Un paraíso que se derrite
Chamonix, Francia - Nunca olvidas tu primera vez. La mía comenzó a las 5 de la mañana, cuando salimos de la cabaña. Algo dormidos, trepamos lentamente el glaciar con linternas en las cabezas y el corazón ansioso por lo desconocido. Arriba, en el paso entre Francia y Suiza, un resplandor. Un inmenso espectáculo glaciar, un amplio hueco en forma de cuenco cubierto de nieve aparece a la vista, iluminado por la luz de la madrugada.
Un pájaro negro de montaña se eleva de manera silenciosa sobre nosotros. Me quita el aliento semejante belleza, que nadie puede ver desde el valle. Para descubrir este universo de roca, nieve y hielo, hay que escalar. No muchos lo han hecho, no muchos lo han visto.
Unos diez años atrás, me había hecho una promesa. Era adolescente y había venido a ver el Mar de Hielo (Mer de Glace), el glaciar más grande de Francia, sobre la famosa localidad de Chamonix, lugar de nacimiento del alpinismo.
Desde el mirador Aiguille du Midi ubicado a 3.800 metros, donde me había quedado con otros turistas, pude ver algunos escaladores jóvenes y guapos, con sogas colgadas alrededor del cuello, ponerse los crampones y avanzar con confianza sobre el glaciar. Me prometí a mí misma que algún día iría con ellos.
Y desde aquella primera vez, lo he hecho casi todos los veranos. Con cada ascenso, mi amor por las montañas solo ha madurado y se ha fortalecido. El silencio, la frágil belleza, la calidez de las cabañas de montaña, con sus momentos de sublime agotamiento y plenitud. Los inconvenientes, como la falta de una ducha, no importan ¿Sin señal de celular y sin Wifi? No hay problema. Durante el día, el placer del esfuerzo físico y la alegría de ver lo que queda detrás mientras subes al paso. Siempre es otra montaña; y siempre es glorioso.
El viaje de este verano, sin embargo, estuvo empañado por tristeza, porque fui a contar la historia de un amor que muere lentamente. Junto con el fotógrafo italiano de la AFP, Marco Bertorello, fuimos a documentar cómo el cambio climático está afectando al Mar de Hielo, que está retrocediendo cada vez más cada año.
Pasamos cuatro días arriba, siguiendo a Yann, un joven de 33 años que completará su entrenamiento de guía de altitud el año próximo, y a quien había conocido el año anterior durante una excursión por el lugar. Como los viejos guías, habla poco pero no se pierde detalle. Te mira, te protege de los peligros ocultos, te tranquiliza, sin ser condescendiente.
Cuando te dice que camines a lo largo de un puente de nieve sobre una grieta interminable, tú lo haces. 'No me diría que fuera si no pudiera hacerlo'. Al menos eso es lo que te dices a ti mismo a medida que avanzas, paso a paso, en ese puente de nieve, con las manos en el aire; no hay nada de donde agarrarte, solo te protege una cuerda alrededor de la cintura para que, en caso de que te caigas, Yann pueda jalarte.
Después de cruzar el puente, que no es exactamente resistente, parece aún más frágil, lo que no es muy tranquilizador para Marco. ‘No te preocupes, lo tienes, lo tienes’, lo alienta Yann. Como de costumbre, resulta acertado.
Las fotos eran la prioridad en esta misión, por lo que Marco regularmente pide detenerse en el glaciar. A veces Yann está de acuerdo -"tómate tu tiempo"-, pero a veces no -"es demasiado peligroso"-.
Marco vive en el Piamonte (literalmente, "pie de la montaña" en italiano), por lo que el entorno le es familiar. Sin embargo, es su primera vez en esta área, y tiene la ventaja de descubrir el lugar. Yo ya conozco todos sus rincones e historias.
Quiero hablar con los alpinistas para que puedan decirme con precisión cómo el cambio climático ha estado afectando al área, para contar su opinión sobre el tema. Y para hablar con ellos tienes que escalar.
En Chamonix, generalmente los ves temprano en la mañana, ya que hacen una rápida compra antes de internarse de nuevo en el descampado. A menudo, son recién llegados la noche anterior, con el tiempo suficiente para darse una ducha y compartir una comida con amigos antes de irse nuevamente. Están más que felices de dejar las calles del pueblo a los turistas, los soñadores y los que compran cosas.
Durante nuestro primer día de escalar, Marco se sorprende al ver que el glaciar es gris, está cubierto de rocas y no tiene siquiera un parche de nieve. Como diría más tarde, le dio la impresión de una "bestia moribunda". Para alcanzarlo, tuvimos que descender varios cientos de metros desde el punto de partida en Gare du Montenvers, una parada de tren sobre Chamonix, (cuanto más el glaciar se derrite, cuanto más abajo tienes que subir). Marco lo llamó después un "cementerio vertical".
Aunque el glaciar se ha estado retirando durante años, no es menos desgarrador verlo, porque se siente como si se derritiera ante tus ojos. ¿Mis sobrinos jóvenes entenderán cuán hermosos y fascinantes fueron estos glaciares para nosotros? ¿Cuánto de ellos lo llegarán a ver?
Una vez en el glaciar, la mayor parte del tiempo subimos por este paisaje lunar en silencio, solo interrumpido ocasionalmente por algún helicóptero, o la caída de rocas que retumba como una avalancha.
Al día siguiente, descendimos por el glaciar para ascender al otro lado. Compartimos la cabaña Couvercle con otros 50 alpinistas. Me pongo a trabajar de inmediato y les hago preguntas. Todo me interesa: sus rutas, sus preocupaciones, sus sueños y futuros desafíos.Pasamos tres noches en refugios de montaña. En el Requin nos encontramos solos con el que lo cuida.
Durante el invierno, la cabaña rebosa de esquiadores, que se detienen a comer, pero a fines de junio está vacía, ya que hay pocas rutas de escalada que comienzan desde aquí.
Creo que los guías en formación son los más preocupados: los trabajos para los que se están capacitando probablemente serán muy diferentes de lo que habían imaginado. En los últimos años, secciones enteras de la montaña se han desmoronado, a medida que el aumento de la temperatura derrite el hielo que mantiene unidas las rocas.
Toma la Aiguille de Dru.
El legendario escalador italiano Walter Bonatti subió una nueva ruta en el pilar suroeste del Dru en agosto de 1955, un ascenso en solitario de seis días que lo ayudó a convertirse en leyenda. Ese pilar colapsó 50 años después, en 2005, y no fue el único.
A veces, los alpinistas encuentran rutas ascendentes que retumban debajo, una advertencia de un colapso inminente. Es inquietante esta impresión de que la roca que te sostiene podría desmoronarse como en un mal sueño.
Esa noche, Marco posa un trípode afuera para tomar una foto de larga exposición del Mont Blanc. Me encantan este tipo de imágenes, que capturan los arcos de las estrellas contra el fondo de la pared de Grand Jorasses, de 1.200 metros de altura, rematadas con dos triángulos que me recuerdan a los dientes de leche.
Es lindo, hasta que piensas en los tremendos ascensos que han ocurrido allí, incluyendo dramáticas escaladas invernales de esta cara norte del glaciar donde algunos alpinistas han muerto.
Nos vamos a dormir alrededor de las 11 de la noche; somos los últimos. La mayoría de los escaladores se duermen justo después de la cena, que se come temprano en las cabañas de montaña, entre las 6 p.m. y las 7 p.m. Se debe a que la mayoría de los grupos parten durante la noche: a medianoche, a las tres o a las cinco de la mañana, dependiendo de la ruta.
Los puentes de nieve se debilitan y se vuelven peligrosos a medida que el sol los calienta, por lo que la mayoría de los alpinistas prefiere terminar su ruta a primera hora de la tarde.
Al día siguiente, subimos cientos de metros de escaleras para llegar a la cabaña de Charpoua, una pequeña casa que fue construida hace más de 100 años y donde Sarah, de 30 años, es la anfitriona del verano, junto a su bebé de cinco meses.
Aquí todo es simple, tranquilo y cálido. Nos quitamos los zapatos en las rocas planas que conducen a la puerta principal. Tomamos té, y Yann se estira sobre una roca plana para dormir una siesta.
Nos turnamos para sostener al bebé mientras Sarah prepara la cena. Sopa de ortiga, risotto y torta de chocolate para el postre. Los demás son un grupo de jóvenes alpinistas con su guía y un estudiante alemán con la mochila llena de libros de filosofía.
El baño es un agujero entre dos rocas, encima de la cabaña. Tienes que trepar allí, agarrándote a una cuerda para evitar accidentes. Estamos a 2.800 metros.
Temprano en la mañana, salimos de la cabaña, uno por uno, hacia un cielo gris y tormentoso. Se siente como si estuviéramos dentro de una nube. Debemos apresurarnos a bajar la montaña y cruzar el glaciar para volver al tren que nos llevará a Chamonix. Con suerte evitaremos la lluvia, o la mayor parte.
"Buena suerte al volver a la ciudad", dice Sarah, sonriendo generosamente. Ella sabe lo difícil que es readaptarse a la vida urbana, las multitudes, el ruido, el bullicio. Qué difícil es alejarse de este paraíso, encaramado en lo alto de las montañas.