Una ventana al alma de Cuba
LA HABANA, 5 de abril de 2016 - Muchos comparan al Malecón, el magnífico y decadente paseo marítimo de La Habana, con una ventana al alma de Cuba. Por lo que durante la histórica visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a la isla comunista, fui a echar un vistazo, y me encontré un alma preocupada, excitada e inquieta.
Los residentes de La Habana tienen todo tipo de motivos para acudir al Malecón.
La mayoría lo visita simplemente porque este muro frente al Caribe ofrece aire fresco y un espacio para quedar con otras personas que quieren relajarse, al margen de la abarrotada ciudad.
En un país en el que la población gana una media de 20 dólares al mes y vive, a menudo, en pequeños apartamentos subdivididos, muchos van al Malecón porque no tienen otra cosa mejor que hacer.
Pescadores, prostitutas y sueños
También están los pescadores y las prostitutas. Los primeros intentando conseguir comida extra o sacar algún beneficio al mar. Las segundas patrullando en el paseo con el ojo puesto en los cada vez más numerosos turistas extranjeros.
Y por último están los soñadores, que llegan a contemplar el mar.
En Cuba, esa vista al mar está llena de esperanza y de una cruel realidad. Durante décadas, los residentes de La Habana se apoyaban en este muro mientras fantaseaban con escapar a través del Estrecho de Florida en busca de una nueva vida, alejada de la represión política, la pobreza y el aislamiento provocado por el embargo estadounidense.
Miles de personas lo arriesgaron todo, algunas en embarcaciones hechos apenas con algunos tubos de poliestileno. Algunos fueron atrapados, otros se ahogaron y otros fueron devorados por tiburones.
Pero hoy, los cubanos ven algo más ahí fuera: la perspectiva de que las nuevas relaciones con Estados Unidos revitalicen el país, de modo que en lugar de refugiados huyendo, turistas e inversores lleguen a la isla.
Un silencio inquietante
Cuando Obama llegó hace dos semanas, yo esperaba que el Malecón estuviera lleno de gente intentando ver al presidente en su limusina blindada, “la Bestia”, de camino a su primer evento, un paseo por La Habana Vieja.
Pero el Malecón estaba vacío. No tranquilo, sino desierto, como en una escena posapocalíptica.
Al principio lo achaqué a la inusual lluvia que cayó al mediodía, pero eso no podía explicar por qué una ciudad rebosante de entusiasmo de cara a la primera visita de un presidente estadounidense en 88 años estuviera, de repente, tan sombría.
Después mire más de cerca a las pocas personas que habían salido. Algunos eran turistas, pero el resto eran policías de paisano.
Con sus duras miradas y cuerpos atléticos, resaltaban. Y estaban en todas partes, en cada calle y cada esquina.
En un intento desesperado por entrevistar a un cubano que no fuera un policía, me acerqué a un grupo de unas 20 personas que se refugiaba de la lluvia bajo una parada de autobuses.
Allí había estadounidenses, franceses, españoles y dos policías de paisano. Pero también me crucé con Ariel Hernández, ingeniero civil de 42 años, un verdadero cubano.
“Ellos no quieren que estemos cerca de la visita”, dijo Hernández. Por “ellos” se refería no sólo a la policía, si no al mismo presidente Raúl Castro. ”Puede que me hayan dejado llegar aquí porque, con mi mochila, creen que soy un turista”.
El intento del gobierno de separar a Obama de los cubanos persistió durante su visita de tres días. Obama se encontró con muchas personas, a las puertas de la histórica catedral y en un juego de béisbol, por ejemplo. Pero eran muchedumbres autorizadas, que cumplían con un papel meramente decorativo.
A pesar de que estas medidas que no sorprendieron, son tristes. Después de todo, se trata de un gobierno surgido de un levantamiento en armas contra un dictador, en una revolución que aún mitifican los medios del país.
Pero, así como Raúl Castro demostró su habilidad para controlar las calles, su intento de controlar el ánimo de la gente no tuvo éxito.
Hernández, quien se escondía tanto de la lluvia como de la policía, estaba extasiado de que con su visita a Cuba Obama hubiera roto con casi 60 años de alejamiento y propaganda al visitar La Habana.
“Desde que era un niño he escuchado la historia de la revolución y siempre ha sido una historia contra Estados Unidos”, dijo Hernández. “Es un momento realmente histórico”.
El optimismo, incluso la alegría, por las perspectivas de reconciliación con el viejo enemigo fueron imposibles de acallar.
Cuando Obama y Castro realizaron una rueda de prensa conjunta, retransmitida por primera vez en directo en la televisión nacional, los cubanos fueron invitados a presenciar el sorprendente contraste entre el presidente de Estados Unidos, a menudo respondiendo con humor a las preguntas, mientras que su propio líder parecía un anciano gruñón.
Más tarde, Obama dio un discurso retransmitido también en directo. Cuando pidió democracia para la isla, parte de la audiencia –-aunque elegida a dedo-- se lanzó a aplaudirle, algo que Castro no pudo prevenir.
Como un Mesías
Pero la visita de Obama no fue la única que sacudió la isla recientemente.
Al poco de que el presidente estadounidense dejara Cuba, la legendaria banda the Rolling Stones aterrizaba.
En Europa o Estados Unidos, los Stones pueden rozar la autoparodia, ya que sacan a relucir décadas de edad. Pero en Cuba -donde nunca habían podido tocar y donde previamente los fans que querían disfrutar de su música, debían escucharla a puerta cerrada- fueron dinamita.
“Como el Mesías”, me dijo un cubano.
El concierto fue gratuito, por lo que una multitud llenó el complejo y más tarde los tejados de los alrededores. Cuando Mick Jagger –cuya música estuvo censurada por estar vinculada con el enemigo imperialista y con la "desviación" ideológica- dijo: "Por fin los tiempos están cambiando", la multitud lo celebró extasiada.
Por supuesto, Obama se fue, al igual que los Stones, dejando de nuevo solos a los cubanos y su revolución. Pero a medida que todo vuelve a la rutina, en el Malecón, donde cientos de personas se reúnen para charlar, coquetear, escuchar música o mirar hacia el mar, parece claro que la isla nunca será la misma.
La revolución cubana, como se enseñó a todos los niños en la isla, arrancó en la Sierra Maestra.
¿Quién sabe? La próxima podría simplemente comenzar entre todas aquellas personas con grandes sueños y nada que hacer en el Malecón.
Sebastian Smith es corresponsal de AFP en Rio de Janeiro.