El ganado, la otra cara de Sudán del Sur
Mingkaman, Estado de los Lagos (Sudán del Sur) – La economía del país se derrumba, su moneda no vale gran cosa y ninguno de sus acuerdos comerciales aguanta. Sin embargo, los sudaneses del sur conservan un apego visceral a su cultura y especialmente a sus rebaños de vacas, que desempeñan en sus existencias un papel central.
Me instalé en Sudán del Sur hace nueve meses. Había estado en varias ocasiones para hacer reportajes sobre temas humanitarios y me pareció tan fascinante que decidí instalarme un tiempo.
Es un país complicado para trabajar de periodista; la concesión de una visa es un proceso largo que depende de la acreditación de un órgano gubernamental y que se convierte en una lucha durante la cual hay que justificar por qué se publica cada cosa. Las autoridades no quieren ni pensar en la posibilidad de que algo de lo que uno escribe o fotografíe pueda alimentar las divisiones étnicas del país.
Sudán del Sur es un mosaico de pueblos con un equilibrio muy frágil donde, aunque uno tenga varios meses de acreditación por delante, hay que tener en cuenta que te pueden expulsar de un día para otro.
El problema principal es la seguridad. Los coches y los autobuses funcionan fuera de la capital, pero no son seguros y hay un alto riesgo de robos, combates o emboscadas que son perpetradas por verdaderos bandidos especializados en asaltar caminos o por gente armada que pasa hambre. El clima, especialmente adverso en algunas estaciones y lugares, tampoco ayuda, y son frecuentes las inundaciones y las lluvias torrenciales.
Las relaciones con la gente son, por el contrario, muy sencillas. Existen barreras culturales, pero no hay animadversión contra los periodistas y tampoco es difícil fotografiar a personas. Al contrario, la mayoría se presta a ello y el hecho de ser una mujer juega a favor a la hora de trabajar ciertos temas, como la condición femenina o la violencia contra mujeres.
En la cultura de Sudán del Sur, la vaca es un elemento central. Omnipresente en bodas y ceremonias, sirve además para pagar una dote o hacer trueque y es un símbolo de estatus y de riqueza que la población estima más que cualquier otro. La moneda se devalúa, pero una vaca no.
La mayoría de las poblaciones de Sudán del Sur tienen ganado. Los Dinkas, el principal grupo étnico, por supuesto, pero también los Nuhers, el segundo grupo más importante, y casi todos los demás.
Este año decidí cubrir la trashumancia anual del ganado, un pastoreo en movimiento que discurre por tierras cercanas al Nilo blanco, donde se juntan los habitantes de diversos pueblos con sus rebaños y organizan enormes campamentos colectivos que duran toda la estación seca.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que trabaja mucho con agricultores de Sudán del Sur, aceptó llevarme en una de sus misiones. Salimos en helicóptero de Juba, la capital, seguimos en coche y terminamos atravesando un río fangoso primero a pie y luego a nado, momento en el que tuve que colocar todo mi equipo en la cabeza y sujetarlo bien con una mano para no arruinar mi misión.
Pasé tres días en aquel lugar, durmiendo en una pequeña localidad cerca del campamento de los trashumantes. La primera noche oí lo que parecían ráfagas de fusiles automáticos y al día siguiente supe que se trataba de bandidos que, perseguidos por la policía, trataban de robar algunos productos del mercado. Las incursiones de ladrones, que a veces se saldan con muertes, son una plaga para los campamentos de ganado y por eso muchos cuidadores de rebaños están armados.
Cada mañana llegaba al campamento muy temprano para aprovechar la mejor luz: una combinación de bruma con humo de los restos de las hogueras y con los primeros rayos del sol saliente. Cuando llegaba era tan temprano que la mayoría de los ganaderos estaban durmiendo en el suelo, tapados con mantas, rodeados de sus animales y al lado de unas hogueras alimentadas con estiércol cuyo humo servía para mantener alejados a moscas y mosquitos.
Al ser extranjera, me costó pasar desapercibida, y aunque todo el mundo me iba parando para que le sacara un retrato, traté de concentrarme en inmortalizar los aspectos cotidianos de la vida de los ganaderos.
A pesar de conocer bien el país, en el campamento descubrí hábitos y costumbres que desconocía por completo, como cubrirse la cabeza – y también la de los animales - con ceniza para protegerse de los mosquitos, o lavarse la cara y los ojos con orina de vaca para evitar infecciones.
La orina sirve también como tinte natural para los cabellos que, a medida que se untan, van adquiriendo un tono naranja. La mayoría de la gente se aclara el pelo con orina de vaca varias veces al día en busca del tono perfecto.
Con mi visita al campamento de los trashumantes, traté de mostrar otra cara de un país en guerra donde muchas personas son víctimas de la miseria y han sido testigos de asesinatos y destrucciones. Me alegró poder mostrar en imágenes que, a pesar del conflicto, uno también encuentra cosas hermosas en Sudán del Sur, costumbres que están en el corazón de la identidad de la población. Acciones y personas que convierten en escenas tan bellas las actividades cotidianas del campamento, que hacen olvidar la imagen caótica que se asocia al país.