Cuando la Historia no te suelta

Berlín - A cinco puertas de mi casa en el centro de Berlín hay un centro comunitario. Las sinuosas escaleras que conducen al piso superior tienen una barandilla de madera que no tiene la altura normal. Apenas me llega a las rodillas. Un cartel en el rellano explica sus orígenes: el centro fue en el pasado un hogar para niños judíos, que usaban esa barandilla para ayudarse a subir las escaleras. Hasta que los nazis les juntaron con los casi 56.000 judíos de Berlín, que fueron enviados a los campos de concentración del Este.

El pasamanos de madera del centro comunitario de Fehrbellinertrasse, en Berlin, que fue hogar de niños judíos hasta que los nazis los detuvieron y enviaron a los campos de concentración en el este. (AFP / John Macdougall)

He vivido e informado desde el corazón de la pacífica y próspera Alemania durante más de dos décadas, pero no termino de acostumbrarme a los “golpes” con los que uno se encuentra cuando camina por sus espacios públicos. Nadie hace memoriales como los alemanes. Te asaltan en la calle cuando estás haciendo tus cosas. En Berlín, especialmente, el pasado nunca es pasado, a pesar de que esta ciudad es capaz de reinventarse constantemente.

Los turistas que la visitan por primera la encuentran a veces abrumadora. Unos amigos míos de Boston, mi ciudad natal, una pareja mayor de judíos, tardaron años en sentirse capaces de hacer el viaje. Cuando por fin lo hicieron, quedaron sorprendidos con los encantos de la ciudad, pero tuvieron que respirar hondo ante lo que llamaban el “factor terrorífico”: los recuerdos del pasado que acechan todo el tiempo. Mi propio camino hacia y desde la oficina me lleva cada día por un paisaje lindo, animado y, cuando abres bien los ojos, se torna desgarrador. Su historia nunca te deja tranquilo.

No son los lugares que uno está preparado para ver, los que aparecen en las guías de viaje, los que impactan más. Cubrí el Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa del arquitecto Peter Eisenman, un gran laberinto de rocas que simulan lápidas, desde su origen hasta su inauguración en 2005.

Aunque su inmensidad y su privilegiada ubicación imponen por sí solas, son los susurros de los pequeños recuerdos, los ejemplos de memoria a pequeña escala, los que más me afectan.

A la salida del edificio en el que vivo hay incrustados dos “Stolpersteine”, unas pequeñas placas del tamaño de la mano de un niño que explican en pocas palabras el destino de una madre y una hija –Taube y Lotte Ibermann, de 50 y 19 años-, que vivían en un pequeño apartamento en el lado del jardín. Poco después de instalarnos busqué en internet y encontré una fotografía en blanco y negro de la familia: una modista y sus niños con trajes de marinero cosidos a mano.

(AFP / John Macdougall)

Las dos niñas pequeñas pudieron escapar de Alemania justo antes de la guerra en el Kindertransporte, una operación humanitaria de Reino Unido para evacuar a niños principalmente judíos, cuando comenzó el acecho a la población judía del país. Pero la hija mayor y la madre, que era viuda, fueron deportadas el 29 de octubre de 1941 a la que hoy es la ciudad polaca de Lodz. Nunca se volvió a saber de ellas.

Una estadounidense y su pareja alemán, ambos académicos, viven actualmente en su antiguo apartamento. Y conocer detalles de su historia, que forma parte de un crimen inconmensurable, conlleva responsabilidades. Mis vecinos y yo nos turnamos para pulir las placas cuando tienen rasguños y depositamos rosas blancas para Taube y Lotte el 9 de noviembre, en el aniversario de la Kristallnacht (la Noche de los Cristales Rotos). Es lo mínimo que podemos hacer.

Cuando llegué aquí en la década de 1990, recién salida de la universidad en Estados Unidos, mucho antes de que Berlín inaugurara su espectacular Museo Judío o el  Memorial del Holocausto, en las destrozadas fachadas podían encontrarse verdaderas reliquias que provocaban escalofríos, como las inscripciones de “Mantequilla” o “Ron” de las antiguas tiendas de lo que fue el barrio judío de Mitte. El rápido aburguesamiento de la capital en los últimos años ha llevado a que muchos de esos carteles hayan sido pintados en colores pastel.

Lápidas contra una pared del cementerio judío más antiguo de Berlín, en el barrio Mitte, en octubre de 2013. (AFP / John Macdougall)

Cuando hoy camino hacia el centro de la ciudad, paso por decenas de Stolpersteine y por Yafo, un  restaurante de comida vegana que ameniza sus noches con actuaciones de DJ. Lo llevan un berlinés y un grupo de Tel Aviv, atraídos por el intenso intercambio cultural que hay entre las dos ciudades.

El restaurante Yafo. (AFP / John Macdougall)
El restaurante Yafo. (AFP / John Macdougall)

 

 

Giro hacia una calle tranquila en la que hay una escuela de la era comunista construida en el espacio que provocó un ataque aéreo en la Segunda Guerra Mundial. He pasado por aquí muchas veces, pero tardé en enterarme de que antes de la guerra hubo una sinagoga en ese lugar. Un artista callejero hizo una representación fantasmagórica del templo, con brochazos negros sobre una pared blanca.

Sigo por Rosenstrasse, donde tuvo lugar una importante revuelta de mujeres contra los Nazis en febrero y marzo de 1943 en nombre de sus maridos judíos, que habían sido trasladados a un centro de deportación. Según lo que consta en los diarios de Goebbels, a esos hombres, que supuestamente estaban protegidos por la ley nazi gracias a que estaban casados con “arias”, se los llevaron en una barrida para encontrar a los últimos judíos que quedaban en el país. Tras una vigilia de una semana, con sus días y sus noches, de cientos de mujeres ante el edificio se produjo un milagro: se abrieron las puertas, los guardias se hicieron a un lado y los hombres salieron en masa para reencontrarse con sus esposas. Un memorial de la era comunista representa ese momento.

Ecos del pasado en las columnas en la Isla de los Museos, en agosto de 2010. (AFP / Johannes Eisele)

Cuando me dirijo al centro histórico de Berlín, paso por lo que un día fue el distrito financiero en el que estaba la antigua Bolsa de Valores. En 1941 la Gestapo se instaló ahí y estableció su Departamento de Asuntos Judíos, que organizaba las deportaciones. En la actualidad hay un edificio de oficinas de acero y cristal con una pequeña placa que lo recuerda.

Cuando cruzo el puente a la Isla de los Museos, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1999, mis ojos recorren siempre los agujeros de las balas que marcan las columnas que conducen al Neues Museum, del siglo XIX. Esos profundos orificios, que atestiguan la batalla entre el Ejército Rojo y los soldados nazis en los últimos días de la guerra, se dejaron intactos intencionalmente durante la renovación espectacular que el arquitecto británico David Chipperfield terminó en 2009.

Al dirigirme a Unter den Linden, donde está la oficina de la AFP en Berlín, uno se topa con la Puerta de Brandeburgo. El que fue punto de encuentro de los desfiles de los “camisas pardas” en los años 1930 y fue testigo décadas después de la alegría que provocó la caída del Muro de Berlín, parece casi una nota a pie de página después de mis paseos por las calles adyacentes.

(AFP / Odd Andersen)

¿Son útiles los memoriales? ¿Qué supone vivir tu vida con los recuerdos constantes de una Historia siniestra? Eisenman, el diseñador del Memorial del Holocausto, expresó su pesimismo en una reciente entrevista con el semanario Die Zeit, al afirmar que dudaba que el monumento se hubiera podido construir en el contexto actual, donde el extremismo y el populismo en ascenso están a la orden del día y se oponen a este tipo de expresiones de expiación.

Pero las críticas de un político de la extrema derecha a inicios de año, calificando el memorial de “monumento de la vergüenza en el corazón de la capital”, provocó un fuerte rechazo social. La respuesta del poderoso periódico Sueddeutsche Zeitung fue contundente: “Nuestra cultura de recuerdo es lo mejor que le podía haber pasado a Alemania”, al haber creado una nación que está más en paz consigo misma y con el mundo.

A muchos alemanes les enfurece la idea que a veces saca a relucir la prensa extranjera, según la cual su gobierno ha dejado entrar a más de un millón de personas que pidieron asilo en 2015 como forma de compensar su pasado nazi.

Aunque esa interpretación me parece un poco trillada, creo que muchos alemanes que se topan con tantas memorias del horror y el sufrimiento de esa época, así como con actos de valentía humana, pueden estar más predispuestos a ayudar que en otros países. A pesar del rechazo creciente a la política liberal de asilo de la canciller Angela Merkel, entre tres y cuatro millones de alemanes participan regularmente como voluntarios para ayudar en causas relacionadas con los refugiados, según un estudio reciente.

El centro comunitario de mi calle también se ha implicado. Su personal ha estado haciendo una colecta de ropa de niños, juguetes y libros para distribuir a las familias que huyeron del horror en Siria, Irak y Afganistán para comenzar una nueva vida en la capital alemana.

El centro comunitario de Fehrbellinertrasse, en el distrito Prenzlauer Berg de Berlín, donde alguna vez se albergaron niños judíos. (AFP / John Macdougall)