¿Y si fuera mi bebé?
ÇANAKKALE (Turquía), 1 de febrero de 2016 – Cuando llego a la playa, el primer cadáver que veo es el de un bebé. Debe tener nueve o diez meses, está abrigado y lleva un gorro. A su lado hay otro niño, de entre ocho o nueve años, y una mujer, que puede ser su madre.
En ese momento no sé qué hacer. Tomo algunas fotos. Recorro la playa, veo el cuerpo de otro pequeño sobre una roca. Después tendré pesadillas, estaré durante horas sin poder hablar, pero en ese instante no siento nada en particular. La policía turca está ocupada de recogiendo otros ahogados varados sobre la playa después del naufragio de la noche anterior. Hay tantos cadáveres… Que no logro contarlos.
Por el momento nadie se ocupa del bebé muerto. Así que vuelvo a él y durante tal vez una hora, me quedo a su lado, en silencio. Yo tengo dos hijos, una niña de ocho años y un pequeño bebé de cinco meses. Me pregunto ¿qué haría si ese bebé fuera mío? Me pregunto ¿qué está pasando con la humanidad?.
Desde hace días me encuentro en la región de Çannakale, sobre la costa turca del mar Egeo, donde se congregan miles de refugiados sirios, iraquíes y de otros lugares buscan llegar a la isla griega de Lesbos, situada justo en frente. La situación es muy tensa aquí.
La víspera, fui al bosque adonde varias decenas de migrantes se retiraron después de ser estafados por los barqueros. Estos últimos les hicieron pagar una fortuna para embarcar en un bote hacia Grecia, pero cuando llegó el momento la embarcación era más pequeña de lo esperado. Ante el temor de hundirse, los migrantes se negaron a subir. Se enfrentaron con los barqueros, quienes les amenazaron con armas de fuego.
Un grupo de refugiados esperan en un bosque cerca de la costa, después de ser estafados por barqueros turcos, el 29 de enero de 2016 (AFP / Ozan Köse)
Es este campamento improvisado donde se calientan alrededor de una fogata, esperan encontrar un nuevo bote hacia Europa. Los refugiados estuvieron felices de verme, de hablar de sus problemas. Los niños preguntaban sin cesar a sus padres: ¿Entonces, ahora es cuando subimos al bote?.
Algunas de estas personas que encontré en el bosque ¿ocuparon un lugar a bordo de un viejo catamarán sobrecargado, la noche del 29 al 30 de enero, con el clima en calma a unos cientos de metros de la costa? Sin duda. Puede ser. Imposible saberlo.
Es sábado en la mañana, me despierto sobresaltado hacia las siete escuchando varias sirenas de ambulancias. Mi hotel está justo a lado de la base de la guardia costera. Alguna cosa grave debe haber pasado.
Cuando llegué a la base, una lanzadera acababa de atracar. Los cuerpos envueltos en sobres de plástico son descargados. Cuento una decena. Hay muchos sobrevivientes también, entre ellos muchas mujeres y niños. Me acerco. Ellos vienen de Siria, Irak, Afganistán, pero también de Birmania y de Bangladesh. Están en estado de shock. Ellos me cuentan que hacía un buen día, que el mar estaba tranquilo, pero que eran demasiados en el barco. Era una pequeña embarcación diseñada para pasear turistas, por lo que la capacidad era 20 o 30 pasajeros como máximo. Cuando se hundió, más de cien migrantes estaban a bordo. Cada uno había pagado 1.200 euros a los barqueros.
Los sobrevivientes son llevados por la policía para ser interrogados, y yo decido acercarme al lugar del naufragio. El drama se produce a menos de un kilómetro de la costa, cerca de la ciudad de Bademli. Cuando llego al lugar, veo los restos de barco sumergido a medias y a la deriva, a unos cincuenta metros de la orilla. La playa de guijarros está llena de chalecos salvavidas, de objetos personales y de cadáveres rechazados por las olas frías del mar Egeo, como el del bebé junto al cual me encuentro.
Durante mi carrera de fotoperiodista he cubierto crisis, disturbios, atentados. Ya he visto muertos. Pero esto, es lo peor del todo. Al mirar esos pequeños cuerpos, me preguntó ¿por qué todo esto? ¿Por qué esta guerra interminable en Siria? Siento rabia, siento rabia contra todos esos políticos que han causado esta tragedia, contra los barqueros que envían a tanta gente a la muerte.
Después un policía llega, levanta el bebé y lo pone en un saco de plástico, Él también llora.
Ozan Köse es un fotógrafo de la AFP en Estambul. Sígalo en Twitter (@ozannkosee). Este artículo fue escrito con Roland de Courson en París. Lea el texto original en francés.