Morir por ser periodista

“Que nos maten a todos, si esa es la condena a muerte por reportear este infierno. No al silencio”.

Las palabras son la mejor arma de un periodista y Javier Valdez no pudo ser más claro cuando asesinaron a su compañera Miroslava Breach a finales de marzo. Como él, informaba sobre crimen organizado, narcotráfico y todo tipo de temas que ensombrecen a México. “La mataron por lengua larga”, sostuvo.

Casi dos meses más tarde, su nombre pasó a formar parte de la lista de más de 100 reporteros que han perdido la vida por su profesión desde el 2000 en México, el tercer país más peligroso del mundo para ser periodista después de Siria y Afganistán, según Reporteros Sin Fronteras (RSF).

El 15 de mayo le dispararon 12 veces a plena luz del día en Culiacán (Sinaloa), su ciudad natal. Tenía 50 años, era padre de familia y hace poco tiempo habían empezado las amenazas.

Javier Valdez habla en la presentación de su libro "Huerfanos del Narco", el 27 de noviembre de 2016. (AFP / Hector Guerrero)

La noticia de su muerte cayó como un jarro de agua fría en la redacción de la AFP, con la cual colaboraba desde hacía más de 10 años. Nos invadió la sorpresa, luego la consternación, más tarde la contención. “¡No puede ser!”, se oyó decir. Nos comunicamos con su familia, hablamos con colegas, consultamos a las autoridades: nuestro objetivo era tratar con el mayor respeto un acontecimiento tan cruel y doloroso. Pero, ¡qué difícil es informar sobre el asesinato de un compañero!

Ya sea en carne propia o por la experiencia de algún colega, un periodista en México sabe lo que es el peligro. En la AFP, algunos lo han experimentado. Dos días antes de la muerte de Valdez, nuestro colaborador en Guerrero, Sergio Ocampo, fue secuestrado junto a grupo de periodistas durante unas horas por una banda criminal. Les robaron el material y les amenazaron con quemarles vivos. Al final les soltaron bajo la amenaza de volver a capturarlos si hablaban con las autoridades. Todo quedó en un susto, pero un susto que deja huella.

Con Valdez el desenlace fue desgarrador. Conocido como uno de los mayores referentes del periodismo de investigación en México, Valdez era dueño de una privilegiada red de contactos. Su estilo combinaba el reporterismo con la prosa, una mezcla poderosa para contar los despropósitos que vivía su región.

También era corresponsal del diario nacional La Jornada y escribía en Ríodoce, el semanario que creó junto a varios socios en 2003 para denunciar los problemas que padece Sinaloa, un auténtico altavoz frente a la censura que se autoimponen muchos medios en este país.

“Nos convertimos en las víctimas de las que siempre hablaba Javier”, reconoció su viuda, Griselda Triana, cuando un equipo de la AFP la visitó en su casa pocos días después de la tragedia.

Amigos y familiares de Javier Valdez en Culiacán, Sinaloa, México, el 16 de mayo de 2017 (AFP / Hector Parra)
Velas y retratos de periodistas mexicanos en una protesta para pedir al gobierno mexicano que atrape a los asesinos de Javier Valdez, en México DF, el 16 de mayo de 2017 (AFP / Alfredo Estrella)

 

El descontrol de la violencia derivada del tráfico de drogas copó gran parte de las casi tres décadas de carrera de Valdez. Para la AFP narró las sangrientas pugnas entre bandas rivales que luchan por hacerse con las rutas de las sustancias ilícitas, la impunidad y los incontables asesinatos vinculados a estos problemas endémicos.

 

Era accesible, formal, discreto, cumplidor y fuente inacabable de información y dio valiosísimos consejos a los reporteros de la AFP que se desplazaban a Sinaloa para hacer reportajes. Su trayectoria le valió premios internacionales como los concedidos por el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) y la Universidad estadounidense de Columbia.

 

Su aportación fue sumamente importante para comprender las consecuencias que tuvo la caída de “El Chapo” para su organización  y su posterior extradición a Estados Unidos este año. Su último trabajo trató sobre la guerra interna por el liderazgo del cártel desatada desde que fue sacado de México.

“El cártel de Sinaloa se compone de varios grupos o empresas”, contó Valdez. Pero “el sucesor de Guzmán saldrá del grupo que él dirigía”, aseguró, citando fuentes conocedoras del caso.

Esta batalla dio pie a que lograra entrevistar para Ríodoce a Dámaso López, alias “El Licenciado”, mano derecha de “El Chapo” y al frente de una de las facciones que buscan dirigir la organización. Sus palabras no gustaron a los hijos de Guzmán. “El contexto en el que matan a Javier se va prefigurando" tras publicar la entrevista, contó a la AFP Ismael Bojórquez, uno de los fundadores del semanario.

Poco después comenzaron las amenazas, la inseguridad, el miedo. Estaba meditando la oferta de su periódico para trasladarse a otro estado o incluso salir del país.

“El lunes (el mismo día del asesinato) todavía tocamos el tema” en la reunión editorial de Ríodoce, recordó Bojórquez. “Le pregunté que cómo iba con eso y dos horas después… nos vimos muy lentos” para insistir en que se marchara.

Cámaras y fotos de periodistas asesinados recientemente en México, en una protesta en México DF, el 16 de mayo de 2017. (AFP / Yuri Cortez)

El asesinato de Valdez provocó una ola de indignación global. La AFP y el resto de medios extranjeros basados en México emitieron un comunicado exigiendo a las autoridades que asuman su responsabilidad. La prensa local se sumó posteriormente al llamamiento. La presión y la conmoción a flor de piel obligaron al presidente Enrique Peña Nieto a prometer más protección y acción contra la impunidad, una declaración inédita desde que asumió el poder en diciembre de 2012.

El periodista Noé Zavaleta, corresponsal en el convulso estado Veracruz (este) para la revista de investigación Proceso, relató hace unas semanas a la AFP que decidió seguir trabajando pese al miedo. Desde hace casi diez meses vive con protección federal, tras ser amenazado por personas vinculadas al gobierno estatal y haber tenido que abandonar su ciudad a toda prisa al descubrir que desconocidos merodeaban su casa.

Algunos periodistas muestran fotos de colegas recientemente asesinados en Ciudad de México, el 16 de mayo de 2017. (AFP / Yuri Cortez)

La representante de RSF en México, Balbina Flores, es otro ejemplo de los estragos de las amenazas. En 2015 decidió dejar temporalmente su cargo al frente de la ONG en México tras un año custodiada por un guardaespaldas. El cártel “La Familia Michoacana” la llamó para decirle que sabían todo de ella. “Tú decides”, le advirtieron.

"Tu estructura personal, emocional se rompe porque en el fondo no sabes si esa amenaza se puede concretar”, explicó a la AFP. “Cuando un periodista es objeto de una amenaza, si no hace un alto en ese camino corre un riesgo y el riesgo es que te instales en que siempre vas a estar amenazado (…) Hay casos en México de periodistas que están en el psiquiátrico, que están con problemas de insomnio, que tienen problemas de alcoholismo, que tienen problemas de ataques de pánico, que están separados de su familia. Eso es consecuencia de la violencia que tú vives”, subrayó.

Una taza de café, agua y el diario con la historia de su muerte en la mesa del café que frecuentaba Javier, el 16 de mayo de 2017. (AFP / Yuri Cortez)

El tiempo jugó en contra de Valdez. Una vez más los actos criminales se adelantaron. Con él ya van cinco reporteros asesinados en México en lo que va de 2017, más un escritor que tenía un programa de radio. La incertidumbre sigue impuesta ¿Qué hace falta para detener estos asesinatos?