Un espejo de la realidad

Lo primero que hago cuando regreso de una cobertura del frente, en Siria, es ir a casa de mi hermana a jugar con mi sobrino Jan que tiene un año. Después de haber visto tanto horror, me reconforta pasar un rato con él. Sin embargo, a veces, cuando le veo reírse, bien alimentado, seguro y en buena salud, me vienen a la mente las imágenes de los otros niños, de niños descalzos cubiertos de polvo, con la mirada triste, que se protegen la cara con las manos ante una tempestad de arena. Esto me parte el corazón.

 
Una niña desplazada observa la tormenta de arena en el campo al-Mabrouka de la localidad siria de Ras al-Ain, en la frontera con Turquía, el 23 de abril de 2017 (AFP / Delil Souleiman)
(AFP / Delil Souleiman)

Los niños son un espejo de la realidad, ya sea alegre o triste, y la reflejan sin artificios ni engaños.

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Probablemente se trate de algo más fuerte que ellos, pero lo cierto es que son espontáneos y auténticos, y eso hace que sus fotos sean más poderosas, sea cual sea el tema o el lugar. Esto es especialmente palpable en la guerra. No tienen ninguna responsabilidad del conflicto pero son sus primeras víctimas y la ilustración más auténtica de sus horrores.

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Desde mi punto de vista, los críos son los más afectados por el terror de la guerra en Siria. No sólo afecta a su equilibrio psicológico y a su sentido de la seguridad, sino que además son testigos de los sufrimientos y de las angustias que impactan a los adultos, impresiones les perseguirán durante todo su crecimiento hasta que ellos sean adultos también.

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Los niños no son difíciles de fotografiar. Algunos tienen miedo del material a causa de los grandes objetivos, así que para ganarme su confianza les dejo mi aparato para que fotografíen a su familia y a sus amigos. Cuando les saco fotos, siempre les dejo mirar sus imágenes, lo que les pone muy contentos y siempre piden más. Tengo la suerte de contar con la ayuda de mi mujer en este asunto ya que ella se dedica a investigar los efectos de la guerra en la infancia, y hablamos mucho sobre cuál es la mejor forma de acercarse a los niños en una zona de conflicto. Es uno de tantos temas que nos mantiene unidos.

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Comunicarme con la infancia me procura más placer que comunicarme con los adultos porque los adultos pueden esconder cosas pero los niños son espontáneos. Esto es lo que hay de mágico en ellos.

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He fotografiado mucha miseria y mucho dolor, pero aún así siguen afectándome muchas de las escenas que capturo con mi objetivo. Especialmente la infancia. A veces se me saltan las lágrimas al ver cómo los pequeños se han habituado al dolor y a la miseria.

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En algunas ocasiones, cuando voy a pulsar el disparador de mi cámara, ya sé que la imagen va a tener un efecto muy fuerte en quienes la vean. Yo no tengo hijos, pero me pregunto cuál habría sido su destino en esta región, escenario de tantos problemas y conflictos.

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Creo que la gente que ve las imágenes de los pequeños sirios queda más impactada que con las de los adultos. Bueno, depende de qué gente. Quienes son responsables de este conflicto, quienes consiguen algún provecho, no sienten nada, pero los otros, la gente más humana, si compara estos niños con los que ellos conocen, pueden quedar muy afectados.

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Recuerdo a uno de mis colegas que vino a cubrir el conflicto que me dijo: “Te afecta verdaderamente una vez que eres padre. Es entonces cuando puedes comprender el dolor de ver a un niño morir en una explosión o vivir en un campo de refugiados”.

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Guardo muchas de estas imágenes en la cabeza. El niño de pie delante de su madre esperando la distribución de comida. 

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Otro niño desnudo, corriendo en un campo porque el calor del sol es tan abrasador que se quema la planta de los pies, u otro pequeño que llora mientras su madre le explica que, como no ha comido los últimos tres días, no tiene leche en los senos. Y tantos otros…

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También he sido testigo de escenas de esperanza. Hace poco tiempo estaba en el campo de Aïn Issa, cuando llegó un camión procedente de Raqa. Los pasajeros tenían los rostros cubiertos de polvo pero, en cuanto los niños descendieron, dos de ellos empezaron a jugar a la peonza, un juguete que fue muy popular pero que dejamos de ver cuando internet y los videojuegos llegaron a esta esquina del mundo.

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No obstante, es más difícil recordar las imágenes alegres que las tristes. Las primeras se desvanecen. Incluso en bodas o en acontecimientos festivos, que se supone que tienen que ser motivo de alegría, se lanzan disparos al aire para expresar el júbilo y los niños se asustan.

A medida que Siria se sumerge más y más en el caos, el conflicto va destruyendo las esperanzas de la juventud y la infancia, su futuro educativo, social y psicológico, y vulnera todos sus deseos. Este conflicto afecta incluso a mi voluntad de tener hijos. Uno no sabe con qué tipo de futuro se van a encontrar.

Este blog se ha escrito con Yana Dlugy en Paris y con Amir Makar en Nicosia. 

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