Reyerta en la cárcel

He cubierto decenas y decenas de protestas en los ocho años que llevo trabajando como fotógrafo de noticias, pero la protesta de guardias de la enorme cárcel de Fleury-Merogis, en Francia, fue otro nivel.

Los guardias de prisión no son el típico manifestante. No son como los jóvenes de los barrios deprimidos de la periferia parisina y, menos aún, tratándose de los guardianes de la cárcel de Fleury-Merogis, la mayor de Francia y de Europa, que alberga a 4.000 presos. Esos tipos se pasan los días vigilando a criminales en unas instalaciones sobrepobladas. Después de que seis guardias resultaran heridos en una refriega con los presos, el colectivo convocó una huelga a mediados de abril, bloquearon el acceso a la prisión y fui a cubrir la protesta.

Guardias de la prisión de Fleury-Merogis protestan a las afueras del edificio, cerca de París, el 10 de abril de 2017. (AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

Llegué al final de la tarde y encontré varios cientos de guardias en la única ruta que lleva a la prisión. El ambiente era bastante cordial, pero se veía que esos tipos iban en serio. Bajo un cielo soleado, preparaban una posible confrontación con la policía, que se esperaba que fuera enviada para despejar el camino al centro penitenciario.

Pusieron grandes contenedores de basura en la ruta.

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

Apilaron montones de neumáticos.

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

Prepararon contenedores con gasolina para incendiar las barricadas.

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)
(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

 

En resumen, estos tipos no andaban con rodeos y estaban preparados. Algunos de ellos hasta llevaban parches en los que se veía una feroz pantera mostrando sus garras y rodeada por la frase “La administración penitenciaria, en cólera”.

 

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

Pero el ambiente seguía siendo relajado y fluido, y hasta un tipo enorme me entregó una máscara para que me protegiera en caso de que se lanzaran gases lacrimógenos, al ver que me había olvidado la mía en la oficina.

Hacia las ocho de la noche, un tipo del sindicato llamado Marcel se levantó para motivar a las "tropas".

“¡Van a sollozar cuando estén rodeados de gas! [Los policías] les acariciarán con las porras. Puede que sientan unas cosquillas, quizás incluso en sus zonas íntimas, ¡pero no se preocupen! ¡Estén siempre pendientes de sus compañeros!”.

El líder de la Union, Marcel Duredon (c), motiva a las tropas al anochecer. (AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

Una hora después se encendió la primera barricada. Algunos de los guardias posaban frente a las llamas para hacerse fotos.

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

De repente, comenzamos a escuchar un sonido rítmico: eran los garrotes de los policías golpeando sus escudos al unísono. La siluetas de unos 50 policías antidisturbios empezaron a emerger entre la luz rojiza de las llamas. También estaban preparados para pelear.

Los guardias se concentraron detrás de la barricada en llamas y empezaron a insultar a los policías.

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

La confrontación era inevitable, y acabó siendo bastante violenta.

Los guardias se unieron agarrándose por los brazos, formando una cadena humana.

Entre los gases lacrimógenos que parecía que caían del cielo y las llamas, la escena era de lo más apocalíptico.

“¡Al fuego no! ¡Al fuego no!”, gritaban los guardias. A medida que la policía avanzaba, ellos tenían que ir retrocediendo y se acercaban peligrosamente cada vez más a la segunda barricada. El calor que emanaba de sus llamas cada vez era más insoportable.

Intentaron aprovechar que eran más numerosos para repeler a la policía, a pesar de que eran aporreados por los agentes, pero la apuesta no dio sus frutos y se vieron obligados a retroceder más. “¡El Estado contra el Estado!”, clamaban.

Habían instalado cuatro barricadas en total, la última de ellas dentro del terreno de la prisión, justo en frente de las puertas de entrada.

Para entonces, los bomberos ya habían llegado al lugar y extinguieron las barricadas, lo que provocó niebla y vapor.

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)

Los guardias, con sus espaldas pegadas al muro, comenzaron a golpear las entradas metálicas de la prisión. Me preguntaba si los presos podrían escuchar desde dentro lo que estaba ocurriendo o si estarían viendo los enfrentamientos por televisión,  y qué pensarían de toda esta historia.

Alrededor de las once de la noche, los funcionarios terminaron su protesta con una sentada y yo aproveché la calma para enviar mis fotos. Uno de ellos se me acercó y me contó que la mayoría de los presos del centro primero golpean y luego preguntan, por lo que es imposible razonar con ellos, y que los guardias ya no podían cachear a los reos después de las visitas familiares, por lo que a veces sus familias pueden pasarles teléfonos, drogas o incluso armas.

Llegué a casa tarde, contento por haber tenido la oportunidad de cubrir algo tan alucinante pero también contento por poder cubrir algo menos estimulante como la inauguración de una presa cerca de París por el presidente francés o una manifestación en la ‘banlieue’...

(AFP / Geoffroy Van Der Hasselt)