Perdiendo la cabeza
Lo que desespera de los refugiados que están meses están atascados en la frontera entre Grecia y Macedonia es que realmente se puede percibir cómo lentamente van perdiendo la cabeza.
He cubierto esta crisis migratoria durante años y en diferentes lugares: la de aquellos que se desplazan dentro de Siria, los que escapan de las zonas de guerra a través de los alambres de púas en la frontera turca, de los que llegan a las costas europeas después de peligrosas travesías marítimas y en la isla griega de Lesbos.
Ahora estoy en el pueblo griego de Indomeni, cerca de la frontera con Macedonia.
Hay cerca de 11.000 personas varadas aquí. Es el cuello de botella que se creó después de que varios países cerraran sus fronteras para clausurar la ruta de los Balcanes, a través de la cual el año pasado miles de personas que huían de la guerra y la pobreza en lugares como Siria, Irak y Afganistán lograron llegar a diferentes países europeos.
En todos los lugares en los que he estado la crisis tiene un rostro diferente.
Pero lo que hay que entender aquí es que el panorama es desolador. Estas personas dejaron atrás países arrasados por las guerras, realizaron peligrosos viajes con sus hijos a hombros. Y ahora se encuentran en medio de Europa, viviendo en condiciones muy parecidas a las que habían dejado atrás, con las puertas de Europa cerradas y sin la menor idea de lo que ocurrirá a en el futuro.
Algunos de ellos están aquí desde hace dos o tres meses. Sólo esperando y sin saber qué pasará. ¿Podrán ingresar a algún país europeo, como miles antes que ellos? ¿Serán devueltos a Turquía? ¿Tendrán que regresar a sus países?
De modo que están perdiendo la cabeza. ¿Qué otra cosa se podía esperar? A cualquiera le pasaría lo mismo en su situación. Su comportamiento cambia día a día. También el mío. Yo apenas estoy haciendo mi trabajo, incluso me estoy acostumbrado a estas situaciones después de haber cubierto tantas. Durante las dos semanas que estuve allí, supe que estaría temporariamente y que luego volvería a casa con mi familia. Pero incluso yo me fui deprimiendo y volviendo más agresivo cada día que pasaba.
La atmósfera en el campo de refugiados no está simplemente en el aire, sno que pesa, aplasta.
Y luego están las condiciones. ¡En qué condiciones vive esta gente! Ni siquiera sé qué palabras emplear para describirlas. Las mismas condiciones de los campos de refugiados en Siria. Y Siria ha estado guerra en los últimos cinco años.
Lo primero que choca es el olor, una mezcla de olor a baño público y olor corporal. Las personas viven, duermen y comen cerca de los sanitarios. Se podría decir que viven, duermen y comen en medio de los baños. ¿Qué más se puede agregar? Esto debería ser suficiente. No hay suficientes duchas, no hay suficientes lavabos. Hay períodos en los que ni siquiera hay agua. Todo el lugar carece de las mínimas condiciones de higiene.
El olor –la fetidez en verdad – es denso y está por todas partes. Los niños se enferman. He visto estas condiciones en zonas de guerra, pero ahora las veo en medio de Europa. Es la vergüenza de Europa. Estas personas están viviendo como ganado –y lo digo con todo respeto por ellos--, están viviendo como si aún estuvieran en medio de la guerra en Siria.
Y luego está su vida cotidiana, si es que así se la puede llamar. Van de la cola de la comida a la cola de la comida, en las que se entregan alimentos suministrados por ONGs.
No hay otra cosa que hacer que ocuparse de las necesidades básicas. Y esperar. ¿Se lo pueden imaginar? No tener nada que hacer en todo el día, excepto asistir a la muerte lenta de los propios sueños y esperanzas, a pesar de todos los sacrificios que se han hecho para llegar hasta aquí. Y sin siquiera saber que pasará a continuación.
Estas personas dedicaron mucho dinero y tiempo, asumieron riesgos enormes, gastaron los ahorros de toda una vida. Y no quieren regresar. Primero de todo, porque no hay nada por lo que regresar y, segundo, porque entonces ¿para qué hicieron todos estos sacrificios?
Como periodista también es difícil, porque la gente lo ve a uno como una suerte de salvador. Casi cada día las personas me preguntan “”¿cuándo abrirán las puertas?, ¿qué pasará con nosotros?” . No sé qué decirles, simplemente no lo sé.
"¿Cómo voy a empujar a una persona para obtener comida?"
¿Quieren saber a qué se parece la vida aquí? Tengo una amiga, una mujer kurda de Siria cuyo marido se fue hace seis meses a Europa. Ahora está en Alemania y las mandó a buscar a ella y a sus hijos. Atravesó Siria y quedó atrapada en la frontera durante dos meses, a la espera de ir a Alemania y juntarse con su marido.
Va hasta la fila de los alimentos y las personas que están allí comienzan a golpearse y empujarse unos a otros para obtener comida.
Me dice: "jamás golpeé a nadie en mi vida para tener comida, simplemente no lo puedo hacer. Ni siquiera aquí, sencillamente no lo puedo hacer.
¿Cómo voy a empujar a una persona para obtener comida?". De modo que hubo días en los que no pudo comer. Así es como vive la gente en los campos.
Y están los niños. Los niños son los que más te afectan de toda esta historia. Son los que quedan en tu mente cuando vuelves a casa. Especialmente si uno mismo tiene hijos pequeños.
Sencillamente los niños se están volviendo locos en los campos. No van a la escuela. ¿Saben lo que ocurre cuando los niños no van a la escuela?
Cambia su conducta. Realmente se puede sentir cómo va cambiando su mente.
Juegan en medio de las vías férreas, en el fango. No tienen nada que hacer. Vienen y te tocan, te empujan, te gritan. ¿Qué otra cosa se puede esperar?
Mi amiga kurda tiene un hijo de 8 años y una hija de 14. A causa de la guerra estuvieron entre dos y tres años sin ir a la escuela. Está realmente preocupada por ellos. No aprenden nada, dice, ¿qué va a ser de ellos?
Y como corolario, los gases lacrimógenos de una semana atrás. Un grupo de personas intentó cruzar por la fuerza la frontera cerrada e ingresar a Macedonia, pero los soldados lanzaron gases lacrimógenos y dispararon balas de goma hiriendo a varias decenas de personas, atendidas luego por personal de ONGs.
¿Se lo pueden imaginar? Atravesaron el infierno, viven en condiciones horrorosas, no tienen idea de lo que ocurrirá con ellos y además son reprimidos con gases lacrimógenos. Es una locura. ¿Quién no perdería la cabeza en esas condiciones?
Este artículo fue escrito con Yana Dlugy en París.