(AFP / John Macdougall)

Deja que vengan a Berlín

Berlín - Sucedió en la década de 1920 en París, en la de 1970 en Nueva York y dos decenios después en Berlín ¿La gente siempre tiene claro que está viviendo una edad de oro?

Al menos a mí, cuando llegué a la capital alemana hace un cuarto de siglo, me preocupaba haberme perdido la fiesta. No sabía que apenas estaba empezando.

Dos mujeres pasan por un edificio con la escena de una calle pintada en una pared en el distrito Kreuzberg de Berlín, el 5 de julio de 2010. (AFP / David Gannon)

El Muro de Berlín había caído cinco años antes bajo el peso de una revolución pacífica de la gente, un periodo que era casi eterno para alguien que acaba de salir de las universidad.

Por suerte para mí, la mayoría de los medios pensaban lo mismo que yo.

Después de inundar la ciudad con suficientes periodistas para capturar el "final de la historia" en 1989, hacia mediados de la década de 1990 la mayoría había retirado a su reporteros estrella y había seguido con otras cosas.

Piezas de arte de concreto y cerámica cubiertas de nieve en un calle peatonal en el distrito de Pankow, en Berlín, el 3 de febrero de 2012. (AFP / Barbara Sax)

Entonces, llegó una joven reportera estadounidense inexperimentada y ansiosa, que había estudiado algo de alemán y que sólo pensaba: 'Berlín es barato, diferente y no tengo nada que perder'. Era el momento para los novatos.

Un hombre pasa junto a un graffiti titulado Sushi de Fukushima en un edificio del distrito Wedding de Berlín el 16 de agosto de 2012. (AFP / Barbara Sax)

El día que llegué a Berlín, tras cerca de un año de mi primera visita, llovía a cántaros y había viajado en el tren equivocado para atravesar el país después de aterrizar en el aeropuerto de Frankfurt en un vuelo trasatlántico de bajo costo.

Finalmente llegamos a la estación del zoológico. Freddy, que sería mi futuro compañero de departamento, aún recuerda que me vio por primera vez caminando de puntitas entre los drogadictos de la ciudad, en el famoso pasaje de llegada, arrastrando una computadora Apple Macintosh. No una portátil, sino una clásica máquina de escritorio que yo había metido en una bolsa de gimnasia.      

El plan era quedarme un año, y la deliciosa accesibilidad de la ciudad unificada me ofrecía en bandeja una libertad que contrastaba con la enorme deuda de la universidad que me esperaba en casa.

Pero todo iba a requerir un poco de suerte e ingenio sin un departamento, sin permiso de residencia y sin empleo.

La gente baila durante una clase en Spiegelsaa (pasillo de los espejos) y Claerchens Ballhaus, el 10 de julio de 2013, en Berlín (AFP / Johannes Eisele)

Mi colega Susanne me había rentado por seis semanas su habitación en el distrito oriental de Prenzlauer Berg hasta que yo encontrara piso. Esto costó -presta atención a esto- 100 dólares por mes.

Era un antiguo departamento elegante y amplio, comparado con mi residencia estudiantil en Estados Unidos. Tenía los techos altos con arreglos, puertas de paneles y pisos de madera encerada.

Como las capas de papel tapiz viejo en el pasillo, mi alojamiento temporal remontaba a todos los capítulos de la historia alemana que se habían desarrollado en esta ciudad nunca terminada. Un lugar perfecto para empezar a escribir.

Papel tapiz despegado en la pared de una de las salas de interrogatorios de la antigua prisión de la policía secreta comunista de Alemania Oriental, conocida como la Stasi, en Hohenschoenhausen, Berlín, el 12 de agosto de 2010. (AFP / Odd Andersen)

Pero como muchos pisos en el este de Berlín, incluso unos años después de la reunificación, no tenía línea telefónica y el invierno se acercaba. 

Gracias al cielo estaba Andreas, a quien había conocido el verano anterior en Barcelona y que sigue siendo un gran amigo. Un fabricante de violines de buen corazón que vivía en Berlín occidental con número de teléfono propio, que aceptó prestarme. 

Así que una vez al día hacía cola en un teléfono público frente al cine del Coliseo en la calle Schoenhauser Allee, mirando sus carteleras de cine pintadas a mano y bailando un poco para mantenerme caliente hasta que llegara mi turno para hablar. 

Una mujer habla con su teléfono móvil mientras otra mujer toca un acordeón en la nieve frente el edificio de la Opera Alemana, en Berlín, el 6 de junio de 2010. (AFP / John Macdougall)

Sintiéndome como un personaje de un thriller de espías, llamaba a Andreas a una hora acordada y él me pasaba todos los mensajes que su contestadora había grabado para mí en las 24 horas anteriores.

Las pistas de trabajo, los consejos sobre un piso, el saludo ocasional de un tipo que conocí en un bar la noche anterior. Andreas era mi vínculo indispensable con el mundo moderno, situación que incluso mi abuela encontró graciosamente retro cuando le escribí de regreso en Vermont. Por no hablar de las estufas de carbón de nuestro piso. 

Después de muchas crisis y comienzos, mi primer artículo para una gran empresa de medios británica terminó siendo sobre el servicio telefónico que finalmente llegó al este de Berlín. Como dicen, escribe de lo que sabes. 

Después de eso estaba lista, y lo que iba a ser un año se convirtió en un tiempo mucho más largo. Cuando comenzó el nuevo milenio, justo en el momento en que el gobierno alemán se estaba estableciendo de nuevo en la antigua y futura capital, me uní a AFP.    

Una de las primeras insignias de acreditación de prensa del (Photo courtesy of Deborah Cole)

Pero primero, Susanne regresó a pedirme su habitación y yo aún no había encontrado dónde vivir. Así que ella y nuestro compañero de departamento, Freddy, generosamente pusieron a su compañera corresponsal en ciernes en la última cama que tenían disponible: un colchón inflable en forma de banana.

Aunque todo esto suena menos glamoroso que la época de Josephine Baker en París, menos rudo que el Nueva York de Patti Smith, tenía su propia magia.

El este de la ciudad en esos días se sentía como un parque de juegos y un lienzo en blanco, sus edificios llenos de hollín y marcas de balas, que nunca fueron restaurados durante la época comunista, y los espacios industriales abandonados se convirtieron en tierra fértil para nuevas ideas. Ideas de quienes sentían que estaban viviendo una preciosa y extraña oportunidad histórica de volver a empezar.

Uno de mis primeros recuerdos de mis caminatas por las calles empedradas de entonces fue la quietud, la sensación de que por varios minutos estaba completamente sola en la ciudad. A veces era tan espeluznante que me preguntaba si alguien me estaba observando detrás de las cortinas.

Una persona pasa por los murales dibujados en la nieve en River Spree, en el distrito Mitte de Berlín, el 9 de enero de 2017. (AFP / Tobias Schwarz)

Aquel primer otoño los días parecían ser tan cortos y rápidos que el único consuelo era la vida nocturna. 

El Bar del Martes o el Bar del Jueves adquirían sus nombres solo porque alguien había decidido una noche de la semana poner 10 cajas de madera como mesas en un espacio vacío, y meter velas en botellas de vino usadas esperando que  el lugar no se incendiara cuando empezara la juerga de borrachos. 

La vida cotidiana: el autor (segundo desde la izquierda) y sus amigos se toman un descanso (Photo courtesy of Deborah Cole)

Las viejas estaciones de electricidad y las fábricas, incluso la bóveda de la tienda departamental de antes de la guerra, se convirtieron en espacios para que miles de personas bailaran solas al ritmo de sonidos estridentes y fascinantes. 

Viejos edificios hermosos y derruidos se transformaron en "Wohnprojekte" (casas experimentales) donde ocupas burgueses, que eran futuros arquitectos, fotógrafos y periodistas, crearon su parte del nuevo Berlín. Algunas de estas casas, incluida una que fue confundada por mi futuro esposo, siguen prosperando. 

¿Y el resto del vecindario? Condominios en expansión, cadenas de tiendas y espacios de trabajo compartido. Las fachadas dañadas con morteros del tiempo de la guerra fueron pintadas de colores pastel. Y en una ciudad donde la gente acostumbraba a hablar de todo menos de lo que pagaba de renta, los precios de las propiedades y su disponibilidad eran una verdadera fuente de estrés, sobre todo para los recién llegados.

Vista de una de las colonias de artistas más famosas de Berlín, los Tacheles, tomada el 15 de julio de 2008. (AFP / John Macdougall)
En una esquina del moderno barrio berlinés de Prenzlauer Berg, el 12 de enero de 2005, se encuentra un edificio en ruinas. (AFP / John Macdougall)

 

Pero hace apenas unas semanas, mientras Alemania empezaba a preparase para el 30° aniversario de la caída del muro, sentí un poco al viejo Berlín en la inauguración de una exhibición de fotografía de amigos en un edificio que estuvo vacío por décadas.

La Haus der Statistik (Casa de Estadística), una alta estructura prefabricada e inaugurada en 1970 para el estado comunista cerca del cruce de Alexanderplatz, había sido rebautizada con el nombre de Alles Anders Platz (Plaza Todo Diferente). 

Hace cinco años, una iniciativa ciudadana salvó el edificio de la demolición y  sigue en juego el futuro de su utilización. Cerveza embotellada y copas de vino de Ikea en la mano, viejos amigos y caras familiares del pasado se mezclaron en la planta baja, hablando de recuerdos felices, juventud bien gastada y planes futuros.

Aspecto de Tacheles, una de las colonias más famosas de artistas de Berlín, tomada el 15 de julio de 2008. (AFP / John Macdougall)

Una semanas después, las cosas parecieron cerrar el círculo, cuando activistas jóvenes del grupo Extinction Rebellion se establecieron en el edificio para entrenar, antes de la organización de varios días de protesta por el clima en el centro de la ciudad. Luchan por su propia visión de esa urbe, distinta de la de carbón, gasolina y acero sobre los cuales fue construida.

A medida que la fama de Berlín crece y de que alcanza su punto álgido, la gente se pregunta con frecuencia: ¿No era todo mucho mejor antes? ¿Berlín está perdida para siempre en un tsunami de capitalismo tardío, especulación inmobiliaria y políticas polarizadas? 

Las preguntas, al menos para mí, están tan entrelazadas con mi propia vida que uno podría preguntarse con la misma facilidad: ¿No te gustaría seguir teniendo 20 años?

Jóvenes se reúnen frente a una tienda cerrada con un retrato del actor estadounidense Jack Nicholson en la película The Shining, del artista grafitero francés MTO, durante un festival callejero en el distrito berlinés de Kreuzberg, el 1 de mayo de 2011. (AFP / John Macdougall)

¿La respuesta? Sí y no. No me malinterpreten, fui privilegida por estar en el momento preciso en el corazón de algo que se convirtió en una época, un sueño compartido que duró demasiado. Pero entonces Berlín también era un lugar muy provinciano, la gente tenía la mente un poco cerrada por su idealismo, y no era extraño que muchas veces estuviera de mal humor.

Berlín ahora se siente ligeramente menos especial porque ya no está aislada, está más abierta a gente de afuera, como esa versión más joven de mí.

Una noche puedo tomar una cerveza artesanal con amigos estadounidenses que han sido cautivados por la ciudad como yo, y la próxima beber un Radeberger con mis amigos alemanes en nuestro local -que parece una cápsula del tiempo de Berlín este-, sin sentirme obligada a tomar demasiadas decisiones difíciles.

La foto tomada el 26 de junio de 1963 muestra al entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy (izq.), pronunciando un discurso en el ayuntamiento de Schoeneberg en Berlín, donde dijo que su famosa frase alemana Ich bin ein Berliner (Soy berlinés) subrayaba el apoyo de los Estados Unidos a la República Federal de Alemania y su empatía por la gente que vive en la dividida ciudad de Berlín. (AFP / Dpa)

El discurso de John F. Kennedy en 1963, "Ich bin ein Berliner" ("soy berlinés"), llevaba a un refrán familiar  "Lasst sie nach Berlin kommen" ("Deja que vengan a Berlín"), dirigido a los apologistas que él pensaba que se estaban ablandando con el comunismo.

Luego se lanzó a la conmovedora carta de amor para el asediado oeste de la ciudad, aún viviendo en libertad, y la línea comenzó a sonar como una invitación: "No conozco ningún pueblo, ninguna ciudad, que haya sido asediada durante 18 años y que aún viva con la vitalidad y la fuerza, la esperanza y la determinación de la ciudad de Berlín oeste".

Todo ese peso de la historia se levantaría dos décadas más tarde para hacerme sentir -entonces y ahora- que de alguna manera, milagrosa y desafortunada, terminé en el lugar acertado en el momento correcto.

La mano de una escultura de bronce parece alcazar la Torre de Telecomunicaciones de Berlín, vista el 6 de junio de 2008. La estatua de un obrero de la construcción fue realizada en 1968 por el escultor alemán Gerhard Thieme. (AFP / Barbara Sax)

Cuando los jóvenes periodistas estadounidenses me piden consejos sobre cómo instalarse aquí, soy consciente de que la tendrán mucho más difícil que yo, y mucho más fácil.

El gobierno alemán finalmente comenzó a ofrecer visas para reporteros independientes para que no tengan que conseguir una compañía que responda por ellos.

Pero cuando huelo un bocanada de humo de carbón en el otoño, que ahora es mucho más raro en la ciudad, rezo una pequeña oración de agradecimiento por no tener que subir nunca más los trozos a mi piso y cargar las cenizas quemadas para desecharlas.

Una mujer corre en el parque Tiergarten el 31 de octubre de 2011 en Berlín. (AFP / Johannes Eisele)

La mayoría de los alemanes hablan un buen inglés escandinavo, así que es muy fácil moverse, y es difícil encontrar un local que te deje practicar el idioma.

Los teléfonos móviles baratos han terminado con las largas filas en teléfonos públicos, por lo que los que lleguen también dejarán de cruzarse con algunas personas increíbles y de charlar con extraños de vez en cuando. 

Y aunque  los alquileres se han disparado en este último cuarto de siglo, las aplicaciones Airbnb y de renta de sofás seguramente garantizarán que tal vez nunca jamás tengan la singular oportunidad de dormir en un colchon inflable en forma de banana.

Los seguidores de la selección alemana de fútbol ven sentados en un sofá el partido inaugural de Alemania en la Eurocopa 2012 contra Portugal en el distrito de Neukoelln, en Berlín, el 9 de junio de 2012. (AFP / Johannes Eisele)