Para fumar un porro, inscríbase aquí
Para hablar de una medida así, hay que vivir la experiencia. Así que, obedeciendo a mi conciencia profesional y a mi gusto por el periodismo de terreno, aquí estoy… en la oficina de correos de mi barrio, en Montevideo. Ante mí, la empleada parece algo molesta. La máquina que registra mis huellas dactilares ha escaneado sin problema mi pulgar y mi dedo índice, pero al llegar al anular, se atasca.
Mientras vuelve a poner en marcha el aparato suspirando, observo el gran cartel que, detrás de ella, enumera los productos que está prohibido enviar por correo como, por ejemplo, la droga, representada por un dibujo de una hoja de cannabis.
Y sin embargo, esta funcionaria de aire desilusionado acaba de inscribirme en el registro oficial de consumidores de marihuana, un procedimiento administrativo simple como declarar un cambio de domicilio o a comprar sellos, pero que parece increíble, ya que me da acceso a una droga prohibida en varios países.
Después de todo, por qué no juntar lo útil con lo placentero.
Es 2 de mayo en Uruguay, un pequeño país de 3,4 millones de habitantes ahogado en el continente sudamericano, y se acaba de lanzar la última fase de una ley única en el mundo para que el cannabis se produzca y se venda bajo el control del estado.
A partir de julio, los consumidores que se registren en las oficinas de correos podrán entrar en una farmacia, identificarse con sus huellas dactilares y comprar marihuana por 1,30 dólar el gramo, con el límite de 10 gramos por semana.
Cuando la ley se votó, en diciembre de 2013, apareció en la primera plana de los periódicos de todo el mundo por su carácter innovador.
Detrás de esta idea se encuentra el emblemático expresidente José Mujica, un antiguo guerrillero de 81 años, que se convirtió en el ídolo de los medios con su estilo de vida espartana y su hablar abierto de reformas progresistas como el derecho al aborto, el reconocimiento del matrimonio homosexual o la regulación del mercado de cannabis.
Los uruguayos, por su parte, no eran muy entusiastas: en el momento de su aprobación, según un sondeo, dos tercios de la población rechazaba la ley.
Sin embargo este pequeño país de cientos de kilómetros de playas está lejos de ser contrario a esta sustancia: cuando llegué, en julio de 2014, me sorprendió ver que no era extraño respirar un olor de marihuana por la calle.
Fumar un porro en Uruguay parece la cosa más banal de mundo y es habitual que en las reuniones la droga suave esté presente, muchas veces compartida por varias generaciones.
El cannabis, además, forma parte literalmente del paisaje: en los mercados se vende regularmente jabón de marihuana, y dos marcas de mate - la infusión nacional que todo el mundo en Uruguay, desde el conductor de autobús hasta el estudiante, pasando por la madre de familia y el banquero, toma durante todo el día -, acaban de anunciar que en breve lanzarán al mercado dos versiones con cannabis añadido. Una de ellas, la marca "Abuelita", ilustrada por una abuela sonriente, acompaña el lanzamiento con el siguiente eslogan: "Deja de pensar en vivir y empieza a vivir".
Los uruguayos están acostumbrados desde hace tiempo a una cierta tolerancia para el consumo personal de marihuana, legal desde los años 70, pero quizás haya habido algunas reticencias a la idea de que el Estado legisle sobre el tema.
Sin embargo, a pesar de su desconfianza inicial, se ha permitido la implantación tranquilamente, poco a poco, de las diferentes fases sin protestar: el cultivo a domicilio para el consumo personal, y más tarde la apertura de los clubs de cannabis, donde se cultiva la planta de forma colectiva. En este contexto, en Montevideo las "grow shop", tiendas dedicadas al cannabis, han proliferado estos últimos años.
La parte más difícil ha sido convencer a las farmacias, los templos de la salud, para que vendan marihuana. Muchas se han negado, argumentando que “tampoco venden otras sustancias de usos recreativos como el tabaco o el alcohol", y en todo el país solo 16 han aceptado participar, si bien el estado espera que sean 30 de aquí al mes de julio.
Así que ese martes, entonces, formé parte de los 568 primeros compradores que se registraron oficialmente, según el Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA). El 22 de mayo éramos ya 3.295.
Cuando terminó mi registro en la oficina de correos, la empleada me dio un certificado con un sello de Correos que probaba mi inscripción en el « Registro de cannabis », documento que rápidamente fotografié para enviárselo a mis amigos y compartirlo en Facebook.
Evidentemente todas las reacciones, tanto en la oficina como entre los amigos, fueron pensar que ya tenía la droga en mi poder (aunque la venta comienza en julio) y mofarse de mi “interés profesional”.
Y es que hasta que uno no se instala aquí, no se da cuenta de lo banal que es esta cuestión.
Me acuerdo de la fiesta de cumpleaños de un uruguayo donde estaba toda su familia y, por tanto, todas las generaciones, a la que fui invitada. Al lado de las cervezas había una gran caja llena de marihuana « para compartir », y la gente fumaba delante de sus padres sin ninguna molestia.
En otra fiesta me ofrecieron marihuana "para llevar" así que me la llevé a casa, pero como apenas soy consumidora ocasional, o más bien social, y solo fumo en algunas ocasiones con amigos, la guardé en una caja y la olvidé.
Unas semanas más tarde a mi hija se le cayó un diente de leche y por la noche, cuando pasó el ratón Pérez, busqué una cajita donde guardarlo. Estaba a punto de meterlo en aquella caja cuando sentí el olor y me di cuenta de que ¡era la caja donde había guardado la droga!. Me pareció que no era muy serio guardar un diente de leche entre marihuana.
Mi colega Mauricio Rabuffetti interrogó a los primeros consumidores de marihuana legales, que se suman a los 6.656 que auto-cultivan y a los 52 clubs de cannabis oficiales. “Para mi es mejor, más eficaz y más seguro", le explicó Yamila, una vendedora de 26 años acostumbrada a comprar en el mercado negro.
Al convertirse en el primer país en controlar de principio a fin el cultivo y la comercialización de esta droga, Uruguay tiene exactamente un objetivo: cortar la hierba bajo los pies del narcotráfico, la plaga de América Latina.
Otra de las personas que llegó a inscribirse es Beatriz, de 63 años, y relata la siguiente anécdota: "hace veinte años mi hijo me dijo que probara, y le contesté: ¿quieres que me muera?". Hace cuatro años, esta jubilada dio el paso y desde entonces fuma con sus nietos, y dice con entusiasmo que “¡es bueno para el asma!”.
No obstante, si los turistas desean combinar periplo y marihuana en Uruguay, tendrá que correr de su cuenta: muchos establecimientos dedicados al cannabis han puesto carteles avisando que no pueden beneficiarse de la ley, que está reservada a los uruguayos y a los residentes permanentes. Y a mí esto me viene bien… ya que es mi caso desde hace algunos meses.