(AFP / Pablo Porciuncula)

Dentro de la cárcel que parece un pueblo

MONTEVIDEO - Es como vivir en un barrio privado, repiten una y otra vez algunos de los casi 700 presos alojados en la cárcel Punta de Rieles de Montevideo.

A poco de andar las callecitas internas del establecimiento y recibir de cada preso un "buen día" como saludo, uno empieza efectivamente a olvidar que está dentro de una prisión; entonces escribe “alojados” en lugar de escribir “recluidos”.

Se trata de una “cárcel abierta”, en la que los presos van y vienen libremente durante el día. Pueden trabajar, crear emprendimientos laborales propios y emplear a sus compañeros. Para periodistas visuales –de foto y video-, el mayor desafío que impone este lugar es lograr imágenes que den cuenta claramente de que estamos dentro de una prisión. Las rejas de las barracas apenas se notan, ya que no hay encierro.

Aquí, los reclusos se saludan con un beso en la mejilla, como es costumbre para los hombres en Uruguay. Todos tienen celular, lo cual está permitido, y a veces ‘smartphone’, aunque está prohibido. El peluquero, autoempleado, es experto de la técnica asiática de depilación de cejas con hilo. Su trabajo se nota en la escasa pilosidad facial de numerosos presos. El carpintero, obsesionado por el yoga, ha bautizado su taller ‘Namaste’.  Hay una conejera. Conejos. En la cárcel. Parece surreal.

Los presos de Punta de Rieles provienen de cárceles tradicionales, en las que vivieron hacinados, vejados por policías u otros reos a los que en ocasiones se enfrentaron con cortes (armas blancas caseras) o a puños para ganar un cierto respeto. Aprendieron cínicos códigos carcelarios que, entienden, les permitieron sobrevivir y que mantienen en este "barrio privado", aunque para llegar aquí tuvieron que demostrar disposición a cambiar su conducta.

Clase de yoga en la cárcel de Punta de Rieles, al este de Montevideo (AFP / Pablo Porciúncula)

Asesinos, copadores, rapiñeros, ladrones, vendedores de droga, todos pueden aspirar a llegar a este establecimiento modelo, salvo (al menos hasta el momento) quienes hayan cometido delitos sexuales.

“Eso es por el sistema, yo quiero que vengan”, explica el director de la cárcel Luis Parodi. “El día en que me expliquen cómo miden la peligrosidad yo capaz que empiezo a pensar. Mientras tanto: ¿cómo la miden?, ¿en kilos, en metros, en centímetros? No me entra en la cabeza.”

(AFP / Pablo Porciúncula)

Antes de volverse una cárcel ‘modelo’, parte de una reflexión más amplia sobre la rehabilitación de criminales en el Uruguay, Punta de Rieles era la principal prisión de mujeres bajo la dictadura militar (1973-1985). Parodi, por su lado, pasó 13 años en el exilio por su activismo político. Su presencia es una paradoja más en esta cárcel que parece un pueblo. 

“Mis amigos me dicen que en realidad, yo hago esto porque nunca estuve preso, que estoy pagando la culpa de haber disfrutado del exilio”, dice con una sonrisa. “Es una interpretación. No sé si es así. Me encanta lo que hago, debe tener sus vueltas. Puedo llegar a reconocer que para mí fue salir de una militancia y entrar en otra historia. Es indudable que para mí éste es un lugar importante.”

(AFP / Pablo Porciúncula)

Usualmente, un reportaje en una prisión viene con restricciones, zonas prohibidas, supervisión. En Punta de Rieles no es así. 

Apenas nos revisan al entrar, cargamos con todo el equipo fotográfico y de video que deseamos. Después de nuestra primera entrevista, Parodi propone que recorramos la cárcel… solos. Vayan a donde quieran, hablen con quien quieran. Eso sí: si tienen teléfonos celulares cuídenlos, porque estos (los presos) se los pueden robar, es un objeto muy preciado acá. Luego, se voltea hacia un grupito de reclusos con los que se pone a charlar.

(AFP / Pablo Porciúncula)

 Nos movemos por la cárcel a nuestras anchas conociendo los distintos emprendimientos laborales que los reclusos desarrollan. Asistimos a los ensayos de un grupo de cumbia y una cuerda de tambores, clases de yoga, visitamos las instalaciones de una radio, escuchamos historias sobre las jornadas de boxeo, un festival artístico, feria de exposiciones y arte celebrando el día internacional del yoga, con familiares de presos y periodistas de la crónica roja como invitados… A todo nos dan acceso, sin preguntas ni control. 

 Los presos son más curiosos que la dirección. Cuando les hacemos preguntas, nos entrevistan de vuelta. ¿Qué pensamos de este sistema? Parece bueno, hay que ver si funciona, contestamos. Entonces, fluyen los testimonios. Aquí te dan la oportunidad de mostrar que no querés volver a delinquir. Te tratan como empresario, no como criminal. Laburar me da una razón para despertarme, para matar el ocio. Con el dinero que gano puedo pagar el pasaje de mi señora cuando viene de visita. Esta vez, no creo que volveré directamente a salir a delinquir. Voy a intentar hacer las cosas bien.

(AFP / Pablo Porciúncula)

Pero las cárceles, siempre son cárceles y en una de nuestras últimas visitas, un preso ha logrado escapar, escondido en un camión de transporte de bloques de cemento. Cuando llegamos, ya ha sido arrestado y enviado de vuelta a una cárcel tradicional, pero el personal de Punta de Rieles esta conmovido.

“Fue un error nuestro, sin vuelta”, admite Parodi. Un despiste, por estar acostumbrados a que “no pase nada.”

(AFP / Pablo Porciúncula)

 Es la primera fuga desde que su administración tomó cargo hace cuatro años.

“Me duele porque estamos en plena discusión de formas de encarar la criminalidad”, añade. “Debe haber gente por allí diciendo ‘¿Viste? No vale la pena.’ Y eso me duele más que la fuga. Porque sí vale la pena.”

 

Pablo Porciúncula
Daphnée Denis