada país está dispuesto a aceptar.

A Alia y Ahmad les surgen nuevas preguntas. ¿Cómo manejarán los recuerdos de su sufrimiento? ¿Cómo mantendrán la memoria de su país en el espíritu de Adán? ¿Le contarán algún día todo lo que arriesgaron por él? Y sobre todo, ¿cuándo encontrarán por fin un hogar, un lugar en el que dejen de ser considerados números en una ola de migración?

El fotógrafo Aris Messinis, la periodista de video Céline Jankowiak y yo tenemos el proyecto de visitar a la familia en unos pocos meses. Entonces contaremos el resto de la historia.

Serene Assir es una periodista de AFP en París. Síguela en Twitter.

(AFP / Aris Messinis)

Serene Assir