Escapar por el ojo de una aguja
AKCAKALE, Turquía, 16 de junio de 2015 - Hemos pasado cerca de una semana cerca de la frontera entre Turquía y Siria. Desde donde nos encontramos, vemos la ciudad siria de Tall Abyad, por cuyo control luchan las fuerzas kurdas y los yihadistas del grupo Estado Islámico.
Miles de personas han huido de los combates, con la esperanza de llegar a Turquía, donde ya hay 1,8 millones de refugiados sirios, de los cuales 13.500 provienen justamente de Tall Abyad. Pero en estos días, el gobierno de Ankara ha decidido cerrar la frontera ante el temor de un desborde debido a la llegada en masa de refugiados.
Las cosas comenzaron a volverse dramáticas el sábado 13 de junio. Manejábamos cerca de la frontera en busca de refugiados cuando escuchamos que mucha gente estaba llegando al puesto de Akcakale. Descubrimos entonces a un enorme grupo de personas que bajaba de una colina, mientras que los soldados turcos les lanzaban agua y hacían disparos al aire para tratar de mantenerlos alejados de la cerca.
Esa noche se acercan siete u ocho combatientes del EI. Nos ven mientras tomamos fotos. Se ríen y gesticulan hacia nosotros. ¿Tratan de decirnos algo o solamente asustarnos?
Le ordenan a la gente que se disperse y regrese a Tall Abyad. Al cabo de veinte minutos se van, y los aspirantes a cruzar la frontera vuelven a aparecer exactamente como antes.
El domingo volvemos al puesto fronterizo de Akcakale. Suponemos que encontraremos del lado sirio tanta gente como el día anterior. Pero no hay nadie. Según las informaciones que nos llegan, los yijadistas impiden a la población acercarse a Turquía. Empiezo a creer que hemos venido para nada.
De pronto, veo a algunas personas en la cima de una colina. Al principio me parecen pobladores que pasan por el lugar. Pero luego aparecen otros y después otros más. Pronto serán miles de hombres, mujeres y niños con bolsos en los que llevan sus efectos personales que surgen de detrás de la colina y se dirigen a la frontera.
Todo ocurre en cinco minutos. Es como una película de Hollywood, una gran producción, es imposible de imaginar. Desde el lado turco, la gente empieza a correr hasta la cerca para ayudarlos. Y yo corro con ellos. Los soldados turcos nos gritan, pero no escucho.
Veo a los sirios que llevan herramientas para cortar la cerca. Al principio hacen un agujero grande lo suficiente para dejar pasar a una persona. Se empujan unos a otros, cinco personas, diez. Tratan desesperadamente de entrar a Turquía a través de este pequeño pasadizo.
Luego logran tumbar parte de la cerca y todos comienzan a pasar. Es increíble. Casi todas las mujeres llevan a algún niño. Hay muchos niños. ¿Se puede imaginar algo así? Tener cinco años y quedarse con ese recuerdo para siempre.
Veo cómo a algunos niños se les desgarran las ropas, pero afortunadamente ninguno sufre heridas graves. Ya del lado turco se presenta un segundo obstáculo: las zanjas fronterizas. Algunos se lanzan dentro, tratan de cruzarlas por sus propios medios. Para evitar peligros mayores, las autoridades turcas deciden finalmente abrir la frontera y ayudar a todos a entrar ordenadamente.
Hace cuatro años que tomo fotos de los refugiados sirios en la frontera. Estuve en la batalla de Kobane, que causó el éxodo de 200.000 personas. Pero en esta ocasión es diferente. Nunca hasta ahora había visto algo igual, miles de personas que huyen de su propio país por una brecha tan exigua.
No tengo tiempo de hablar con ellos, puedo ver el miedo en sus rostros. Lloran, se empujan. Las familias hacen esfuerzos desesperados por mantenerse juntas, por no perder a un niño en el tumulto.
Todavía puedo ver a entre 1.000 y 1.500 personas amontonadas del lado sirio, con la esperanza de que Turquía abra nuevamente la frontera. También veo a combatientes kurdos que se acercan al lugar donde nos encontramos. Se escucha el ruido de un mortero en la lejanía.
Cuando se trabaja en la frontera de un país en guerra hay que estar atentos. Usualmente, los soldados turcos nos impiden acercarnos a las cercas, y yo respeto esa orden. Pero ahora todo ha cambiado. En medio del caos, las autoridades nos permiten hacer nuestro trabajo. Cuando 2.000 refugiados saltan a la vez la frontera, simplemente ninguna regla se mantiene.
Bulent Kilic es un fotógrafo de AFP radicado en Estambul