Días locos en la corte del rey Donald
Washington DC - Parado a un sofá de distancia del presidente Donald Trump en el Salón Oval, me di cuenta de que estaba escuchando al líder del mundo libre hablar con ira sobre el tema de los suspensorios.
Suspensorios: ¿realmente dijo eso? Lo hizo.
Y como tantas veces antes en este trabajo de corresponsal de la Casa Blanca, mis ojos se abrieron de asombro. Luego respiré hondo, volví a concentrarme e intenté acelerar mi toma de notas. Después de todo, era solo otro día en la Casa Blanca de Trump.
La residencia del presidente de Estados Unidos está diseñada para exudar una especie de calma señorial.
Esas columnas neoclásicas, ventanas majestuosas y pintura impecable hablan de armonía. En el interior, se siente como caminar por un museo o una casa aristocrática hasta que recuerdas que en realidad es un edificio de oficinas donde también vive gente.
Ahora, ¿calma? La calma ha sido escasa en la era de Trump, el presidente impetuoso, y es aún más rara ahora que enfrenta un procedimiento de juicio político en la cámara baja del Congreso liderada por los demócratas.
El lugar más sagrado de la Casa Blanca es el Salón Oval, una habitación elegante que probablemente ha sido testigo de más decisiones determinantes para el mundo que ninguna otra en el planeta.
Sin embargo, cuando los periodistas somos llevados a este santuario para ver a Trump junto a líderes extranjeros u otras VIP, el mandatario transforma invariablemente una posible sesión rutinaria de fotografías en conferencias de prensa salvajes o, con mayor precisión, verdaderas performances.
La escena es siempre la misma: Trump se para frente a la chimenea o detrás del enorme escritorio. El invitado, que para entonces ya pasa casi desapercibido, está sentado o parado a una distancia incómodamente cercana. Y nosotros, tal vez unos 20 fotógrafos y reporteros, nos apiñamos en el medio, escuchando las diatribas del presidente contra lo que sea que cruce su mente.
Así es como me encontré escuchando el discurso del suspensorio.
Una de las últimas visitas “víctimas” de Trump fue el presidente de Finlandia, Sauli Niinisto, quien sentado al lado del mandatario parecía secuestrado por extraterrestres. Había venido a hablar sobre el Ártico y la tecnología 5G, pero allí estaba, escuchando a su anfitrión echar humos sobre el juicio político y ropa interior masculina.
Para ser específicos, lo que Trump decía es que su némesis demócrata en el Congreso, Adam Schiff, era tan indigno que no podría llevar el suspensorio del leal secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo.
No es que lo haya dicho tan claramente.
La cita completa fue: "No puede, ya sabes, hay una expresión: no podría llevarle su ‘cobertor’. No diré la palabra porque dirán que es terrible. Pero ese tipo (Schiff) no podría llevarle (a Pompeo) su ‘cobertor’. ¿Entienden?”
Es muy probable que Niinisto, a pesar de hablar un excelente inglés, no haya entendido.
Durante las reflexiones de Trump sobre el juicio político –unos 17 minutos a veces insufribles- el visitante finlandés permaneció casi inmóvil. Solo la inquietud de sus ojos reveló su incomodidad.
Y todavía tenían una conferencia de prensa conjunta en el ceremonial East Room.
Allí, Trump se enojó tanto por la pregunta de un periodista sobre el impeachment que pareció evocar a Travis Bickle, el psicótico antihéroe de la película "Taxi Driver" ambientada en Nueva York.
"¿Estás hablando conmigo?", disparó.
Visitar el interior de la Casa Blanca es una parte frecuente del trabajo. Pero nunca me es indiferente. Es como ingresar al corazón (o al menos una parte) de Estados Unidos. Me emociona cada vez.
En ocasiones, cuando me hacen esperar por un evento, tengo tiempo para examinar los maravillosos murales, retratos, esculturas y pinturas de paisajes estadounidenses. Todo ese arte, reunido a lo largo de generaciones de liderazgo presidencial, habla del mejor lado de la política aquí: la ambición, esperanza y mentalidad de un país que siempre ha creído en la posibilidad de mejorar.
Todo eso suena un poco ingenuo ahora, por supuesto. Días amargos y cínicos han arribado a la tierra del optimismo eterno.
De hecho, quizás el detalle arquitectónico más destacado de la Casa Blanca en la actualidad es el trabajo en curso para duplicar la altura de la valla perimetral de hierro. El trabajo fue planeado hace mucho tiempo, pero cuando el presidente está bajo asedio, bueno... ya saben.
Y está bajo asedio.
Después de dos años de agitarse con impotencia detrás de un hombre que, consideran, destrozó la presidencia y con ella a gran parte de Estados Unidos, los demócratas creen que finalmente han acorralado a Trump con acusaciones de que presionó a Ucrania para perjudicar a uno de sus rivales demócratas de 2020, Joe Biden.
Trump, siendo Trump, no solo se resiste a estas afirmaciones. Ha convertido la pelea en una especie de versión política de esos espectáculos de lucha libre donde se parodian peleas de dibujos animados para fanáticos que no dejan de gritar.
Es feo, y se pondrá más feo.
Trump dice que lo que realmente está sucediendo es un "golpe". Acusa a Adam Schiff, uno de los miembros más importantes del Congreso, de "traición". Hace alusión a la ejecución de la fuente anónima detrás de un informe de denuncia de irregularidades sobre sus tratos con Ucrania, recordando la forma en que los "espías" fueron tratados "en los viejos tiempos".
Retuitea sobre el riesgo de una guerra civil. Le dice a sus 65 millones de seguidores en Twitter que la acusación es "PURA MIERDA”.
Cuanto más alocada es la retórica, más me recuerda al último drama de “impeachment” que me tocó cubrir: la abrupta destitución de la presidenta de Brasil Dilma Rousseff en 2016. Ella también dijo en repetidas ocasiones que un "golpe" estaba en curso para reemplazar una década de administraciones izquierdistas por gobiernos cada vez más volcados a la derecha.
Pero con Brasil uno tal vez pude hablar de un país disfuncional, donde los cambios salvajes son parte de la estructura.
No se supone que Estados Unidos sea así.
¿No?
A medida que el estado de ánimo se oscurece, lo que solían ser susurros se han convertido en gritos en ciertos rincones de Washington: que el presidente está realmente loco.
"El Congreso debería hacer un uso extensivo de expertos: psicólogos y psiquiatras", escribió este mes uno de los enemigos más francos de Trump, el abogado George Conway, quien resulta estar casado con Kellyanne Conway, una cercana asesora del presidente.
El hombre más poderoso del mundo retribuye del mismo modo. "¡Chiflados!”, dice de sus críticos.
Al menos todos en esta dividida ciudad están de acuerdo con que hay una dosis de insania.
Pero, ¿cómo puede un periodista cubrir adecuadamente este tipo de retórica?
Nos enseñan a ser observadores sobrios. Equilibrados. Ver ambos lados. Informar hechos. Entonces, ¿qué haces cuando se lanzan acusaciones de locura al más alto nivel?
La escena durante la visita de Niinisto dejó azorados a los periodistas finlandeses. Para los habituales de la Casa Blanca, sin embargo, no fue más que otro normal día anormal.
Tras haber eliminado la vieja costumbre de los informes diarios de un secretario de prensa profesional, Trump se ha convertido en su propio portavoz. Y a pesar de su constante demonización del periodismo, no parece cansarse de nosotros.
Ya sea en el Salón Oval o cualquier otro lugar, Trump adora ese ida y vuelta. Lo más espectacular son las sesiones que realiza con los medios antes de abordar el helicóptero Marine One en South Lawn.
Los presidentes anteriores normalmente pasaban el muro de periodistas, saludaban y subían al helicóptero. Pero Trump casi siempre se detiene para hablar, y hablar y hablar.
Dependiendo de su estado de ánimo, puede quedarse afuera 10 minutos. O 20 o 40. Bajo lluvia, frío o el calor brutal del verano, rara vez pierde la oportunidad de disertar, a veces durante tanto tiempo que los periodistas, medio sordos por el sonido del helicóptero que espera, podrían ser perdonados por desear que pare de una vez.
Pero no piensen en éstas como conferencias de prensa en el sentido normal del término.
Caminando a lo largo de la línea de reporteros, Trump aceptará cualquier pregunta, pero con la misma facilidad podrá alejarse, sin dar respuesta.
Los seguimientos son casi imposibles. A menudo también lo es escuchar con claridad lo que acaba de decir, y puede haber dicho casi cualquier cosa.
¿Acaba de amenazar con nuevos aranceles a China? ¿Acaba de llamar "estúpida" la pregunta de un periodista? ¿Realmente afirmó que podría matar a 10 millones de personas en Afganistán en cuestión de días si quisiera y sin usar armas nucleares?
En algún momento ha dicho todas esas cosas en el césped, y más.
Con las pasiones en aumento, también crecen los desafíos de objetividad en la cobertura.
No con poca frecuencia escucho a periodistas estadounidenses expresar en privado temor genuino por la forma en que avanza su país. Casi desesperación.
Y Trump alienta las divisiones en los medios al tratar de convertir a Fox News en su canal personal, incluso aunque muchos de los reporteros de la cadena son altamente profesionales (a menudo obtienen reprimendas públicas del comandante en jefe).
Casi a diario critica al resto de nosotros como "falso", "corrupto" y "malo".
Soy mitad estadounidense, pero he pasado tanto tiempo en AFP cubriendo historias de otros lugares que puedo abordar esto como si fuera otro país extranjero. Al mismo tiempo, no debes desapegarte tanto como para volverte cínico. De esa manera también puedes perderte la historia.
Así que trato de recordar que la historia de Estados Unidos ha estado llena de giros extremos y que lo que a veces parece un caos también puede entenderse como libertad.
Me recuerdo que hay que ser humilde como periodista. Admitir que no tienes las respuestas. Ese no es tu trabajo.
Solo tienes preguntas.
Y lo único que acercarme a Trump me ha permitido entender es que, a diferencia de muchos políticos, no lleva máscara. Trump solo juega un papel: el de Trump.
Trato de recordar esto, porque la autenticidad es quizás su mayor fortaleza, la razón fundamental por la que retiene un apoyo apasionado de su base de votantes, incluso mientras se hunde en el escándalo.
Los críticos llaman a los espectáculos que vemos en la Casa Blanca como prueba de un presidente rebelde e incluso indigno. Señalan sus rarezas gramaticales, la forma en que habla de sí mismo en tercera persona, sus maldiciones y sus insultos.
"Vergonzoso" y "desquiciado" son solo dos de los adjetivos que se aplican con frecuencia.
Los partidarios, sin embargo, están encantados.
Para ellos, la ruptura del decoro y las reglas (y las leyes, según los opositores) prueba que Trump no es otro político hipócrita. Independientemente de su riqueza, habla y piensa como muchos de los trabajadores que se presentan en sus estruendosas manifestaciones.
Es un estilo inconformista, dicen estos partidarios, que le ha permitido a Trump abordar problemas que otros presidentes no se atrevieron a tocar.
Señalan su intento de evitar décadas de estancamiento con Corea del Norte forjando una "amistad" con el dictador Kim Jong Un. Señalan sus negociaciones comerciales al borde del abismo con China. Dicen que su retórica a menudo brutal sobre la inmigración no es racista, sino realista.
Por supuesto, todas esas afirmaciones son muy discutibles. Sin embargo, suenan verdaderas para algunas franjas del país.
Entonces, los demócratas en el Congreso podrán sentir sus corazones latir con fuerza anticipándose a una caída de Trump. Pero en el otro extremo, aparece un presidente rebosante de fe en sí mismo.
El hombre que se jactaba de poseer una "mente muy, muy grande", en los últimos días ha señalado su "gran e inigualable sabiduría", sin mencionar su "genio muy estable". No se avergüenza fácilmente.
Y como los demócratas han descubierto repetidamente desde que Trump venció a la favorita del establishment Hillary Clinton en 2016, es muy difícil luchar contra ese tipo de personalidad.
"De alguna manera, prospero con eso", dice sobre el juicio político.
Más le vale. De lo contrario, podría necesitar esa gran valla nueva que están levantando alrededor de la Casa Blanca.