Una monumental barrera

Con el debate en ebullición en Estados Unidos y México sobre los planes del presidente Donald Trump de construir un muro en la frontera compartida, tres fotógrafos de la AFP decidieron ver de cerca esta zona. ¿Cómo es la frontera? ¿Qué piensan las personas que viven y trabajan ahí?

Se tomaron diez días para recorrer la frontera, que supera los 3.100 km, y realizar el AFP Border Project 2017. Jim Watson, de la oficina de Washington, viajó por el lado estadounidense, desde California hasta Texas.Del lado mexicano, Guillermo Arias, corresponsal en Tijuana, se desplazó desde Baja California hasta Tamaulipas, y Yuri Cortez, jefe de fotografía en la oficina de Ciudad de México, se le unió a lo largo del camino.

En el lado mexicano, los fotógrafos se encontraron con el miedo que despiertan los cárteles de las drogas, una calma inquietante en el otro.  Desiertos interminables y tierras para cultivar extendiéndose en el horizonte. Había señales de migrantes, pero, a parte de una mujer con un bebé, nadie a la vista. 

También vieron a estadounidenses cruzando hacia México en busca de servicios de salud y medicinas baratas y a mexicanos yendo hacia Estados Unidos para trabajar en las granjas. Adolescentes grabando música junto al río. Gente deportada desde Estados Unidos que vive cerca de la frontera porque el resto de su familia se quedó al otro lado. Un hombre caminando con su perro a lo largo de una autopista, pensando en no detenerse hasta llegar a la costa este. 

En ambos lados de la frontera sintieron ansiedad ante la perspectiva de que se construya el muro. A veces veían una cerca imponente y barreras serpenteando a lo largo del límite fronterizo. 

Una zona misteriosa, con pocas almas a la vista

Por Jim Watson

Con todo lo que he leído y escuchado sobre la frontera entre Estados Unidos y México, visualicé una zona limítrofe porosa, que decenas de migrantes ilegales cruzaban todo el tiempo. Pensaba que iba a ver a gente corriendo al otro lado a diario. Pero durante los diez días que estuve allí, no vi a un solo migrante ilegal.

Una parte de la cerca fronteriza en Nogales, Arizona, el 17 de febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

De hecho, casi no vi a nadie (excepto un hombre, quien decidió caminar acompañado de su perro desde Texas hasta California ida y vuelta, jalando un carrito. Pero les contaré de él más adelante).

Algo que me llamó la atención de nuestro lado de la frontera fue lo inquietantemente silenciosa que era. Me quejaba con Guillermo y Yuri, diciéndoles que se quedaron con el escenario más bonito, la gente.

De nuestro lado, realmente es una zona muerta, no hay nadie. Durante los diez días que estuve fotografiando, la patrulla fronteriza me paraba rutinariamente y me preguntaba qué hacía ahí.  Si no tienes nada que hacer ahí, es muy probable que te detengan rápidamente. Recuerdo una escena en la playa fronteriza de State Park, al sur de San Diego -justo al inicio del viaje-, donde había unas 20 a 25 personas en el lado mexicano y en el mío, nadie. Durante algunos días no conversé con nadie. Al final, resultó ser una cobertura bastante solitaria. 

Se me ocurrió hacer esta historia porque no tenía una idea precisa de cómo se veía la frontera entre los dos países. La mayoría de los estadounidenses tampoco. No sabía cuánta valla fronteriza existe ya. A lo largo de gran parte del camino, hay una cerca de metal y su extensión ya es impresionante. La gente habla como si no hubiese nada allí, pero una parte importante de la frontera ya está sellada. Especialmente cerca de las zonas más pobladas. 

La primera vez que tuve la idea del proyecto, preveía manejar a lo largo de la frontera estadounidense. Mi jefe tuvo una mejor idea, hacer que nuestros colegas en México hicieran lo mismo, pero de su lado. 

Como estadounidense, esta historia fue a veces difícil para mí. De un lado, quieres una seguridad fronteriza adecuada para tu país. Pero por otro lado, sientes que todo el mundo merece una oportunidad de prosperar y tener una vida mejor.

Esta idea del sueño americano está integrada en el tejido del país, crecemos con ella. Desde los peregrinos que llegaron a la Plymouth Rock, a los pioneros que incursionaron en el oeste, a la ola migratoria hacia Ellis Island hasta la gente que alcanzó la cima del éxito desde un inicio ordinario y obscuro (como Bill Gates, Mark Zuckerberg, los presidentes Bill Clinton y Barack Obama). Todos merecen intentarlo.  

En un punto del viaje, vislumbré un poco de la desesperación que lleva a la gente a cruzar la frontera. Fue durante el día tres, cuando acababa de llegar a las dunas Imperial, en California, no muy lejos de la frontera con Arizona. Había 1,5 km desde el camino hasta la barrera fronteriza, donde un equipo de constructores trabajaba. Pensé que iba a hacer buenas fotografías, así que me acerqué. 

Dunas Imperial, en California, el 15 de febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

Me quedé en las huellas de la maquinaria pesada, pero aun así mis pies se hundían en la arena. Una vez hechas las fotografías, di media vuelta hacia mi auto alquilado. La caminata de regreso fue peor, a cada paso mis pies se hundían 15 centímetros, estaba empapado en sudor y me había olvidado mi botella de agua en el auto.

Ahí es cuando me golpeó la realidad. Así es como debe ser para los migrantes, pensé. Solo cargaba dos cámaras, pero muchos de ellos cargan a sus hijos y sus pertenencias. Solo había atravesado unos tres kilómetros, mientras los migrantes tienen que caminar a través de un implacable desierto. Sabía que la botella de agua me esperaba en el auto, pero ellos no saben cuándo volverán a tomar.

¿Cómo alguien puede querer hacer eso?, me pregunté. Deben estar muy locos o completamente desesperados. Nadie haría eso solo por hacerlo, realmente deben tener una buena razón y eso debería significar algo. Uno podría decir que caminé unos kilómetros en sus zapatos. Casi…

Los alrededores de la frontera son implacables, lo cual también te hace pensar en la desesperación de la gente que trata de cruzarla. Gran parte es desierto y a veces es tan interminable que parece que te engulle. 

El Organ Pipe Cactus National Monument cerca de Lukeville, Arizona, en febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

Llegué a tropezar con lo que la patrulla fronteriza llama un oasis para migrantes. Había agua y velas, era un lugar pensado para aquellos que no la tenían o que no tenían nada mientras atravesaban el desierto.  

Un barril con agua en un camino de tierra a las afueras de Eagle Pass, Texas, cerca de la frontera entre Estados Unidos y México, en febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

Los trabajadores migrantes también me impresionaron. Conversé con algunos de ellos mientras se bajaban de un bus en San Luis, Arizona. Un hombre me contó que se despierta cada día a las 2 am, cruza la frontera, hace la cola a las 4 am para subir al bus que lo lleva al trabajo, principalmente en granjas de lechuga. Trabaja diez horas diarias, diez dólares la hora. Regresa al estacionamiento a las 5 pm, camina casi un kilómetro hasta el ingreso fronterizo y vuelve a su casa en México alrededor de las 8-9 pm. Lo hace a diario. ¿Puedes imaginar este tipo de vida? Simplemente es una locura.

Cuando regresé a mi casa, empecé a investigar más sobre el tema y encontré que un impresionante número de trabajadores de la agricultura en Estados Unidos son migrantes. Encontré cifras tan altas como del 45%.

Trabajadores de agricultura temporarios regresan al ingreso fronterizo en San Luis, Arizona, en febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)
Trabajadores de agricultura temporarios salen de una granja de lechugas al final de su turno, a las afueras de Yuma, Arizona, en febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

 

Algunas de las cosas que descubrí me parecían raras, como dos estatuas de plástico, una de sabio (pastor) orando y otra de un niño Jesús a sus pies que vi en Nogales, Arizona. Encontré varios objetos religiosos en los lugares más inusuales a lo largo de la frontera. 

Uno de los encuentros más extraños fue con Chris Kirkland, quien se autoproclama nómada. Lo vi caminando en la autopista, tirando de un carrito precario acompañado de su perro en Columbus, Nuevo México. Me bajé del auto y caminé con él por un rato. Me contó que había caminado desde Dallas, Texas, hasta San Diego, California, y ahora iba rumbo a Dallas, pero que podía seguir caminando hasta la costa este.

Cuando le pregunté por qué lo hacía, dijo que simplemente caminaba por salud. (Me recordó a la película “Forrest Gump”, cuando el protagonista dice que simplemente sintió ganas de correr).

Chris era muy jovial y habló de sobrevivir tormentas de truenos, lluvias y olas de calor, todo mientras acampaba con su perro.  

Chris Kirkland, un autoproclamado nómada, camina por una autopista a las afueras de Columbus, Nuevo México, el 17 de febrero de 2017, cerca de la frontera entre Estados Unidos y México. (AFP / Jim Watson)
(AFP / Jim Watson)

 

La barrera fronteriza varía de una pared imponente a una cerca de alambre o barreras hasta la rodilla, que fácilmente se podrían atravesar.

 

En las afueras de El Paso, la frontera es simplemente monstruosa, la valla es gigante, pareciera que México está en la cárcel.

Un hombre cruza el puente desde El Paso, Texas, hacia Juarez, México, en febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

Afuera de las zonas más pobladas, la frontera es muy segura. Pero definitivamente hay huecos y espacios, que obviamente la gente los cruza, aunque no vi a nadie hacerlo. 

Llegué a pasar un tiempo con los agentes de la patrulla fronteriza, quienes observaban a un grupo de personas del otro lado y pensaban que podrían intentar cruzar. Sus ojos les seguían y me dijeron que si me quedaba lo suficiente, podría ser testigo. Me pasé tres horas sentado con un agente y tres más con otro, pero tuve que seguir viajando. 

De izquierda a derecha, los fotógrafos de la AFP Guillermo Arias, Yuri Cortez y Jim Watson retratados ante una valla fronteriza en Puerto Palomas, Chihuahua, el 19 de febrero de 2017. (AFP / Yuri Cortez)

La mayoría de los agentes me dijeron que no querían un muro, preferían tener una cerca en la frontera porque así podrían ver hacia el otro lado y saber qué se aproximaba.

La patrulla fronteriza tiene un asombroso despliegue de herramientas para monitorizar la zona y los alrededores. Incluido el sistema de radar TARS, un dirigible enorme suspendido a unos tres km de altura. Se dice que puede ver a varios kilómetros a la redonda. 

En el rio, los agentes usan barcos de ventilador, más como un elemento disuasivo porque son muy ruidosos, así que cuando los migrantes ilegales los escuchan llegar, se van de la zona para no ser arrestados.

La Patrulla Fronteriza saca del Rio Grande un bote a hélice en Eagle Pass, Texas, el 21 de febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)
Un radar aerostático de la Patrulla Fronteriza (TARS) en el aire, cerca de Eagle Pass, Texas, el 22 de febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

 

También tienen herramientas sísmicas que envían señales cuando se activan. Cuando estaba caminando con un agente fronterizo, éste recibió una de estas alertas, así que fue a investigar. Resultó ser un animal, lo cual es bastante común, según dijo. 

 

A partir de lo que entendí después de conversar con gente en el terreno, realmente no se necesita una cerca fronteriza para impedir el acceso a los inmigrantes ilegales, sino a las drogas. La barrera reduce el contrabando que cruza la frontera y lo canaliza hacia lugares, espacios en la cerca, donde la policía puede reforzar su presencia. 

Los dueños de comercios en los pueblos cerca del límite fronterizo se quejan de que todo lo que se dice sobre el muro y la migración ilegal daña sus negocios.

Agentes de la Patrulla Fronteriza de EEUU debajo de un puente cerca del Rio Grande, en Eagle Pass, Texas, el 21 de febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

Esta fue una cobertura muy satisfactoria a muchos niveles. Primero fue informativa porque aprendí cómo se ve de verdad una frontera. Resulta que ya tenemos una extensa cerca fronteriza. Cuando regresé, muchos de mis colegas dijeron lo mismo, que no sabían que ya hay una barrera en la zona.

Luego vino la reacción a esta cobertura. Twitter se ha vuelto loco. Es muy satisfactorio tener tantos comentarios sobre tu trabajo.

Y también está el simple lujo de hacerlo. Cuando trabajas en una agencia de noticias como AFP, rara vez puedes pasar tanto tiempo haciendo una misma historia. Me tomé diez días para hacer esta. Ha sido una increíble oportunidad y todo ese tiempo nos permitió mostrar cómo son las cosas en el terreno. Por eso pensamos que los comentarios han sido geniales. Espero que tengamos la oportunidad de hacer algo así otra vez. 

Un sofá abandonado en la valla fronteriza de la localidad de Tecate, California, el 14 de febrero de 2017. (AFP / Jim Watson)

 

Recorrer despacio la línea de la muerte

Por Guillermo Arias y Yuri Cortez

Yuri: Cuando me hablaron de hacer este proyecto, pensé que conduciría a lo largo de la frontera todo el rato. Pero enseguida me di cuenta de que no era una buena idea. La situación es tan peligrosa del lado mexicano de la frontera, que se necesita a alguien que conozca la zona. Así es como decidí que viniera Guillermo. Lleva años viviendo y trabajando cerca de la frontera, conoce muy bien el terreno y tiene contactos. Me uniría a él al final de recorrido.

Los Algodones, México, el 15 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)

Guillermo: Llevo viviendo y trabajando en la frontera 14 años y estoy por terminar un libro sobre el "muro". He estado en casi todos los lugares por los que hicimos el recorrido. Cuando me invitaron a participar en AFP Border Project 2017 me pareció una gran idea y excelente forma de mostrar las interacciones cotidianas entre los dos países de una forma clara, así como una forma de mostrar el muro “existente”.

El aspecto más difícil del lado mexicano es la seguridad. Los carteles de la droga controlan la mayoría de la zona y algunos territorios son muy disputados. Tienen ojos y oídos en todas partes. Cuando ven a alguien nuevo tomando fotos, se ponen muy nerviosos. Hay que tener mucho cuidado con lo que se hace.

Yuri: Cuando llegas a un sitio nuevo, es importante conocer a la gente –en la calle, en el parque--, hablar con ellos sobre la situación del lugar que visitas. Es muy importante para la seguridad. Conocí a un hombre en Nuevo Laredo, uno de los lugares más peligrosos que hay en la frontera, y me dijo mientras hablábamos: “Ahora está muy tranquilo, durante el día está bien. Pero por la noche es peligroso. Es como una ciudad fantasma”.

Una fotografía de 1939 del puente internacional en Nuevo Laredo en un estacionamiento, el 22 de febrero de 2017. (AFP / Yuri Cortez)

La frontera con Estados Unidos es como la línea de la muerte para los migrantes. Primero está la geografía, la mayoría de la zona que bordea la frontera es desierto, lo que aumenta la dificultad de cruzarla. Luego está la criminalidad de los cárteles de la droga del lado mexicano, que hace más vulnerables a los sin papeles, y la patrulla fronteriza del lado estadounidense.

Los traficantes de droga controlan la zona y los “halcones” (espías) informan a los narcos de todos los movimientos que se registran, incluido a dónde va la gente y con quién habla.

Soy de El Salvador y cada vez que estoy en la frontera pienso en lo difícil que debe ser para los migrantes de Centroamérica llegar hasta aquí. Yo llego en unas horas. Ellos tienen que cruzar todo México sin documentación legal, expuestos a la corrupción de las autoridades locales, los delincuentes y los cárteles. Cuando crucé de Ciudad Juárez a El Paso, un agente de inmigración me dijo: “Qué raro es ver a un salvadoreño cruzando con visado”.

Vendedores usan la valla fronteriza para exhibir sus productos en Mexicali, México, el 14 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)

Guillermo: Normalmente cuando llego a un sitio, hablo con la gente para que sepan lo que estoy haciendo. Es importante no enviar un mensaje erróneo porque los cárteles no bromean. Puedes acabar muerto. Suelo necesitar un par de días para que se acostumbren a mi presencia y trabajar sin problemas.

Pero en este proyecto concreto no tenían este lujo. Fue muy rápido porque seguíamos a Jim del otro lado de la frontera. En algunos sitios con suerte teníamos dos horas para fotografiar. Fue algo que me preocupó, para ser sincero. Por suerte, no tuve muchos problemas.

Pero a mitad de camino, en Nogales, viví uno de los momentos más escalofriantes desde que soy reportero.

Guillermo: Estaba tomando imágenes con la última luz del atardecer en la calle Internacional, que está justo en la frontera. Había unas pinturas en el cerco limítrofe que me parecieron interesantes. En la misma zona donde la Patrulla Fronteriza (Borde Patrol) disparó contra un chico de 16 años en 2012. Y donde también, unos meses atrás, la televisión local difundió unas imágenes que mostraban a gente traficando drogas. Creo que eso puso a la gente que controla la zona en un estado de rechazo a la prensa. Muchas veces pasan cosas sin que te des cuenta. Por eso hay que tener mucho cuidado y hacer contactos antes.

Nogales, Arizona, vista desde Nogales, Sonora, el 17 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)

Cuando estaba fotografiando, se detuvo a unos pasos de mí una camioneta azul con los cristales tintados y luces encendidas. Oí los neumáticos chirriar. Se detuvo. No podía ver nada por los cristales tintados. Nadie salió. Tomé mi última imagen y caminé despacio hacia mi coche. Cuando me moví, la camioneta comenzó a seguirme. Me paré a hacer otra foto. Y el auto finalmente se fue.

Entonces apareció otro vehículo, una camioneta que también tenía los cristales tintados. Se detuvo en una esquina cercana con las luces encendidas. Tomé una nueva imagen y me dije que era tiempo de volver al hotel. En cuanto arranqué comenzó a seguirme. Conduje lentamente, muy lentamente, como a 10 km/h. El coche me seguía.

Conduje así de lento por dos motivos. Primero, porque si no era un asunto conmigo al final se cansaría y me pasaría. Cuando alguien te sigue a 10 km/h durante 15 cuadras, es que realmente te está siguiendo. Y segundo, es muy importante no correr en este tipo de situaciones porque en cuanto corres te conviertes en una presa.

Al final, el coche también se fue. Me dejaron ir. Pero el mensaje fue bastante claro: “Te estamos siguiendo y te estamos vigilando”.

Hacía mucho tiempo que no vivía algo así y, para ser sincero, me puso muy nervioso. La mayoría de veces mandan a alguien para advertirte. Es más fácil, porque tienes a alguien delante de tí con quien puedes interactuar. Puedes explicar lo que estás haciendo y puedes preguntar incluso qué no debes hacer para no tener problemas. ¿Pero esto? Esto dio realmente mucho miedo.

Un oso de peluche atado a un poste cerca de la barrera en Douglas, Arizona, el 17 de febrero de 2017, del lado estadounidense de la frontera. (AFP / Jim Watson)

Después de esto, hablé con un periodista local y decidí conducir la mayoría del trayecto del lado estadounidense y cruzar a México sólo para tomar fotos para este proyecto. Cuando crucé desde Nogales para ir a Douglas, Arizona, sentí mucha rabia.

Estaba muy enfadado porque me sentí más seguro del lado estadounidense que en mi propio país. “Cómo puede ser?”, me pregunté. México es un gran país, con buenas personas, pero hemos sido secuestrados, los criminales han tomado nuestro país.

Guillermo: El sentimiento generalizado que encontré en esta travesía es que la gente y las drogas seguirán cruzando la frontera con o sin muro, por arriba y por abajo. He trabajado en la frontera muchos años y muchas cosas han cambiado en este tiempo: más barreras, más vallas, más agentes de seguridad, menos inmigrantes, más narcos. Lo que no ha cambiado son las dinámicas fronterizas. Las ciudades fronterizas son dependientes las unas de las otras, ya sean por las miles de personas que cruzan cada día de Tijuana para trabajar en San Diego o los estadounidenses jubilados que van a Algodones para atenderse con un dentista barato.

El problema más grave y que tiene a las comunidades mexicanas en vilo es el tráfico de droga y todas las consecuencias que derivan de esta actividad.

Yuri: Desde el lado mexicano, se puede ver la fuerte presencia de los agentes de la Patrulla Fronteriza con sus vehículos, cámaras o sistemas de seguridad. Desde fuera parece que hay mucho control.

La barrera fronteriza en Puerto Palomas, México, el 19 de febrero de 2017. (AFP / Yuri Cortez)

Guillermo: Los verdaderos “bad hombres” mexicanos, como dice el presidente estadounidense Donald Trump, no cruzan la frontera ni se arriesgan a ser detenidos en Estados Unidos, ellos se quedan en su reino de impunidad en México, desde donde  envían la droga al mayor consumidor del mundo y controlan el tráfico de personas.

Mucha de esa droga cruza cercos o muros, pero también entra por puertos fronterizos. Es transportada en las espaldas de personas que atraviesan el desierto caminando, pero también es transportada por ciudadanos estadounidenses “honorables” hasta las grandes metrópolis. 

La mayoría de agentes fronterizos estadounidenses con los que he hablado no creen que el muro sea necesario, aunque les gustaría tener más personal como para formar un muro humano, en sentido figurado. En muchos lugares, hay barreras naturales, como el río o las montañas. O sea que la barrera física no es necesaria. En otros lados tampoco es necesaria porque los migrantes tardan varios días andando para llegar a algún pueblo o carretera, donde generalmente los agentes de fronterizos los esperan para detenerles.

Guillermo: Algo sorprendente de la frontera, es que miles de ciudadanos norteamericanos cruzan hacia México por medicinas y atención médica que les son imposibles de pagar en su país. Por ejemplo, en la ciudad de Algodones hay muchos jubilados estadounidenses que van al dentista o compran medicinas, mucho más baratas del lado mexicano.

Visitantes estadounidenses sentados cerca de una tienda de recuerdos y una clínica dental en la ciudad mexicana de Los Algodones, el 15 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)

Durante éste viaje confirmé que al grueso de la población que vive en la frontera no le interesa migrar a Estados Unidos, incluso muchos de ellos ni siquiera les interesa trabajar allá. Como Héctor Muñoz Zaragoza, un guardia de seguridad de mediana edad en Agua Prieta. Llegó hace dos años y no está interesado en cruzar a Estados Unidos.

Conoces a mucha gente que ha sido deportada. Como Luis Manuel Testa, que fue deportado en septiembre de 2016 y ahora reside en Nogales. Vivió 32 años en Estados Unidos y no quiere volver a Acapulco, su ciudad natal, porque toda su familia está en el vecino del norte. Desde que fue deportado ha intentado muchas veces volver a cruzar, pero sin éxito.

Junior Rodríguez, deportado en 2011 tras ser detenido en estado de embriaguez (DUI) bajo el gobierno del demócrata Barack Obama, llevaba 31 años en Estados Unidos y decidió quedarse en Tijuana para poder estar más cerca de su familia, que vive en California.

Un hombre camina hacia México por el puente internacional en El Paso, en Ciudad Juárez, el 20 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)
Un anciano de 84 años sentado en una plaza de la localidad fronteriza las Piedras Negras, México, el 21 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)

 

A veces te enteras de cosas inesperadas. Una camarera en Puerto Palomas me contó que, tras perder a dos hijos durante el parto en México, recibió tratamiento médico en Estados Unidos para su tercer embarazo. Acabó dando a luz a una niña perfectamente saludable. Su familia es nacionalista y su hija es la única persona de su entorno nacida en Estados Unidos.

 

También puedes cruzarte con un halo de normalidad. Como cuando conocimos a dos adolescentes en Ojinada en nuestro octavo día de misión. Abraham Vázquez, de 17 años, un joven que aspira a ser cantante, estaba siendo grabado por su amigo José Chacón, de 15 años, a orillas del Río Bravo. Fue una bocanada de aire fresco, iba más allá de la política, la migración y el narcotráfico.

Guillermo: Este viaje también ha servido para ser testigo de la belleza de esta zona. Me gustó especialmente el desierto. Es increíble. Hay arena, cactus, montañas. Me encantó el paisaje. No es solo una imagen, es un conjunto de imágenes que te acompañan durante todo el viaje.

Yuri: Intentamos mostrar otras cosas, más allá de la cara de la inmigración para reflejar la increíble belleza del lugar. Los ríos, los puentes. Tomamos algunas imágenes con drones, que muestran más de lo que normalmente vemos.

Guillermo: Una de las cosas más bizarras que encontré fue en la pequeña localidad de Altar. En las décadas de 1990 y 2000 solía ser el pueblo desde donde más inmigrantes de reunían, antes de lanzarse a cruzar la frontera por el desierto. Ya desde aquella época los migrantes tenían que pagar cuotas para pasar por el único camino que lleva al desierto del Sásabe. 

En el centro de la ciudad hay muchas tiendas que venden cosas para migrantes. La primera vez que estuve, en 2004, la plaza del pueblo y las tiendas estaban llenas de personas preparándose para cruzar que compraban mochilas, botellas de agua y otros productos. 

Ahora, las tiendas lucen vacías y casi todo lo que venden tienen tela de camuflaje. Tampoco se ven estos grupos de migrantes alrededor de la plaza principal. Me impactó cómo han cambiado las cosas. Antes todo giraba en torno a la gente que iba acruzar el desierto para llegar a Estados Unidos. Ahora es un pueblo más “modernizado”, donde  los narcos controlan la zona y obligan a la gente a transportar drogas al otro lado de la frontera. Se ha visto a esta gente en cámaras ocultas, caminando por el desierto con mochilas grandes llenas de droga. Los migrantes no tienen elección, pagan o cargan droga.

Mochilas y ropa de camuflaje en venta en una tienda de Altar, México, el 16 de febrero de 2017. (AFP / Guillermo Arias)

Guillermo: Lo más sorprendente que vimos fue cerca de Ojinaga. 

Yuri: Al principio pensamos que era alguien pescando, pero cuando nos acercamos vimos que era una chica.

Me di cuenta de que llevaba a su bebé y que iba a cruzar el río.

Guillermo: Detuvimos el coche e intentamos no llamar la atención. De pronto se metió en el agua y comenzó a caminar, con su bebé en brazos. No nos acercamos porque no queríamos delatarla,  ni tampoco queríamos se asustara y que se le cayera el bebé.

Yuri: Fue increíble. Caminaba con mucha seguridad, paso a paso. Mucha gente muere cruzando el río. Pero estaba muy tranquila en cada paso que daba, con su bebé en brazos. Pensé que estaba loca. Nunca había visto algo así.

Guillermo: Estaba más preocupado por si se le caía el bebé que por tomar fotos. Quise mantener el momento noticioso, no quise intervenir. Fue muy duro para mí. Hace 15 años me hubiese lanzado al río con lente gran angular y hubiese hecho todas estas fotos  dramáticas de la mujer con su bebé en brazos en primer plano. Pero ahora estaba más preocupado por no intervenir el momento, no molestarla ni asustarla. Tal vez me estoy haciendo viejo.

Fue la cosa más loca que vi durante este proyecto. No te esperas ver a una mujer meterse en el río con su bebé en brazos y alcanzar la otra orilla.

Este blog fue escrito en colaboración con Yana Dlugy en París.

Jim Watson
Yuri CORTEZ
Guillermo Arias