La edad imposible de Camille
PARÍS, 20 de mayo de 2014 – Tomé esta foto de Camille Lepage en febrero pasado en Damara, 70 km al norte de Bangui. Había sido una jornada dura. Partimos en busca de los anti-balaka, la milicia integrada principalmente por cristianos, que días antes se había enfrentado violentamente con soldados chadianos en ese lugar. En el camino pasamos por numerosos retenes, en una situación muy tensa. Los milicianos, armados con granadas, kalachnikovs y lanza-misiles, fueron muy hostiles con nosotros. Era probablemente la misma situación que tres meses después fue fatal para Camille...
Ya me había cruzado con ella en República Centroafricana en diciembre de 2013, pero esa vez fue la primera en la que trabajamos juntos. Camille se ofreció a acompañarme a Damara. Era freelance, sus recursos eran limitados. Enseguida acepté llevarla con nosotros en nuestro vehículo. Cuando se está en una zona de guerra, uno no viaja solo. Al término de esa jornada extremadamente tensa, volvimos a Bangui y tratamos de encontrar algo para distendernos. Fue entonces que vivimos juntos una de esas situaciones surrealistas, insólitas, que marcan siempre toda cobertura de un conflicto: fuimos a un bar y bailamos y bebimos para recuperarnos.
Un corresponsal de guerra vive con frecuencia ese tipo de situaciones. Ser testigo de un tiroteo o ser amenazado de muerte en la mañana y luego en la noche beber una cerveza en una terraza, hacer cola en la caja de un supermercado para comprar alimentos, u otras tareas totalmente banales de la vida cotidiana. Luego de esta expedición peligrosa a Damara seguida de una velada de baile, Camille y yo trabajamos juntos varias veces. Nos entendíamos bien y no nos molestábamos. De Camille querría conservar solamente los recuerdos, muy emotivos, de esos momentos de distensión luego del peligro. Pero al enterarme de las circunstancias de su muerte, son por el contrario los momentos difíciles, con frecuencia aterradores, los que me invaden.
Camille era una chica fuerte. Le tomé esta otra foto en un vehículo blindado de la policía congoleña. Ese día, la misión de los policías era desmantelar los numerosos puestos de control de los anti-balaka en un barrio de Bangui. “Pueden venir con nosotros”, nos dijeron. “Pero tendrán que ser valientes”.
Realmente se necesitaba valor. Estábamos en medio de la batalla. Los milicianos lanzaban granadas contra nuestro blindado. Al principio yo era reticente a acompañar a los policías congoleños, pero Camille no dudó un segundo. Su valentía era impresionante.
No obstante, ella era consciente de los riesgos. En la República Centroafricana, yo había visto a jóvenes freelance trabajar sin equipo de protección. Ella no era así. Tenía su casco y su chaleco antibalas, al igual que nosotros. Vivía en Sudán del Sur desde hacía tiempo y tenía experiencia en zonas de conflicto, así como sentido del peligro. No tomaba ningún riesgo inútil. Era muy madura para sus 26 años. Es la razón por la cual, durante largo tiempo, no logré dar con su edad...
A diferencia de los enviados especiales de las grandes agencias de noticias como la nuestra, que trabajamos en forma rotativa, los freelancers deben permanecer más tiempo en el lugar para rentabilizar su estadía realizando la mayor cantidad de historias posible. En consecuencia, aunque no corran más riesgos que nosotros, la probabilidad de ser víctimas en un ataque es, para ellos, más elevada.
Es muy raro que tome fotos de mis colegas durante un reportaje. Cuando lo hago, casi nunca conservo las imágenes. Soy supersticioso. Cuando tengo un colega en la mira y aprieto el obturador, siempre pienso: “Ojalá que esta imagen no sea para una necrológica”. Por esa razón, sólo encontré dos fotos de Camille Lepage. Por una causa que ignoro, se salvaron de la destrucción sistemática a la que me dedico cuando vuelvo de una misión. Y, tres meses más tarde, esas fotos materializaron mi terrible presentimiento.
Camille Lepage, instalada en Sudán del Sur, había vendido varias de sus fotografías a AFP en 2012 y 2013. Publicamos aquí una selección de ellas: