De safari en Chile: zarpazos y viento en contra
(AFP / Martín Bernetti)
RANCAGUA, Chile, 10 de noviembre - Un parque safari en el centro de Chile. Dos hectáreas donde viven libremente seis leones, todos machos. Tras pasar una gran puerta y otra más pequeña, ingresamos en un jeep acondicionado con una enorme jaula con no menos de cuatro centímetros de espesor.
Los leones se acercan uno por uno, conocedores ya de la rutina: el chofer y cuidador pone carne en el techo enrejado para que salten a comer un pequeño bocado.
Los leones libres nos vienen a ver a nosotros, que estamos en una jaula: un zoológico al revés.
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Empieza el show. Cámara lista, las fotos se disparan a una velocidad de 16 cuadros por segundo, entre gritos y risas de niños venidos de varias escuelas de las ciudades de Rancagua y Santiago, nerviosos pero entusiasmados por esta aventura que los lleva un paso más allá de ver a los felinos por National Geographic Channel.
El cuidador da golpes en la reja. Tambor, uno de los leones, ruge. Los niños gritan.
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Se me ocurre sacar mi cámara GoPro por un pequeño agujero en el techo de la cabina del piloto. Con un bastón usado como extensor, podría obtener una imagen más cercana y diferente del león sobre el techo del vehículo. Pero recibo una advertencia: si el león atrapa la cámara, seguramente la tendré que dar por pérdida.
Y efectivamente estoy varias veces a punto de perderla en las fauces de Tambor. Pero vale la pena el riesgo.
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Después de varias horas, es el turno del dron. Tengo en mente realizar tomas aéreas cenitales, pero el uso del aparato volador se complica cada vez más por el fuerte viento que sopla. Ya he escuchado varias historias sobre dones perdidos por volarlos en malas condiciones climáticas.
Aun así, 3,2,1… y el aparato despega desde una torre de vigilancia del safari bajo la mirada de curiosos, cuidadores y veterinarios que lo ven elevarse mientras yo sufro. Perder este dron y la cámara que lleva incorporada, una GoPro 3 -pequeña y ligera, especial para fotografiar acciones extremas y programada para disparar fotos cada segundo-, podía significar una pérdida de unos 1.500 dólares.
(AFP / Martín Bernetti)
Dirigirlo también es difícil, sobre todo porque no tengo un retorno, es decir, no cuento aquí con un sistema para poder ver lo que la cámara va fotografiando. Es como sacar fotos a ciegas, únicamente a merced del cálculo.
El dron tiene una autonomía de vuelo de unos siete minutos, pasados los cuales la batería se agota y cae al piso o pierde recepción del control remoto y se perderá. Así que después de cinco minutos de vuelo sobre la jaula, lo acerco a casi a dos metros del león, que mira el aparato, se pone en dos patas y saca una garra, quizás para darle un zarpazo. La toma habrá sido espectacular, así que inmediatamente después decido hacer aterrizar el dron a salvo.
(AFP / Martín Bernetti)
Una vez editando el material, constato que las que eran quizás las mejores tomas con la GoPro no han salido por un error en la cámara. Pero peor, al revisar las fotos del dron, el momento justo en que el león se levantó para lanzarle un zarpazo no estaba registrado, aunque sí el antes y el después.
Me siento decepcionado, pero a fin de cuentas así es la tecnología, o más bien, así es la suerte.
Resultado: las mejores fotos son producto de una cámara tradicional.
Martín Bernetti es fotógrafo de AFP en Chile. Su página web personal se puede visitar aquí.
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