La pasión por el fútbol en la Ciudad de Dios
RÍO DE JANEIRO, 26 de Mayo 2014 – En las favelas de Brasil, los niños juegan al fútbol todo el tiempo, por todas partes. Con balones desgastados. En solares polvorientos. Contra las paredes de las casas… En previsión del Mundial de 2014, buscaba una manera de ilustrar los orígenes de este fervor de los brasileños por el fútbol. Y para conseguirlo, ¿qué mejor que pedir a un puñado de estos chicos de las favelas que me mostraran su pasión con su propio punto de vista?
Desde mi llegada a Río, en 2011, cubrí numerosas operaciones de «pacificación» de favelas por las fuerzas de seguridad, destinadas a mejorar la imagen de la ciudad ante la celebración del Mundial y los Juegos Olímpicos dos años después. Cargando mis cámaras fotográficas, me desplazaba por las favelas para seguir al ejército y la policía a través de sórdidas callejuelas. En cada ocasión, me veía rodeado de chicos que parecían fascinados por mi trabajo, me seguían a todas partes y me hacían mil preguntas. Celebré mis 50 años en 2011, una edad en la que se empieza a desear transmitir conocimientos a aquellos más jóvenes. Y así fue como me vi abocado a crear este proyecto.
La AFP se puso en contacto con el fabricante de cámaras fotográficas Nikon France, que aceptó aportar su contribución en forma de diez aparatos estancos Coolpix. En la Cidade de Deus, la «Ciudad de Dios», una de las favelas más famosas de Río, había simpatizado con un tal Tony, propietario de un taller de fotografía. Di con él gracias a Nadine Gonzalez, una amiga francesa que creó la asociación Modafusión y trabaja en proyectos de moda en estos barrios desfavorecidos. Tony se convirtió de inmediato en mi principal aliado y mi pasaporte: fue el encargado de reclutar a los chicos voluntarios. Fue quien nos acompañó durante tres meses y medio por todo el barrio. Fue quien nos abrió las puertas y resolvió algunas situaciones complicadas.
Todos los fines de semana, o casi, de febrero a mayo de 2013, Tony y yo acompañamos a través de las calles del barrio a grupos de entre tres y diez chicos de diez a quince años. Cada uno de ellos iba provisto de una cámara fotográfica y tenía el cometido de captar imágenes cuyo tema fuese el fútbol. Las sesiones duraban de tres a cuatro horas por lo general, a veces días enteros. No fue sencillo de organizar. Cada vez había que pasar a buscar a los chavales a su casa, acompañarlos de regreso, llegar al mismo tiempo a los mismos lugares, tomar fotografías sin que ningún miembro de nuestro grupo figurase en el campo de visión…
Les enseñé los rudimentos de la profesión y les impuse algunas normas básicas, como la prohibición de hacer posar a la gente (difícil de aplicar en un país donde se adora hacerlo) o emplear el flash. La experiencia fue apasionante y el resultado sorprendente. Me maravilló que estos chicos fueran capaces de obtener tan buenas fotografías. Si hubiese decidido tratar este tema yo mismo, habría aplicado mis códigos, mi punto de vista personal. En este caso, los jóvenes contaron con la posibilidad de mostrar los lugares donde viven y el origen de su pasión por el fútbol. El resultado no puede ser más sincero en mi opinión.
Y al mismo tiempo, mientras al principio pensaba que iban a ser ellos quienes me enseñarían cosas, comprobé a menudo con sorpresa que era yo quien abría los ojos de mis «alumnos». Las favelas poseen sus leyes no escritas. Por ejemplo, todo el mundo sabe en Cidade de Deus que es mejor no prestar atención a lo que ocurre en casa del vecino. Yo no conocía estas leyes. Llegaba con una nueva mirada. Y les hacía descubrir cosas que siempre habían tenido frente a sus ojos, sin llegar nunca a observarlas.
Aunque Cidade de Deus ha sido oficialmente «pacificada», no se ha convertido aún en un lugar tranquilo. En varias ocasiones nos encontramos cara a cara con los narcotraficantes, molestos por ver de repente todas esas cámaras fotográficas. Pero gracias a la hábil intervención de Tony, esos momentos de tensión nunca fueron a más.
Hubo una asiduidad importante de los participantes. Al cabo de cierto tiempo, nuestro proyecto empezó a ser bien conocido en la favela y los aspirantes comenzaron a llegar. Algunos venían siempre. Entre estos últimos, conservo un extraordinario recuerdo de Kuhan, un chico de diez años cuyos padres son adictos al crack. Un niño increíblemente despierto y talentoso. De las cincuenta imágenes que seleccioné al final del proyecto, fue indudablemente el responsable de las mejores.
Y la aventura sigue. La AFP y la asociación Modafusión firmaron un acuerdo para que el taller de aprendices de fotógrafos de la Ciudad de Dios continúe al menos hasta los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en 2016.