El bosque silencioso
Pedrogão (Portugal) -- Es un sábado estival que comienza con una fiesta, el termómetro marca 42 grados, el cielo está de un azul brillante y salgo de casa con la misión de cubrir el desfile del orgullo LGBT. No imagino ni por un segundo que este día va a marcar mi existencia tanto personal como profesional. Sin embargo, cuando cae la tarde, nos enteramos de que un incendio forestal en el centro del país ha provocado 29 muertos.
Viene siendo una rutina. Cada verano, desde hace cuatro años, me encargo de cubrir incendios que a veces devoran extensiones enormes de bosque. Pero en esta ocasión es diferente, esta misión no tiene nada que ver con lo habitual.
Portugal es un país pequeño con una actualidad fácilmente previsible alrededor de temas clásicos como la política, la economía o el fútbol y con muy pocos fotógrafos que formamos una comunidad bastante unida.
La mayoría estábamos cubriendo el desfile y en un momento dado, a la vista del intenso calor, mencionamos la posibilidad de que se produjeran incendios así que cuando la fiesta terminó, nos pasamos la consigna: “el primero que escuche algo, que avise a los otros”.
La noticia me llegó después de las once de la noche con la llamada de un colega: “Hay 29 muertos por un incendio forestal en Pedrogão Grande”.
Llamé inmediatamente a Thomas Cabral, un periodista de la oficina de Lisboa, a nuestro stringer Jérôme Pin, y salimos rumbo al fuego.
Avisé también a una colega de otra agencia con la que nos comprometimos a estar en contacto. Mi experiencia de las coberturas de incendios es que es vital poder intercambiar información en toda confianza con los colegas. Somos competencia y cada uno trabaja por su lado, pero es tremendamente útil saber dónde está el incendio y qué dirección tomar.
Cuando llegamos a Pedrogão Grande, nos encontramos con la carretera cortada y buscamos a los bomberos pero lo primero que vimos fueron unas enormes columnas de humo que se alzaban en el cielo y a los habitantes de la zona observando el fuego desde el borde de la ruta. Nadie se atrevía a quedarse en casa con el incendio tan cerca.
Seguimos avanzando y llegamos a un claro, en Penela, donde los bomberos asistían, impotentes, al avance de las llamas. El fuego era demasiado grande y estaba demasiado instalado en el bosque como para que los bomberos pudieran hacer nada.
Sin embargo, el lugar se encuentra extrañamente tranquilo, casi silencioso. Apenas se escuchan los chasquidos ocasionales de la madera y el sonido particular del avance de las olas de fuego.
El bosque se quema, los bomberos se toman algún descanso y yo hago fotos. El reflejo del incendio en el agua me hace pensar en las tarjetas postales antiguas.
Cuando se levanta el día, retomamos la ruta para buscar informaciones y decidir en qué lugares vamos a trabajar.
Thomas va al volante, Jérôme de copiloto y yo voy en el asiento de atrás cuando por fin tomamos la ruta IC8. Aunque está cortada, nos sumamos a una hilera de vehículos de emergencia y conseguimos franquear los obstáculos.
La luz del día nos muestra un paisaje calcinado, sumergido en un silencio total. Los policías que vamos encontrando a lo largo del camino nos avisan de que hay cuerpos tendidos en el suelo y entonces vemos uno, cubierto con una tela, en el medio de la carretera.
Regresamos al coche y entonces el silencio cobra todo su sentido.
Necesitamos transmitir la información pero no tenemos señal de internet y, como mucho, conseguimos una señal de teléfono móvil bastante errática. En varias ocasiones tenemos que elegir entre transmitir los datos o permanecer en la ubicación para no perder información, y vamos encontrando los mismos problemas para enviar texto, fotos, o videos. En cuanto podemos, transmitimos todo lo que tenemos y seguimos trabajando de esta forma, en equipo.
Thomas titulará su reportaje: « La carretera del infierno ». Un total de 47 personas han muerto al tratar de escapar de los incendios en coche, abrasadas o asfixiadas en sus vehículos y, en total, 64 personas murieron y 204 resultaron heridas tras la tragedia.
Solo quedan restos calcinados ante los que se van juntando los habitantes que responden a las preguntas de los periodistas.
Una mujer me hace señales con los brazos y me dice: “Señorita, venga a ver esto, he perdido mi camión, mi coche… Salí de casa para ayudar a la gente que había en la carretera, las personas ardían”.
Anabela Silva me tira del brazo y me muestra lo que queda de su vehículo calcinado: «No se lo puede imaginar, nadie puede… el incendio estaba fuera de control, no podíamos salvar a esa gente, no había ni un solo bombero».
En los días que siguen, escuchamos muchas historias similares, de mares de fuego que se llevan las vidas de los habitantes.
Parece que las condiciones meteorológicas poco habituales fueron determinantes y que las altísimas temperaturas atizaron las llamas provocadas por los rayos.
Mi primera jornada, tan larga, termina en una habitación de hotel en Castelo Branco. No sé cómo lo hemos hecho pero el equipo se ha mantenido unido a pesar del estrés, el miedo y el cansancio y, desde Lisboa y España, han llegado de refuerzo Miguel Riopa, Francisco Leong, Marianne Barriaux y Noemi Gragera.
A pesar de eso, del compañerismo y de toda la ayuda, cuando uno se encuentra solo en su habitación y trata de dormir no es fácil, las imágenes del día te asaltan inevitablemente.
Mucho más allá de todas las fotos que he sacado, lo que he percibido con mis sentidos es lo que permanece fijo en mi memoria: el olor del aire, el humo en los ojos, la dificultad de respirar y todas las historias que me han llegado, tan fuertes y numerosas, todas esas cosas que llegan al corazón y que hace falta enfrentar después, solo.
En más de una ocasión tuve que contener las lágrimas al escuchar a la gente explicar que no sabían cómo iban a reanudar el ritmo de su existencia. Muchos habían perdido familiares, otros habían perdido amigos y la mayoría se habia quedado sin pertenencias.
Ahora muchas preguntas se plantean de nuevo y se sigue buscando a los responsables, pero sobre esto yo tengo mi teoría.
Solo hablamos del bosque durante la estación de los incendios, pero no se trata de luchar contra el fuego, sino de prevenirlo. Si plantamos eucaliptos, por ejemplo, se favorece a la industria papelera pero son árboles que arden muy fácilmente.
La Naturaleza se ha llevado algunas vidas humanas con este incendio pero ella también es víctima de las imposiciones del hombre. Tendríamos que pensar con más frecuencia cómo la tratamos y deberíamos de respetarla y de ocuparnos mejor de ella. De esta forma, quizás en el futuro sabremos acomodarnos a los dramas que tal vez nos reserva…