Cambio climático: el momento ¡Oh, mierda!

Godzilla en plena acción (AFP/Yoshikazu Tsuno)

París, 26 de septiembre de 2014 - Me llevó más de dos años llegar al meollo de mi media década cubriendo pandemias de gripe, furtivas partículas subatómicas y la reducción de la capa de hielo. Pero el momento de iluminación, cuando todas las piezas del rompecabezas encajan súbitamente, se lo debo a Godzilla. 

El período de gestación puede parecer largo. Pero muy poco antes de dejar de trabajar en una sección dedicada un tercio a Ciencia, un tercio a Salud... y 100% a Cambio Climático, comencé a vislumbrar la gran revelación. 

Me ocurrió después de vivir en carne propia lo que el filósofo australiano Clive Hamilton -autor, entre otros, del libro "Réquiem para una especie"- llama el “Oh shit! moment” (el "momento ¡Oh, mierda!"): un choque violento, una brutal toma de conciencia que hace que nuestra reticencia instintiva a proyectar el fin de los tiempos se doblegue paulatinamente ante las catástrofes que amenazan con hundir el único planeta en el que podemos vivir. 

El mar embravecido en Antofagasta, Chile, julio de 2013 (AFP/Jorge Jara)

En mi caso, que soy escéptico por naturaleza y formación, la alarma definitiva sonó durante una conferencia en Oxford en 2009. Yo discutía con los mejores científicos reunidos allí para imaginar lo que sería un mundo 4° C más caliente. ¿El resultado? Un cuadro apocalíptico: guerras por acceso al agua, cientos de millones de refugiados climáticos, una explosión de vectores de epidemias y una hambruna generalizada. El escenario de los 4° C es actualmente tomado en cuenta sólo como una proyección "intermedia" en el horizonte del año 2100. 

¿Demasiado tarde para cerrar las puertas del Infierno? 

Pero cuando realmente quedé en shock fue cuando me di cuenta de que quizás ya era demasiado tarde para cerrar las puertas del Infierno. ¿Y si la anti utopía climática no era sólo una idea hollywoodense hecha para aterrorizar a los espectadores sino una realidad pura y dura hacia la que la humanidad se precipita con alegre abandono? 

Porque lo que quita el sueño a los climatólogos -y vi a uno llorar nada más pensarlo- es poder medir cómo hemos tontamente jugado con el termostato del planeta y activado las fuerzas de la naturaleza que, en un instante y de manera irrevocable, van a hacer de la Tierra un lugar muy poco hospitalario para nuestra delicada especie.  

Cerca de un lago artificial prácticamente vacío debido a la sequía en Honduras de mayo de 2013 (AFP/Orlando Sierra)

¿De qué estoy hablando exactamente? Recientemente se informó, por ejemplo, que un colosal glaciar llamado Inlandsis (hielo interior, en danés) de la Antártida Occidental había pasado el "punto de inflexión", el umbral a partir del cual el deshielo acelerado del casquete glaciar –provocado principalmente por el calentamiento de los océanos- se convierte en su propio motor, la causa y el efecto simultáneamente. 

Esto significa que incluso si mañana eliminamos todas las fuentes mecánicas de CO2, la Indlansis en cuestión seguirá disminuyendo hasta desaparecer por completo, elevando a su vez los niveles del mar en varios metros. Adiós Bangladesh y todos los otros deltas costeros repletos de seres humanos y los cultivos agrícolas que garantizan su pobre ración diaria. Y hola tormentas al lado de las cuales el huracán Sandy luce como un mar agitado. (Habrá al menos algo parecido a la justicia climática: la península de Florida se reducirá por el ascenso del agua, que hará desaparecer décadas de construcción desenfrenada). Que esto vaya a ocurrir de aquí a un siglo o a tres realmente no importa: no vamos a tener tiempo suficiente para adaptarnos. 

Un glaciar se rompe en la Costa Knox, en la Antártida, en enero de 2008 (AFP/Torsten Blackwood - Pool)

Este es sólo uno de los muchos cataclismos que romperán el equilibrio del sistema Tierra, como los científicos lo llaman ahora. Otra amenaza a la vista: la inmensa reserva de carbono –varias veces el volumen emitido desde la era industrial- enterrado, esencialmente en forma de metano, en el mal llamado "permafrost" de Siberia y Canadá. Las temperaturas en la zona subártica, que aumentan el doble de rápido que la media del planeta, ya han comenzado a abrir su cofre del tesoro tóxico, y más allá de un punto, no se podrá volver a cerrar la tapa. 

¿Por qué no estoy al tanto? 

 Lo que más miedo da de todo esto es que nosotros podríamos haber cruzado ya ese fatídico punto sin saberlo.¿Existe alguna posibilidad de que todos estos horrores no lleguen a suceder? Por supuesto. Siempre es posible que el Sol se desplome antes de que yo haya terminado de escribir esta frase (¡Uf, no se desplomó!). Esto es una cuestión de riesgo estadístico. Pero si usted se toma la molestia de leer los estudios y escuchar a los expertos, el pronóstico es realmente sombrío. Sombrío como un coche fúnebre. 

En este preciso instante, probablemente usted se estará preguntando: "Si las cosas están realmente tan mal, ¿cómo es que no estoy al tanto?"

El tifón Neoguri se acerca a las islas del sur de Japón, el 7 de julio de 2014 (AFP/NOAA/Handout)

Pero tal vez, de hecho, usted esté al tanto. ¿Puede que haya escuchado las noticias... pero no les haya prestado ninguna atención? El instinto de supervivencia se activa y se encienden todas las alarmas si nos encontramos de frente con un rinoceronte sacudiendo su cuerno o con un drogadicto blandiendo una 9 mm. Pero los seres humanos hemos demostrado nuestra extraña capacidad de ignorar las amenazas de muerte que no captan nuestra atención inmediata. (Aquí, al menos, hay un terreno común entre Freud y la psicología evolutiva). ¿Extraña? No tanto en el fondo, porque considerar con seriedad el Apocalipsis sería coquetear con la locura. 

Tampoco es del todo su culpa. Las personas que saben -las organizaciones ecologistas, las grandes industrias generadoras de carbono, los especialistas del clima- están tratando, cada uno por su cuenta y por razones muy diferentes, acallar la alarma. 

Sesión plenaria de la conferencia de Copenhague sobre el clima en diciembre de 2009 (AFP/Attila Kisbenedek)

Los caballeros blancos (¿o verdes?) del medio ambiente todavía están reponiéndose del estrepitoso fracaso sufrido en 2009 en Copenhague durante la cumbre sobre el cambio climático que proclamaron, un poco precipitadamente, "La última oportunidad". Demasiado temerarios, apostaron todo y perdieron todo. Y desde entonces, los Verdes tienen un miedo terrible de jugar a las Cassandra. 

Los glotones del carbono (beneficios financieros incluidos), tienen razones de sobra para minimizar esta amenaza. Cínicos y pragmáticos, estos multimillonarios del CO2 han gastado mucho dinero para susurrarnos al oído que el calentamiento global sigue siendo un riesgo tan dudoso como lejano, y que actuar de inmediato nos arruinaría a todos. 

Por su parte los escépticos, incluso los más feroces, cuando ya no pueden ignorar la montaña enorme de señales inquietantes dicen: "Es demasiado tarde, tendremos que adaptarnos. ¡Manos a la obra!". Mientras la pobre humanidad se da cuenta de que el tiempo se agotó, Mr. Petróleo y compañía se sacarán del sombrero un montón de soluciones a cual más extravagante para seguir haciendo girar la rueda económica... Mil millones de diminutos espejos en el espacio, sembrar hierro en los océanos... ¿Quién da más? 

Tráfico durante la hora punta en Tianjin, China, en octubre de 2013 (AFP/Ed Jones)

En cuanto a los investigadores, permanecen paralizados por los códigos y la cultura propios de su profesión. Las predicciones científicas los ponen tan nerviosos como las recetas políticas. "Ese no es mi trabajo", les he escuchado decir cientos de veces. Los medios de comunicación, por su parte, han agravado la situación generando una inmensa incertidumbre. Y en lo que respecta a los políticos, es suficiente con darse cuenta de que nunca son elegidos por las generaciones futuras. 

Pero en este partido, aún hay otro jugador que nos impide ver nuestro futuro como una mezcla de "World War Z", "El día después de mañana", "Contagion" y otras películas post-apocalípticas. ¿Su nombre? No, no es Godzilla. Se llama "hibris". 

Si no puede ver la infografía animada, haga clic aquí

En el film japonés original ("Gojira", 1954), el monstruo reptil que aplasta los edificios es el descendiente mutante de un átomo que la humanidad está empezando a dominar. Mientras, el mundo nuclear ofrece la fascinante perspectiva de una energía ilimitada y de un poderoso arsenal militar que haría imposible cualquier guerra (la famosa arma de "disuasión"). El resultado de la era atómica, que no ha sostenido todas las promesas del folleto publicitario, está lejos de la realidad. Y sesenta años después, Godzilla hace su regreso triunfal para recordarnos que no debemos tratar de domesticar la naturaleza a la ligera. 

Hibris a gran escala

La idea de que nuestra especie puede y debe doblegar a la Tierra a su voluntad es bastante reciente. Surgió durante el Siglo de las Luces y se expandió con la revolución industrial bajo la certeza de que la Ciencia, la Tecnología y la Educación vencerían definitivamente el ciclo de la Historia, larga sucesión de auge y caída de civilizaciones, para impulsar a la Humanidad en una marcha hacia un Progreso sin fin. 

Para los intelectuales de todas las tendencias en el siglo XIX –de Karl Marx a John Stuart Mill, de los socialistas a los darwinianos- el genio y la superioridad de la raza humana se encargaría de todo, mientras la Naturaleza se contentaría con su papel de proporcionar sus recursos inagotables. 

Un cerdo salvaje cerca de una central térmica de carbón en Bitola, en Macedonia, en diciembre de 2009 (AFP/Robert Atanasovski)

En la tragedia griega, la hibris –una mezcla de orgullo y ego desmesurado– condena a los protagonistas obstinados a un final prematuro. Pero nuestra tragedia, muy moderna, se juega a gran escala y el héroe es toda la humanidad. 

El culto del dios Progreso prosperó durante mucho tiempo, hasta que la alarma comenzó a sonar un poco más en la segunda mitad del siglo XX. Hoy en día, estas señales han dejado lugar a amenazas muy reales: nueva crisis de extinción masiva, la sexta en solo 500 millones años; un sinfín de enfermedades contra las que los antibióticos, considerados durante mucho tiempo como el arma definitiva, se están quedando impotentes; grandes agujeros en la estratósfera; recrudecimiento de las sequías, incendios, inundaciones y huracanes, y océanos que crecen y disminuyen simultáneamente.

Contaminación en el aeropuerto de Shanghai-Hongqiao en diciembre de 2013 (AFP/Peter Parks)

Por primera vez en los 4.570 millones de años de historia de nuestro planeta, una sola y única especie animal ha alterado la morfología, la química y la biología de la Tierra. Y para colmo, el animal humano es perfectamente consciente. 

La ruptura es tan radical que los científicos de todos los orígenes se suman a la idea de que nuestras acciones han provocado una nueva era geológica. "No sabemos qué va a pasar durante el Antropoceno", es decir, la "Edad del Humano", dice Erle Ellis, de la Universidad de Maryland. "Podría estar bien, incluso mejor. Pero tenemos que pensar de manera diferente y globalmente para apoderarnos del planeta". 

"Apoderarnos del planeta". La hibris de nuestra especie está entre dos extremos. Primero, creemos que podemos poner a la Tierra a la orden de nuestros caprichos. Y ahora que nos vemos obligados a reconocer que hemos envenenado el agua de nuestro pozo, seguimos pretendiendo ser capaces de encontrar una nueva fuente de agua pura. 

Tornado sobre la Marina Baie des Anges, cerca de Niza, en el sur de Francia en junio de 2013 (AFP/Valery Hache)

El grito ancestral de los eco-guerreros delata una arrogancia fuera de lugar. Cuando los defensores del medio ambiente dicen "¡Salvemos el planeta!", lo que realmente quieren decir es "¡Salvemos nuestra especie!". No es el planeta lo que necesita ser salvado, es nuestro pellejo. Si los seres humanos modifican realmente la compleja red de interacciones químicas y biológicas que hacen posible la vida hoy, la Tierra acabará por encontrar un nuevo equilibrio, como ha hecho hasta ahora. Para nosotros, en cambio, esa transición puede ser un poco más complicada.

Piénselo de esta forma: los dioses quizás no sean indiferentes a nuestro sufrimiento, pero sí la Naturaleza. Sólo nuestro incorregible orgullo, nuestra hibris, nos impide ver que la Tierra puede sacudirse y deshacerse de nosotros como si se deshiciera de un parásito molesto, para dejar a otra forma de vida tomar nuestro lugar.

Marlowe Hood estuvo a cargo de la sección medioambiental en AFP en París de 2007 a 2012.