Aventuras en la Antártida
Isla Rey Jorge, Antártida – ¿Dónde está el hielo? Es la pregunta que más escuché de las personas que vieron mis imágenes de un viaje que hice a la Antártida. Admito que fue lo mismo que me pregunté cuando llegué a la Isla Rey Jorge, sede de varias estaciones científicas internacionales.
Aquí, el continente blanco no hace honor a su nombre. La Isla Rey Jorge, la más grande de las Islas Shetland del Sur y a unos 120 km frente a las costas de la Antártida, está cubierta solo en parte de hielo, una de las razones por las cuales muchos países del mundo eligen este lugar para instalar sus estaciones científicas.
En el verano austral, decenas de científicos llegan a la base chilena “Profesor Julio Escudero”. Ese fue el motivo por el cual tuve, junto a otros reporteros, la oportunidad de visitar este rincón del mundo.
El viaje comenzó en Punta Arenas, en el sur de la Patagonia, donde nos explicaron las normas para nuestra visita. La Antártida no es un continente ordinario y si quieres conocerlo hay reglas estrictas que cumplir.
Nada, N-A-D-A, puede ser desechado en la naturaleza, no puedes levantar ni una pequeña planta o piedra sin autorización previa, y no puedes estar a menos de tres metros de los animales, pero si uno de ellos se te acerca, bajo ninguna circunstancia puedes tocarlo.
Se suponía que a la mañana siguiente partiríamos a Rey Jorge. "Se supone", son palabras clave. Al estar tan cerca de la Antártida, las condiciones climáticas marcan el ritmo del viaje. Nos dijeron que dejáramos a un lado nuestros celulares y que estuviéramos listos para partir en cualquier momento, incluso en plena noche. Al final, nos fuimos a la mañana siguiente.
Después de viajar dos horas y media en un avión para cien pasajeros, apareció en el horizonte una isla cubierta de puntos blancos de nieve. Aterrizamos en una pista rodeada de montañas y a lo lejos vímos romperse un pedazo de la gran placa de hielo. Estamos en la Antártida.
Antes de salir del avión nos pusimos los trajes para la nieve, abrigos y sombreros que el instituto nos prestó. La temperatura en el exterior era soportable, estaba entre los 0 y -5 grados Celsius.
Unos vehículos cuatro por cuatro transportaron nuestro equipaje, mientras nosotros caminamos unos 20 minutos hacia el que sería nuestro hogar temporal.
Una decena de países de todo el mundo tienen bases científicas en Rey Jorge. Todas juntas parecen un pueblo. La base chilena, donde nos quedamos, tiene un gimnasio, un correo y un banco. Cuando me fui hacia la base china, apareció un mensaje en mi celular: “Bienvenido a China”. Unos pasos atrás volvía a estar en Chile y a unos metros de distancia estaba la base científica de Rusia, con una pequeña capilla de madera con vista a la costa e incluso con su propio cura.
Aquí existe la regla de las “tres capas”: ropa interior larga, ropa de lana y luego los pantalones y las parkas. En verano la temperatura ronda los cero grados, pero se puede sentir más frío aún debido al viento y especialmente cuando vas en bote, el segundo medio de transporte más usado después de caminar.
El ambiente en la estación científica es como el de un resort para vacaciones. Los científicos habitualmente se quedan de uno a tres meses. Los días pasan al ritmo de las excursiones y las comidas. Puede que haya bancos y correos, pero “no hay tiendas en la Antártida”, por eso la gente debe llegar con sus provisiones, sea lo que sea que deseen. Una de mis vecinas en el dormitorio tomó, por ejemplo, la precaución de llevar golosinas en su maleta.
La Antártida es el único continente que nunca ha tenido población indígena ni residentes permanentes. Lo sientes al llegar, uno se siente bastante afortunado de caminar en una tierra virgen.
Aquí el hombre es un intruso y los animales no dejan de recordártelo. Los skuás, un ave marrón de mar, hacen sus nidos aquí y no dudan en advertir a los visitantes cuál es su lugar, y los elefantes y leones marinos pueden rugirte muy fuerte si te acercas demasiado. A los únicos que parece no importarles los humanos es a los pingüinos, que suelen estar a toda hora en la playa y se dejan filmar.
Un día acompañamos a un científico a la pequeña isla de Adley, donde hay una colonia de pingüinos Gentoo. Cuando llegamos cientos de pájaros volaban y se posaron sobre la cima de una colina, a una distancia más segura, pero llenando el aire con graznidos de descontento.
Recordando las instrucciones que nos dieron, instalé mi trípode a una distancia prudente y comencé a filmar.
Pero los pingüinos son curiosos, especialmente los más jóvenes. Uno se fascinó con mi cámara y su micrófono azul, al cual picoteaba. Traté de apartarme, pero mi “nuevo asistente” no tenía la intención de dejarme ir. Finalmente su madre vino a mi rescate y le dijo, en ciertos términos, que se alejara de la chica de la cámara.
Cuando llegó la hora de irnos, todos enfrentamos la misma incertidumbre que cuando llegamos: nadie estaba seguro de si íbamos a poder hacerlo. Al final tuvimos suerte porque el clima demoró solo un día nuestra partida (no es común quedarse atrapado por una semana o más).
No tenía ganas de marcharme. Sentía que era todo un privilegio estar allí y quería ir hacia el sur para ver los témpanos de hielo y los paisajes, que se parecían más a lo que esperarías ver en el continente blanco. Tal vez en otra oportunidad.