La guerra en la frontera, las fronteras de la guerra
MURSITPINAR (Turquía) 6 de octubre de 2014 - El comité de bienvenida está haciéndolo muy bien. Una salva, luego otra, y otra. Rápidamente, me veo atrapado en una nube blanca. Casi ni tengo tiempo de estacionar el coche en medio del campo árido por el sol y ya los gases lacrimógenos me pican en la garganta. Es 21 de septiembre. Yo, que pensaba aterrizar a las puertas de la guerra en Siria, sentí que me sumergía en las manifestaciones que hicieron estragos en el corazón de Estambul. Los "plop" característicos de los cartuchos made in USA lanzados por los gendarmes, las piedras como respuesta...
Pero ahora, un año más tarde, los manifestantes no son los famosos "capulcu" de la plaza Taksim, esos "vándalos" denunciados por el primer ministro Erdogan por haber osado criticarlo en la calle. Esta vez son kurdos decididos a luchar. Apenas salimos cámara y bloc de notas en mano, un joven con la cara cubierta por un fular nos manifiesta las razones del enojo. "Los turcos no quieren dejar a los kurdos entrar en Siria para combatir contra Daesh" (acrónimo árabe del grupo yihadista Estado Islámico), dijo este militante del principal partido kurdo de Turquía.
Enfrentamientos entre soldados turcos y manifestantes kurdos cerca del puesto fronterizo de Mursitpinar, el 4 de octubre de 2014 (AFP/Bulent Kilic)
A su lado, un viejo con la cabeza cubierta con una kufiya (pañuelo tradicional de Medio Oriente) nos sumerge de lleno en el horror. Viene de Kule, un pequeño pueblo cerca de la ciudad kurdosiria de Kobane del que huyó a toda prisa con su familia. "A los hombres los degüellan. A las mujeres las violan o se las llevan con ellos a Raqa para venderlas. Quemaron nuestras casas y se apoderaron de nuestro ganado. No nos dejaron nada...". Nuestro traductor, Ahmet, alcanza a duras penas a transmitirnos el resto de su historia cuando una nueva ronda de gases lacrimógenos nos obliga a salir corriendo de inmediato.
Detrás de los tanques, Siria
En dirección hacia la frontera. Al final de la carretera, el pequeño puesto oficial de Mursitpinar está cerrado. Conducimos a través de los campos polvorientos hasta que nos topamos con las alambradas de púas. Al otro lado de los vehículos blindados y una hilera de soldados, Siria.
Pasado el mediodía de hoy, hay algunas docenas de candidatos al exilio, no más. Están sentados en el suelo en medio de una montaña de enseres multicolores, esperando para pasar. Justo detrás de ellos, los primeros suburbios de Kobané se extienden hasta una gran colina, casi a mano. El paso se abre. Nueva oleada de refugiados. Nuevas historias. Nueva ira.
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Cuenta un hombre: "Una vez que supimos que llegó Daesh, nos fuimos con todo lo que podíamos llevar. Hace tres días que esperamos aquí, justo en la frontera. En nuestro pueblo degollaron a los hombres, quemaron nuestras casas, se llevaron el ganado. Lo perdimos todo. Nadie nos ayuda".
Luego otro. "Mataron a dos hermanos en mi pueblo. Incluso degollaron a un anciano. Y deshonraron a las mujeres". A continuación agarra el micrófono. "Y ustedes, franceses, ¿qué han hecho por nosotros, ¿eh?"
Los refugiados se suceden. Todos me repiten la misma historia, en un tono sorprendentemente indiferente, casi neutro. Las degollaciones, las violaciones, los pueblos destruidos. En esta marea de palabras me siento un poco ahogado. Ante estas historias frías, casi clínicas, me pregunto: ¿quién realmente vio qué cosa? ¿Cuál de estos testigos vio el cuchillo de un yihadista a punto de cortar una garganta? ¿Cuál simplemente está transmitiendo historias de segunda mano? Difícil de decir.
Refugiados kurdos de Siria hacen una parada en el borde de la carretera en Turquía tras huir de Kobane el 5 de octubre de 2014 (AFP/Aris Messinis)
Bajo la aplanadora de la traducción, las mismas palabras se repiten una y otra vez. Cuando insisto, algunos refugiados admiten que no han visto nada con sus propios ojos, que prefirieron huir antes que ver con sus propios ojos la bandera negra del grupo Estado Islámico en la entrada de su pueblo. Esto seguramente les salvó las vidas.
Pero están seguros: eso es lo que pasó. ¿Cómo no creerles, por otra parte? Sus ojos ojerosos por el cansancio, sus ropas cubiertas de polvo y el pobre equipaje que transportan hablan de la prisa con la que huyeron y el miedo que empujó su éxodo. No se necesitan palabras para eso. Sus miradas son suficientes.
Testimonios del miedo
En mi cabeza apareció el recuerdo de otros refugiados. Los de Darfur, de los que conté el éxodo hacia los campamentos de refugiados del este de Chad en 2005. Aquellos huían de la guerra y los tristemente famosos milicianos Janjaweed, apoyados por Jartum. Sus ojos transmitían el mismo sentimiento que los de estos kurdos de Kobane hacia los yihadistas de Daesh. El mismo pánico frente a un enemigo que no han visto, la misma angustia alimentada por el testimonio repetido infinitamente. Cuando los miro a los ojos, no me atrevo a poner en duda la veracidad de su experiencia. De lo que han presenciado o no. Pero puedo dar fe de su miedo. Sin intermediarios.
Una kurda siria se protege de una tormenta de polvo en la localidad turca de Swedi, desde donde observa los combates en la vecina Siria, el 24 de septiembre de 2014 (AFP/Bulent Kilic)
Durante los tres días siguientes escuché las mismas historias. En el vallado cerca del que descargan su ira los refugiados que afluyen hacia territorio turco, bajo los pistacheros donde algunos de ellos prefieren dormir en lugar de unirse a las carpas instaladas por las autoridades turcas, en los apartamentos donde se hacinan con sus familias de acogida turcas. Todos cuentan el mismo temor a Daesh. Sus días de caminata a la frontera. Su muy larga espera ante las puertas de Turquía. Y una vez que están ahí, su voluntad de emprender el viaje de vuelta tan pronto como sea posible. Los más jóvenes para combatir; los más viejos para recuperar, esperan, sus vidas de antes.
Su futuro depende de la situación militar en el terreno. Y ahí, de nuevo, no hay certezas. Ni para los refugiados ni para mí. Imposibilitado de cruzar los cinco kilómetros que me separan de Kobane, demasiado peligrosos, me he visto limitado a un desconcertante periodismo de frontera. Y a interrogar a los que llegan más frescos para tratar de saber lo que sucede en los suburbios de la ciudad frente a nosotros.
Kurdos sirios afluyen a la frontera turca, el 29 de septiembre de 2014 (AFP/Bulent Kilic)
Pero sus testimonios son muy confusos, por decir lo menos. "He hablado con amigos por teléfono, los combatientes kurdos han empujado a Daesh varios kilómetros", dicen unos. "Estamos luchando con fusiles Kalashnikov contra tanques, ¿cómo pretenda que los detengan? Por supuesto que siguen avanzando en la ciudad", se enfurecen los otros.
Una vez más, no pongo en tela de juicio la sinceridad de mis observadores. Pero, ¿cómo darles crédito cuando nos hablan de combates en los alrededores de un pueblo que abandonaron a toda prisa hace varios días? Y más aún, ¿cómo construir una historia que se sustente a partir de este material? En la multitud de los que esperan bajo el firmamento que se les conceda el derecho de cruzar la frontera, sólo puedo imaginar los rumores que se propagan y la rapidez con que se convierten en información...
La guerra desde el balcón
Para tantear un poco la realidad de los combates, solo existe una opción. Subir a una de las colinas que dominan la frontera y ofrecen una panorámica de la ciudad sitiada. La guerra desde el balcón, en cierto modo. En medio de decenas de kurdos, indistintamente sirios y turcos, que quieren seguir las operaciones, se escucha el ruido de fuego de mortero y a continuación el humo que aparece en medio de los edificios después de su caída.
Los combates en Kobane vistos desde Turquía, el 6 de octubre de 2014 (AFP/Aris Messinis)
A veces, con un poco de suerte, uno puede distinguir con el teleobjetivo o con los binoculares unas siluetas en trajes que corren en el medio de un campo y el staccato característico de sus armas. Y mejor aún, caída la noche, seguir el intercambio de balas entre las posiciones que se enfrentan. Como un espectáculo. La escena recuerda ineludiblemente las imágenes de los bombardeos estadounidenses sobre Bagdad en 2003, al menos en el color verde. Perfecto para ilustrar las 20 horas, pero la misma sensación de irrealidad.
La AFP continúa cubriendo la guerra en Siria desde adentro, con freelances locales que nos proveen imágenes e información. Pero para monitorizar la situación en Kobane, la tercera ciudad kurda del país, nos vemos obligados a quedarnos a las puertas de la guerra. En su frontera, literalmente. Con nuestras historias de segunda mano y el eco lejano de los disparos de artillería. Pero lo primordial no era quizás describir esta guerra, sino más bien tratar de contar sobre los que la sufren y cómo les ha destruido o alterado sus vidas. Para ellos, nosotros estuvimos. Realmente.
Philippe Alfroy es el director de la AFP para Turquía. Estuvo en la frontera con Siria del 21 al 24 de septiembre.
Refugiados kurdos de Siria se protegen de la lluvia en Suruc, en Turquía, el 2 de octubre de 2014 (AFP/Bulent Kilic)