"Me llevaron por pasillos angostos, oscuros y laberínticos, y de golpe vi la escena. Sobresalían solo algunas manos y piernas de los barrotes azules. Hombres amontonados en celdas de ocho por cuatro metros de profundidad, o incluso más chicas, de tres metros por dos. Con sus mascarillas, shorts blancos, sin camisa, la mayoría descalzos. El aire húmedo y caliente de septiembre estaba cargado del sudor de los cuerpos y de olor a orina", escribe Yuri Cortez, coordinador de fotografía en Venezuela, luego de visitar varias prisiones de alta seguridad en El Salvador.