Círculo vicioso
San Salvador - Me llevaron por pasillos angostos, oscuros y laberínticos, y de golpe vi la escena. Sobresalían solo algunas manos y piernas de los barrotes azules. Hombres amontonados en celdas de ocho por cuatro metros de profundidad, o incluso más chicas, de tres metros por dos. Con sus mascarillas, shorts blancos, sin camisa, la mayoría descalzos. El aire húmedo y caliente de septiembre estaba cargado del sudor de los cuerpos y de olor a orina.
Me han preguntado si se trataba de una puesta en escena. Pero creo que realmente viven así, practicamente en jaulas.
Cuando los vi me recordó otra imagen de otro reportaje sobre la captura del líder de Sendero Luminoso en Perú, Abimael Guzmán, en 1992. El entonces presidente, Alberto Fujimori lo presentó en una jaula.
Todos estos hombres, muchos con la cabeza rapada y el cuerpo cubierto de tatuajes son miembros de las maras, bandas criminales profundamente arraigadas en mi país, que han prosperado también en Honduras y Guatemala.
Estos prisioneros son principalmente de la llamada Mara Salvatrucha o MS-13 y Barrio 18, pandillas rivales también arraigadas en Los Ángeles, California, donde emigrantes salvadoreños pobres formaron o se unieron a estos grupos hace casi medio siglo, en la década de 1980. En Estados Unidos también han tenido luchas mortales y están en la mira de la justicia estadounidense.
El contexto de la visita es particular, incluso puede parecer paradójico.
En general las autoridades penitenciarias abren las cárceles a la prensa para demostrar que respetan los derechos humanos y que los presos son tratados con dignidad. Pero en este caso, el objetivo era demostrar un trato duro y severo, en respuesta a una investigación de un respetado medio salvadoreño, El Faro, según la cual el gobierno de Nayib Bukele, elegido bajo la promesa de aplicar mano dura contra las pandillas, había estado secretamente negociando con ellas y en ese marco dando beneficios en las cárceles.
Durante las visitas, sacaron a prisioneros apenas vestidos para demostrar el rigor de las requisas: así es como verifican si no esconden droga, teléfonos o armas artesanales.
Me quedé impactado, primero pensando en el espacio tan pequeño y sobrepoblado en el que se encontraban los reos. También con sus miradas, algunas desafiantes, como si quisieran identificarme. Muchas muy intensas. Pero tuve que centrarme muy rápido ya que tenía poco tiempo para tomar las fotografías y hacer mi trabajo. Entonces busqué con la mirada una visión gran angular para escoger el cuadro de mis fotos.
Las celdas tenían un barril chico con poca agua teniendo en cuenta la cantidad de ocupantes. No había presencia de más objetos para tratar de componer una foto distinta y contrastar con algún elemento de fuera. Vi también ese teléfono público absurdo que para nada servía.
Se estima que 17.000 miembros de las bandas, que cuentan con al menos 70.000, están encarcelados. En algunos casos siguen dirigiendo las operaciones desde sus celdas y se ha destapado más de un escándalo sobre su vida en la cárcel, con acceso a prostitutas y drogas. Cuando las bandas negocian con el gobierno secretamente o no es a cambio de beneficios penitenciarios.
Un reportaje como este es complejo y parte de los retos que los fotoperiodistas enfrentamos. Buscamos la manera de minimizar el irrespeto al ser humano, a su integridad. Para eso usamos la luz, a veces la poca luz, o la mucha luz. Como profesional trato de retratar lo que veo y lo que siento para que la gente conozca y se exprese.
Yo soy salvadoreño, pero llevaba muchos años desligado de la cobertura de mi país, haciendo reportajes en muchos otros lugares: Iraq, México, Venezuela, mundiales de fútbol… Ahora he vuelto a pasar una temporada en mi país y veo como las pandillas se han vuelto grandes y que controlan territorios enteros. En algunos casos han expulsado a barrios completos de sus casas, cobran servicios de energía eléctrica, de agua, y los vehículos repartidores de productos.
Hace poco hicimos un reportaje con Médicos Sin Fronteras, que dicen ser prácticamente los únicos autorizados a ingresar ambulancias a las zonas controladas por las maras, debiendo someterse a sus reglas para brindar servicio a la población.
La mayoría de los reclusos son personas implicadas en actos de violencia, en algunos casos homicidios, extorsiones.
Las bandas han sido acusadas de desaparecer a personas, de estar involucradas en el tráfico humano, en el crimen organizado. El Salvador es uno de los países más violentos del mundo, con una tasa de homicidios en 2019 que alcanzó 35 por 100.000.
A veces también se adivina esa historia en los tatuajes que los presos muestran con orgullo. En ellos se descubre a qué banda pertenecen, en qué creen y a veces incluso alardean de cuantas personas han matado. Vi uno por ejemplo dedicado a la Santa Muerte, otros a la Virgen de Guadalupe. El principal punto es la identificación con la pandilla a la que pertenecen. ¡Es casi una obligación!
Cuando aumentan los homicidios, el gobierno contesta con un endurecimiento de las medidas carcelarias. Por ejemplo, hace poco, se cubrieron las celdas con láminas y se dejó una rendija en lo alto apenas para que quedara algo de luz.
Pero me da mucha tristeza que este país sea visto solo así. Compañeros de fuera me dicen en son de broma muchas veces: “ah, mira allí viene la mara Salvatrucha”. Es triste que el país sea reconocido solo por este tipo de situaciones. Aquí tenemos las mejores playas para surfear a nivel centro-americano, hay naturaleza, cantidad de lugares turísticos no explotados, que no tienen los accesos que deberían.
Hace dos años, en el Mundial de Rusia, una foto mía dio la vuelta al mundo. La gente decía: “que bueno que a nivel internacional un salvadoreño tenga una nota positiva, que se nombre El Salvador no por una tragedia, no por pandillas, sino por algo positivo”.
La solución parte de la educación y de la atención a los niños, también en materia de salud. La falta de oportunidades de trabajo, la falta de seguridad, hace que muchos padres de familia emigren en busca del sueño americano. Se genera una disgregación familiar que es semilla del crecimiento de las pandillas. Un círculo vicioso de violencia y tristeza.