En Unstad, en las islas noruegas de Lofoten el 9 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

Surfistas polares

UNSTAD (Noruega), 30 de marzo de 2016 - Cuando se habla de surf, se piensa generalmente en el calor del verano, la arena, el sol. No en el círculo polar ártico, en la nieve o en auroras boreales. Así que cuando me enteré de que el surf se practica también en el Ártico, me dije que tenía un buen tema. Y descubrí que la persona que surfea montado en una ola de agua helada del Gran Norte no es diferente de sus correligionarios de Hawai y de las playas de Portugal. El espíritu es el mismo.

La primera vez que vine a Noruega para ver el surf ártico fue el año pasado. Había pasado cuatro días en la playa Unstad en las islas Lofoten, a 150 kilómetros al norte del círculo polar ártico. Pero fue a mediados de abril y prácticamente toda la nieve se había derretido. Me prometí volver cuando todavía fuera pleno invierno y el paisaje a mi alrededor de color blanco.

Una aurora boreal vista desde la playa nevada de Unstad el 10 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

Ahora hace diez días que estoy aquí. Me alojo en una pequeña cabaña de madera rodeada de campos y montañas. El invierno noruego no es tan terrible como me imaginé, y estoy acostumbrado a los climas fríos por haber trabajado antes durante dos años como fotógrafo en los países escandinavos. Además, no hace tanto frío en las Lofoten. Es gracias a la corriente del Golfo, una corriente cálida que atraviesa el Atlántico y pasa por el lado oeste de Noruega. El termómetro, en esta temporada, puede bajar a menos diez grados cuando el viento empieza a soplar, pero si no por lo general desciende uno o dos grados por debajo de cero. El mar suele tener una temperatura en torno a los cinco grados. Llega a los dos grados durante el verano.

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Aunque no mucha gente ha oído hablar de surf en clima frío, lejos está de tratarse de un fenómeno nuevo. En Noruega existe por lo menos desde 1962. El año pasado conocí al pionero del surf en las Lofoten, que debe tener en torno a los 70 años. Con un grupo de amigos, comenzaron con tablas hechas de poliestireno y papel de periódico mojado.

El instructor de surf Tommy Olsen mira a sus alumnos en su primer curso cerca de la playa de Unstad, el 9 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

Especialmente en los últimos años, las Islas Lofoten se han vuelto muy populares entre los surfistas, amateurs o profesionales. Las olas son excelentes, de clase mundial. Se parecen a las que se pueden encontrar en Florida o en la costa atlántica francesa.

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El surf ártico tiene sus incondicionales. A medida que los días se hacen más largos, son más numerosos. Por la mañana nos encontramos casi personas en el agua. Se empieza a llenar alrededor de las 16 o 17 horas, cuando los habitantes del lugar salen del trabajo y van al mar. Cerca de las 19 horas es la hora punta en las olas. El surf aquí es un poco parte de la cultura, y no faltan lugares. Conozco al menos cinco o seis que son realmente formidables.

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También hay un número considerable de surfistas. Un día, cuando llegué, me encontré con un grupo compuesto solo por mujeres que, guiadas por dos instructores, estaban aprendiendo a surfear en el mar helado. Hacía tres o cuatro grados bajo cero, pero eso no parecía molestar a nadie. De hecho descubrí que a muchas mujeres les gusta practicar surf en el frío.

Primera clase a un grupo de surfistas noruegas principiantes en la playa de Unstad, el 9 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

Como quería aprovechar la mayor parte de mi estancia en Noruega, empecé a explorar el terreno tan pronto llegué aquí. Cuando llegué, me lancé a caminar en la nieve, en el medio de la nada. A mi alrededor se levantaban montañas completamente blancas, en un silencio extraordinario. Lamenté que ninguna fotografía pueda mostrar con exactitud los tonos exactos del cielo como se ve directamente.

Una cabaña de pesca en la orilla de un fiordo en Svolvær, Lofoten, 12 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

El tiempo, en el Gran Norte, cambia muy rápidamente y eso puede convertirse en un problema para un fotógrafo. Se pueden atravesar las cuatro estaciones en un día, y no es fácil prepararse para algo así.

La playa de Flakstad, Lofoten, el 12 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

Por la mañana me levanto alrededor de las cinco o seis. Lo primero que hago es observar el tiempo para determinar en qué lugar voy a tener más oportunidad de sacar buenas fotos. Camino mucho todos los días. Puedo permanecer fuera catorce horas seguidas. Tengo que protegerme del frío y de los vientos polares usando varias capas de ropa, guantes calientes y por supuesto un pasamontañas. Luego, agarro mi equipo -que incluye tres cámaras reflex, un dron, seis objetivos, una luz de apoyo, un trípode, un estuche impermeable y mi traje de neopreno. Dejo mi cabaña a las siete de la mañana y no regreso hasta después de la medianoche, y con frecuencia a las dos o tres de la mañana. Durante cinco días, el aprovechamiento frenético del tiempo me obliga a comer solamente pan y yogur líquido.

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Me dirijo a mi primer punto de la jornada, con la esperanza de encontrar a los surfistas matinales. A veces no encuentro una sola persona en las olas. Si me gusta el lugar y el tiempo está suficientemente estable, si el viento no es demasiado fuerte y si las olas son buenas, espero paciente la llegada de otros surfistas. De lo contrario, voy a otro lugar, y así sucesivamente durante todo el día. Es el ritmo de mi día a día. Dependo de las condiciones meteorológicas.

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Crecí cerca del océano, pasé mi infancia en las olas y este placer sigue arraigado en mí. Empecé a surfear cuando tenía 16 años, y luego me pasé al windsurf. Pero realmente empecé a interesarme por fotografiar el surf hace unos diez años, gracias a un memorable encuentro con el triple campeón del mundo Tom Curren. Con mi experiencia, sé qué esperar cuando voy a entrar al agua para tomar fotos..

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En estas ocasiones, uso una especie de traje de buceo reforzado diseñado para el agua muy fría, con una capucha integrada. Puedo quedarme varias horas en el mar helado únicamente con mi cara descubierta, sin sufrir por el frío. Sólo los calambres me obligan a veces a salir.

Selfie en el mar helado (AFP / Olivier Morin)

Por lo general, me meto en el océano llevando un solo aparato protegido por una carcasa resistente al agua, y espero dentro del agua que se produzca una buena oportunidad para hacer una foto. Me voy hasta a 50 o 60 metros de la orilla, es decir, no muy lejos. Me quedo flotando y me dejo llevar por las olas, tratando de acercarme lo más posible a los surfistas. A veces me encuentro nada más que a un metro de ellos cuando saco la foto. Así que tengo que tener mucho cuidado no sólo de no ser golpeado por un surfista que viene a toda velocidad, sino también de no dejarme llevar por la corriente. Físicamente es muy exigente. Es esencial tener las condiciones y ser un nadador experimentado para poder ir contra las trampas de las olas.

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Antes de lanzarme al agua, lo hago todos los ajustes para no tener que hacerlo adentro. Así no tengo más que preocuparse por el encuadre y la luz. Todo consiste en esperar el momento en que los colores, en las olas, estén bien equilibrados. Es lo mismo que para sacar fotos en cualquier mar, salvo que aquí hay que ser muy cuidadoso con el frío, que puede rápidamente volverse fatal.

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En una ocasión me dejé sorprender. Estaba concentrado tomando una foto y pensé que tenía tiempo suficiente para esquivar una ola de alrededor de un metro cincuenta que se dirigía directamente hacia mí. Pero calculé mal la distancia, y la ola reventó sin contemplaciones contra mi cuello y mi espalda. Durante unos diez segundos perdí el equilibrio, fui sacudido bajo el agua, la capucha quedó medio rota. El agua helada me congeló las sienes. No tuve miedo porque soy un buen nadador, pero este doloroso choque térmico me recordó que no tengo derecho al error. No estaba en la costa de las Landas. Aquí mi energía se consumía muy rápidamente a causa del frío, e incluso cuando no hay peligro aparente debo tener cuidado, estar alerta. Obviamente, esto no es una experiencia que recomendaría a un fotógrafo principiante.

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Cuando miro a mi alrededor, siento que esto es Hawai cubierto de nieve. En Hawai también hay montañas y acantilados. Un surfista australiano con quien chateé me dijo que no existe en el mundo ningún punto similar a las Lofoten. Se puede surfear, salir del agua, caminar unos pocos cientos de metros y hacer un poco de esquí de descenso improvisado.

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Es un lugar donde realmente uno no espera encontrar surfistas y, sin embargo, del que muchos de ellos se enamoran. Algunos vienen de California o Australia. Claro, es duro. El viento helado muerde sin piedad la cara y el mar es realmente helado, a veces peligroso. Pero bajo la superficie hay una claridad increíble, que corta el aliento. Y cuando uno sale del agua sólo piensa en una cosa: volver.

Al surf, a veces le sigue una sesión de sauna que te regenera. Y nos depara sorpresas constantemente. Como ocurrió en el primer encuentro que tuve durante mi estancia: una comadreja del Ártico apareció entre dos rocas cubiertas de nieve la primera vez que me aventuré a salir. Se acercó suficiente a mí como para poderle tomar algunas fotos antes de que se fuera.

Una comadreja del Ártico en Unstad, Lofoten, el 8 de marzo de 2016 (AFP / Olivier Morin)

También vi mis primeras auroras boreales. Aunque viví dos años en los países escandinavos, nunca había tenido la oportunidad de observar este fenómeno. Y aquí vi tres, una tras otra. Un espectáculo mágico, eufórico, como si alguien hubiera encendido la luz del cielo por la noche.

Olivier Morin es un fotógrafo de la AFP vinculado a la oficina de Milán. Síguelo en Twitter (@afpolm) e Instagram. Este artículo fue escrito con Solange Uwimana en París.

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Olivier Morin