La risa de Shah Marai
Kabul -- A Shah Marai le encantaba contar chistes verdes.
Sus profundos ojos azul verdoso brillaban maliciosamente cuando compartía uno. Y se reía incluso antes de llegar al remate.
Mis colegas en Kabul me habían advertido de su particular sentido del humor cuando me uní a la oficina en agosto de 2017.
Al principio, pensé que trataba de provocarme porque yo era la jefa y una de las pocas mujeres en el equipo.
Rápidamente me di cuenta de que era solo su forma de ser. Le encantaba hacer reír a los demás.
Han pasado 11 días desde que Marai murió en la capital afgana, junto con otros ocho periodistas, en un doble atentado reivindicado por el grupo Estado Islámico.
Había corrido a la escena de un atentado suicida, como lo hizo tantas veces. Estaba allí con un grupo de periodistas cuando una segunda bomba explotó.
Su prematura muerte ha dejado un gran vacío en la vida de muchas personas.
Era el empleado más antiguo del equipo de AFP en Kabul, que lo elevó al estatus de pilar de la tribu, un "abuelo", como decía riendo. Tenía 41 años.
Figura emblemática de la unida comunidad de periodistas afganos –en su mayoría jóvenes-, Marai fue tan admirado como respetado. Era uno de esos raros veteranos que tuvieron el coraje de tomar fotos durante el régimen talibán, bajo un altísimo riesgo.
En Afganistán, la proximidad de la muerte crea vínculos muy fuertes entre colegas, con la sensación de que debemos cuidarnos unos a otros.
Esta solidaridad se expresó intensamente la semana pasada con numerosos mensajes de condolencia y simpatía llegados a la oficina de AFP desde todo el mundo, brindando algo de consuelo a un equipo que lucha por hacer el duelo de un querido colega y de amigos cercanos.
El impresionante talento y sensibilidad de Marai como fotógrafo se ha celebrado universalmente en los últimos días. Pero son su generosidad y sentido del humor lo que más extrañarán aquellos que lo conocieron.
El día del equipo solía comenzar con los chistes que Marai -por lo general, el primero en llegar a la oficina- había publicado en Facebook, desatando carcajadas en la sala.
Unas semanas antes de su muerte, nos llevó a mi colega francesa Anne Chaon y a mí a una breve excursión de una hora al norte de Kabul, para ver los árboles de Judea florecidos.
Fue idea suya -“están demasiado tiempo en la oficina”, nos había dicho- y nosotras estábamos muy emocionadas. Le preguntamos si podíamos traer a nuestra amiga Sonia y él respondió con una sonrisa pícara, sugiriendo que alquiláramos un autobús para invitar a todas nuestras amigas mujeres.
Sentados en una alfombra bajo los árboles, bañados por un cálido sol de primavera y compartiendo un simple desayuno de pan, chocolate y café, hablamos sobre su familia. Estaba emocionado por el inminente nacimiento de su primera hija, una hermana pequeña para sus cinco hijos varones.
La niña llegó al mundo unos días después. Cuando Marai regresó al trabajo celebramos su nacimiento con una torta en el jardín de la oficina de AFP. Unas horas antes, él había fotografiado las consecuencias de un atentado suicida contra una oficina de registro de votantes que había matado a 60 personas. Esa es la realidad diaria de Afganistán.
El día de su muerte, hubo cierta confusión para determinar su edad. Tenía 41 años, como se vio después, pero a menudo bromeaba con que estaba en la treintena.
Esa misma noche recordé que él me había enviado su información personal unos meses antes para participar en un reportaje sobre la misión Resolute Support de la OTAN en Afganistán. Encontré su fecha de nacimiento: 02/05/1977. Todavía tenía mucho por vivir.
En su escritorio hoy casi vacío en la oficina de la AFP, hay un retrato de él vestido con un chaleco a prueba de balas azul, un casco y dos cámaras. Aparece mirando con calma hacia el objetivo; un hombre que respira una apacible confianza en sí mismo.
Una corona de flores ocupa la silla de cuero negro en la que solía inclinarse con los pies sobre el escritorio. Otro retrato de Marai con sus cinco hijos, a quienes adoraba, está colgado en la pared. Pero sus cámaras y teléfonos inteligentes, que siempre dejaba a mano para los casos más urgentes, fueron destruidos por la explosión. Al igual que los corazones de aquellos que lo amaron.
Marai es el segundo periodista de AFP asesinado en Afganistán en cuatro años. Su querido amigo Sardar Ahmad murió junto a su mujer y dos de sus tres hijos en un ataque talibán en 2014. Fue un golpe devastador para Marai y el resto de la oficina, pero él había guiado al equipo en ese luto.
Hoy tratamos de consolarnos con la creencia de que ambos están juntos, se cuentan bromas y se hacen reír mutuamente.