Los últimos días en Alepo

Alepo – A veces quiero cerrar los ojos e imaginar que todo lo que pasó fue sólo una pesadilla. Quiero despertar en Alepo seis años atrás.

Generalmente, los fotógrafos y reporteros de guerra son enviados a la primera línea de combate para cubrir un conflicto y regresan a sus hogares cuando su misión termina.

Ese no es mi caso. Viví un infierno y aún no he tenido un respiro. Vivo el presente, pero me precipito hacia lo desconocido.

Ya no aguanto ver las fotos y videos que tomé en Alepo para la AFP. Mi pecho se oprime y me inundan los recuerdos tan hermosos como dolorosos.

Una niña participa en una protesta contra el gobierno en el barrio Bustan al-Qasr de la ciudad de Alepo, el 4 de octubre de 2013. (AFP / Karam Al-masri)
Un niño sirio espera a ser atendido en un hospital tras bombardeos en la zona rebelde de Alepo, el 24 de septiembre de 2016. (AFP / Karam Al-masri)

 

En mi mente, veo los últimos cinco años de mi vida en destellos: una revolución, una rebelión, una guerra y todo mi mundo al revés.

Apenas puedo dormir. Las pesadillas y los sueños hermosos se suceden uno detrás de otro: sueño con Alepo antes de la guerra y luego vienen imágenes de bombardeos y sangre.

Por la noche en Estambul, donde vivo ahora, soy prisionero de mis pensamientos. Parece que no puedo olvidar. Cada gota de sangre vertida quedará para siempre en mi memoria.

Aún no puedo creer que nunca volveré a Siria. Dejé todo atrás: mi casa, mi barrio, mis álbumes de fotos... No pude llevarme un solo recuerdo. Principalmente, no pude despedirme de la tumba de mi madre. Siento una nostalgia indescriptible.

Ojalá pudiera ver de nuevo los rostros cansados de mis vecinos en Alepo. Recuerdo a Abu Omar, que coleccionaba autos vintage y a quien entrevisté para mi primer video reportaje para la AFP en febrero de 2016. Se negó a abandonar la casa donde había crecido. Yo tampoco quería irme.

Tomar fotogafías y cubrir el sufrimiento de la gente en Alepo me ayudó a sobrevivir. Ahora parece que mi vida ya no tiene sentido.

Provincia de Alepo, Gaziantep, Estambul. Cuanto más me alejo de Alepo, más profunda es mi tristeza. Temo no soportarlo, temo sentirme extranjero para siempre.

(AFP / Karam al-Masri)

La última semana que pasé en Alepo, estaba agotado. Me vi obligado a huir sin parar de un lugar a otro. A pesar de los bombardeos, habría preferido quedarme bajo un mismo techo.

A veces no tenía un colchón donde dormir. Otras, no tenía una manta. Dormía en el frio. No comía más que un puñado de dátiles en mal estado. Y comencé a soñar con autobuses verdes (usados por el gobierno sirio en las evacuaciones) para salir de ese infierno.

La última semana en Alepo fue el peor periodo que viví desde el inicio de la guerra. Fue peor incluso que cuando fui detenido por el grupo Estado Islámico.

Me dominaba el miedo, no me atrevía a salir a la calle a tomar fotos. Había masacres. Me perseguía una sola idea: que moriría en mi casa o en mi calle.

Mis miedos quedaron justificados cuando mi casa fue bombardeada. El Ejército se estaba acercando y seguía escuchando que había ejecuciones sumarias. Huí pero no sin antes filmar un último video de mi barrio siendo bombardeado. Dejé todo y estoy destrozado por la culpa.

Me refugié en otro barrio, pero los bombardeos me siguieron. Me llevé solo mis dos cámaras, mi computadora, mi pasaporte y algo de dinero.

En los últimos días perdí todo eso. Fue el golpe fatal.

Un niño llora desconsolado tras perder a un familiar durante un bombardeo en la zona rebelde de Alepo, el 27 de abril de 2016. (AFP / Karam Al-masri)

Lo peor fue perder mi cámara, una Canon 5DMark III que era mi compañía, mi amiga. Cuando iba a la calle a buscar imágenes, la traía siempre conmigo.

Uno de mis últimos días ahí, dejé mis cosas en la casa de un amigo, mientras buscaba internet para enviar unas grabaciones a la AFP. Un estúpido incidente -la fuga diesel de un calentador a gas- causó un incendio que devoró toda la casa, con mis pertenencias adentro.

Nunca habría imaginado que en sólo 15 minutos perdería mi preciada cámara.

Estaba desesperado, no quería vivir más. Había perdido la última cosa a la que me había apegado. No esperaba perder lo que más quería en el mundo en un parpadeo.

Restos de la cámara. (AFP / Karam al-Masri)

¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Por qué la mala suerte me perseguía de esta manera? Me atormentaban estas preguntas porque no paraba de sufrir pérdida tras pérdida.

Empecé a tener ideas locas, como desear que un cohete me matara.

Con el apoyo de los periodistas de la AFP en Beirut, Nicosia y París empecé a sentirme mejor. Poco a poco mi depresión desapareció y comencé a hablar del futuro. Quería vivir.

Dejar Alepo fue como aquel día en el que fui herido en la pierna por un francotirador, en 2014. Los primeros diez segundos no sentí nada. Seguí caminado con la pierna herida porque tenía que huir del francotirador y me escondí en un edificio cercano.

Pero luego comenzó a brotar la sangre y, con ella, el dolor.

Ocurre lo mismo con Alepo. Cuando dejé la ciudad, fue como si estuviera drogado. No sentía nada. Pero al día siguiente, me embargó el dolor del exilio.

¿Cómo podría vivir sin Alepo?

 Todo está perdido. La vida que tenía nunca volverá. Tengo la sensación de que sólo mi cuerpo dejó Alepo. Mi alma sigue allí.

                       El horror desde la lejanía                                 

                                              Por Rana Moussaoui

Beirut -- ¿Qué se le puede decir a un joven periodista en una ciudad asediada, azotada por el hambre, arriesgándose a veces a la muerte y otras veces deseándola?

Nada salvo palabras de aliento, alabanzas a su trabajo, todo superado por una inmensurable sensación impotencia.

“Sé fuerte. Te necesitamos. Sigue luchando. No desistas”.

¿Cuántas veces mis colegas y yo en Beirut enviamos estas palabras a Karam en nuestra correspondencia diaria?

Admiramos a Karam no solo porque sobrevivió al hambre, al miedo y los bombardeos. Es porque a pesar de todo ello, siguió enviándonos historias, detalles desde el terreno, fotos y videos. Constantemente le decíamos que lo único que queríamos saber es que estaba sano y a salvo, que se estaba cuidando y que podía dejar ese infierno.

Un hombre evacúa a una niña de un edificio destruido tras un ataque con bombas de barril del Ejército Sirio en Alepo, el 30 de mayo de 2015. (AFP / Karam Al-masri)

A lo largo de un año, llegamos a conocer a un joven que tiene el periodismo en las venas, sin haber recibido nunca un entrenamiento sobre el terreno.

Después de tomar fotografías, solía volver a casa y confiarnos sus obsesiones sobre que lo mataran o que resultara herido en la calle y nadie lo ayudara.

¿Qué podíamos hacer por él? Ninguna opción parecía realista. Desamparado. El horror desde la lejanía. Su voz sonaba tan cercana y calma que apenas podíamos imaginas su sufrimiento.

En 2014 estaba en Homs, la tercera ciudad de Siria, una semana después de que un histórico acuerdo vio caer el que fue el "corazón de la revolución" ante las fuerzas del gobierno.

Ahí vi la miseria humana en carne y hueso: una pareja de ancianos que se había quedado en su casa durante dos años de hambruna y un devastador asedio.

Pero fue la correspondencia con Karam la que, a pesar de la distancia, me llevó a las profundidades de la desesperación humana.

Karam decía que su situación no era nada comparada con la de las madres que no tenían comida para alimentar a sus bebés.

Junio de 2016. (AFP / Karam Al-masri)

Nosotros veíamos el sufrimiento del pueblo de Alepo a través de los ojos de Karam. Nuestra oficina estaba atormentada. Hasta nuestros familiares se preocupaban por él. Nuestras madres preguntaban si había novedades y aseguraban que rezaban por él.

Cuando el Ejército sirio se acercaba cada vez más a su barrio, decidimos dejar de firmar con su nombre los textos, fotos y videos que producía.

Pero enfureció: “QUIERO poner mi nombre en las historias. Es MI responsabilidad”, insistió. Por supuesto que volvimos a firmar su trabajo.

En particular él quería firmar una historia sobre partes de cuerpos humanos desparramados en las calles de Alepo. Karam había visto las piernas desgarradas de una niña a solo unos metros de él. El nivel de destrucción era inimaginable.

Julio de 2015. (AFP / Karam Al-masri)

Solo llegamos a comprender cuán orgulloso estaba de firmar esas historias hasta esa noche desastrosa, cuando perdió su cámara en un incendio. Por fin entendimos que esa era casi su única razón de vivir.

Esa noche, estaba tan abrumada por la emoción que vomité. Me enviaba mensajes con emoticones llorosos. Para mi también era como vivir en una pesadilla. 

Era demasiado. Después de perder a sus padres, de ser detenido por el régimen y por el grupo Estado Islámico, después de sufrir los estragos del hambre. Ahora esto.

Sabía que teníamos que rescatar a Karam antes de que se hundiera más en ese oscuro abismo.

Hablé con él durante más de dos horas esa noche para hacerle entender que lo que perdió era solo material, que tenía que sobreponerse. Que le daríamos una cámara nueva.

Mis colegas en Beirut, Nicosia e incluso el director general de AFP, quien llamó a Karam, lo intentaron animar. Tenía que sobrevivir… y lo hizo. Estamos indescriptiblemente orgullosos.

Karam se toma una fotografía durante sus últimos días en Alepo, en diciembre de 2016.

A continuación compartimos varios intercambios por Whatsapp con Karam durante los momentos de angustia que condujeron a su evacuación de Alepo. Su red de teléfono no siempre le permitía tener acceso a internet.

Lunes 12 de diciembre de 2016

- Mensaje de voz en el que Karam está jadeante: Bombardearon mi casa. Me voy ahora mismo. No se si sobreviva. Recen por mi.

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- Olvidé mi pasaporte. Volví para buscarlo. Fue un milagro. Vi al Ejército a lo lejos.

- Estoy en la calle. Estoy muy cansado, hay tantas familias igual que yo.

(Envía la fotografía de un anciano)

- Este pobre hombre está tan desorientado. Su familia lo abandonó y huyó. Está muy enfermo. Tiene hambre y frío. Busqué una manta y lo arropé en ella, pero no puedo hacer nada más por él. No tengo nada para comer.

(AFP / Karam al-Masri)

- Hay cadáveres en las calles. Acabo de ver cinco cuerpos. Los gatos se comen sus extremidades. Es horrible.

Martes 13 de diciembre

- Escuché que hay un acuerdo de evacuación ¿Es verdad?.

- La gente está contenta porque se irán y escaparán de la muerte.

- Nunca regresaré a Alepo. Mi barrio, mi casa, solo los veo en mis sueños. Todo desaparecerá. Los álbumes familiares, los juguetes con los que jugaba cuando era pequeño, mis diplomas universitarios. Nunca volveré a ver Alepo.

- ¿A dónde iré?.

Miércoles 14 de diciembre

(Karam nos escribe de noche. Miles de personas esperan a los buses de evacuación).

- Estoy llorando, todos a mi alrededor lloran. La gente quema sus autos y motos. Los rebeldes queman sus armas.

Decenas de sirios abandonan la parte rebelde de Alepo hacia zonas controladas por el gobierno de Bashar al Asad, el 13 de diciembre de 2016. (AFP / Karam Al-masri)

- Escuché que todo se pospuso.

- Tengo tanta hambre que mi estómago está pegado a mi columna.

- Vi heridos durmiendo en el suelo del hospital de Zabdiyé. Hay cadáveres frente al hospital. Nadie viene a enterrarlos.

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- Vi a una mujer cargando a su bebé recién nacido y una caja de leche en polvo. Se tropezó y todo el contenido se derramó en el suelo sucio. Empezó a recogerlo. Era desgarrador. 

- Estoy atrapado en Zabdiyé, no encuentro modo de irme.

- Veo un tanque. Está disparando hacia nosotros.

- Dios mío, está bombardeando mucho. Hay gente herida a mi alrededor.

- Dios mío, avanzan hacia nosotros y no podemos irnos por lo fuerte que están bombardeando.

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- Pude huir. Cayó un misil justo a mi lado, pero Dios me protegió.

(Envía una foto en la que se ve su mano manchada de sangre).

(AFP / Karam al-Masri)

- Tengo mucha hambre. Moriré de hambre. Mi estómago no aguanta ni los dátiles. No hay pan, he buscado en todas partes y no hay nada.

(Después de consultar con el médico de AFP, le aconsejamos beber mucha agua).

- Estoy tomándola, pero los pozos de agua están contaminados. Intentaré hervirla.

- Hay muchos bombardeos. El avión no deja de sobrevolarnos.

 (Le mando un enlace sobre el anuncio de que ganó el premio Varennes.  Me agradece y envía un emoticón de una cara sonriente. En la noche me escribe de nuevo).

- Estoy en la calle. Tengo frío. Tengo hambre. Estoy buscando un edificio abandonado para dormir.

(AFP / Karam Al-masri)

Jueves 15 de diciembre

- Rana, alguna novedad? Mi batería se está acabando.

- Puede que muera hoy. Un francotirador disparó cerca de mí. Estuve atrapado en un edificio de Amiriyah durante una hora.

(Envía una foto de un hombre con el rostro ensangrentado en una ambulancia)

Grabé esto, como la gente huye. 

 (Pasan las horas y hay modo de contactar a Karam).

Karam: Mi cámara y todas mis pertenencias se destruyeron en un incendio. Rana: No! Cómo? Dios mio. Qué pasó? Karam: Las dejé en la casa de un amigo.

Viernes 16 de diciembre

 (A medianoche le envié un mensaje para saber si encontró un lugar donde dormir. Una hora después llegó un mensaje devastador).

- Mi cámara y todas mis cosas se quemaron.

(Me cuenta lo que ocurrió).

- Se perdió todo. Todo. No me queda nada. Ni pasaporte ni dinero.

(Traté de animarlo. Silencio. Luego envió un emoticón de cara triste. “Serás más fuerte que esta tragedia Karam”, le escribí. “Todo el mundo está hablando de ti, ganaste premios internacionales. No te rindas”).

- Me rindo. Se acabó.

(Entro en pánico: “Eres una de las personas más valientes que conozco, Karam tu valentía vencerá”, le repito.)

- Todo se convirtió en cenizas. No puedo creerlo. Tal vez es un sueño y me despertaré. Me rindo. En un abrir y cerrar de ojos, se perdió todo. La última cosa a la que me aferraba se fue.

(Le envié más palabras de apoyo. Nada. Minutos de silencio que parecían una eternidad: “Háblame Karam”, le pedí).

- Estoy llorado. No estaba listo para perder tanto.

- No quiero irme. Quiero ser enterrado aquí con todo lo bello que perdí, con mis padres y mis recuerdos.

Es el mensaje que la oficina estaba esperando. Karam escribe en gris: El bus empezó a moverse. Crucé el primer control del Ejército".

(Entro en pánico de nuevo: “Tus padres estarían tan orgullosos de ti si logras huir”, le digo como último recurso. Estoy exhausta. Me levanto al amanecer y le envío el enlace de la portada del diario Liberation: “Alepo, ¿por qué te abandonamos?).

(Pasan cuatro horas y Karam no responde. Todo el mundo está preocupado. En la tarde, envía un emoticón triste).

- Estoy tan cansado, siento que voy a morir. Pienso en la muerte. Estoy destrozado.

 (Todo el mundo lo llama y le envía mensajes, intentamos animarlo para que se mantenga fuerte).

- Gracias por los ánimos. Los tipos del frente Al Nosra (exaliados de Al Qaeda) se van, pero nosotros no. Se fueron esta mañana. Estamos aquí desde las 6H00 esperando como perros y nos dicen que no hay más buses.

- Qué humillación. No aguanto más.

 

Los dos días siguientes Karam vuelve a sonreír. Un amigo le prestó una cámara y nos envía imágenes sobre la situación miserable en el último hospital en territorio controlado por la oposición. Hay  6 grados bajo cero.

Finalmente, el 19 de diciembre toda la oficina de Beirut rompe en el llanto, incluida la directora de información Michele Leridon, quien llegó de Líbano para apoyar al equipo.

Recibí este mensaje: "El bus empezó a moverse. Crucé el primer puesto de control del Ejército".

 

Entonces Karam comenzó a registrar su última historia de Alepo: el viaje al exilio de compañeros sirios en el autobús.

Cuando llegó a territorio rebelde en el oeste de la provincia de Alepo, trabajadores humanitarios repartieron plátanos a los recién evacuados.

Karam me contó que tomó uno, pero lo escondió hasta que encontró un mercado cercano que vendía frutas y verduras.

"Fue solo hasta que estuve seguro de que había más, que pude comerlo".

Por fin días felices. Karam (derecha) acompañado por colegas fotógrafos de AFP en Estambul, Ozan Kose (izquierda) y Bulent Kilic (centro). (AFP / Ozan Kose)

 

Karam Al-Masri
Rana Moussaoui