Yo también me comí una cucaracha
LIMA, 13 de marzo de 2015 - Era verano y tenía hambre. La década de los 90 terminaba y la economía del Perú aún empezaba a fortalecerse. Su cocina todavía no hacía “boom” ni era el destino gastronómico por excelencia. Joven y recién salido de la universidad, con precario presupuesto, compré una salchipapa (papas fritas con salchicha) en un remolque viejo que era usado por un vendedor ambulante. El amigo que iba conmigo también compró la suya.
Tras terminar el platillo bañado en mostaza y mayonesa, sentí que algo me incomodaba en el diente. “Será algún carboncito del grill en donde se asan las salchichas”, me dije. Decidí retirarlo con discreción e inmediatamente vi que con mi dedo pulgar e índice sostenía una delgadísima varilla de color marrón en forma de V, con microscópicos pelitos. “¿Acaso es lo que estoy pensando?”, me pregunté. Con incredulidad mostré el hallazgo a mi amigo, que no pudo contener la risa. Efectivamente, lo que había quedado atorado entre mis dientes era nada menos que la patita rostizada de una cucaracha.
Tiempo después, el trabajo de corresponsal me llevó fuera de Perú, país al que acabo de volver después de 10 años. Y una de las primeras noticias con las que me topé a mi llegada fue la del cierre temporal de una reconocida franquicia de pizzas por temas de salubridad.
La principal causa del cierre fue que un cliente publicó en redes sociales que, además del salame y el queso derretido de la pizza que pidió a domicilio, apareció un ingrediente que él no ordenó: una cucaracha con el torso y las antenitas chamuscadas.
Junto con el escándalo, esa denuncia trajo consigo otras en distintas partes de Perú contra otros restaurantes: apareció una hoja de afeitar en un pan, un trozo de guante quirúrgico o un gusano en una ensalada, una cucaracha en un pote de helado, roedores en salas de cine, y de golpe, una serie de negocios de comida callejera eran antihigiénicos y todos los comensales tenían cuestionamientos por la falta de higiene.
Poco después, una empresa panificadora debió cerrar temporalmente su producción porque las autoridades detectaron que uno de sus proveedores tenía el registro sanitario equivocado. Esta medida dejó sin pan por un día a la cadena de hamburguesas más famosa del país, lo que fue casi un desastre nacional, si se tiene en cuenta que en Perú, comer es una disciplina olímpica.
Cuando me ocurrió lo de la cucaracha no existían redes sociales e irme a quejar a la comisaría sólo habría causado la burla masiva de los policías. Y si le reclamaba al dueño del negocio, lo mejor que habría obtenido era otra salchipapa gratis, preparada en la misma cocina que la anterior. Y como yo, muchos otros en aquella época deben haberse apenas reído de un incidente similar que les ocurrió.
Hoy, en cambio, las redes sociales sirvieron hasta de fiscalizador. Bastó que la foto de la cucaracha en la pizza fuera publicada en una de ellas para desatar una avalancha de reclamos de todas partes del país. La cobertura fue gigantesca y los noticieros no pararon de hablar del tema por una semana. La mayor emisora radial de Perú incluso abrió su noticiero nocturno con el tema aquel día. Fue, además la primera nota que yo escribí para la AFP tras mi regreso a Lima.
El escándalo motivó que el Ministerio de Salud mandara a sus inspectores a supervisar cada local denunciado, cada esquina, cada lechuga y tenedor. En el país que es el la meca de la gastronomía mundial–según The Economist- semejante afrenta al comensal no se podría tolerar, sobre todo si se reciben 3 millones de turistas extranjeros al año que llegan -además de para tomarse un selfi en Machu Picchu- con muchas ganas de comer.
Así como en Brasil y en Argentina una de las especialidades es el fútbol, y en Chile se producen buenos vinos, en Perú se come bien y se cocina mejor. Las tertulias de los peruanos, incluso cuando están comiendo en un restaurante, versan sobre lo que les gustaría comer en el próximo encuentro y lo bien que comieron antes en algún otro sitio.
Todo peruano lleva un chef o un crítico gastronómico dentro. Aquellos platos que hoy son los preferidos de los turistas, nacieron al calor de una sencilla cocina hogareña, en medio de la escasez de recursos. Antiguamente, esos platos eran preparados por nuestros padres en casa, sin mayor ciencia y probando la sazón con la cuchara de palo. El paladar crítico se creó en casa, aunque hoy se estudie para poder cocinar platos con maestría.
Todo peruano, además, tiene su “Tía Veneno”, aquella señora con un pequeño negocio de comida en alguna esquina, que nadie sabe bajo qué condiciones higiénicas prepara sus platos, pero donde todos comen, sin que se registren muertes por eso.
Muchas cosas han cambiado en el Perú que dejé y al que hoy vuelvo. La economía es sólida, el crecimiento se respira, los centros comerciales están llenos, hay más autos nuevos en las calles y la capacidad adquisitiva de mis compatriotas ha crecido. Ahora están dispuestos a pagar más no solo por el sabor sino por la limpieza y el ambiente grato que les ofrece un restaurante elegante. La exigencia por la buena comida se ha potenciado junto con sus salarios.
Pero hay cosas que aparentemente no han cambiado, y lo he constatado a mi retorno. Como la posibilidad de encontrar sorpresas con antenas en tu comida rápida. Hablaba con un amigo brasileño hace poco sobre el tema y me decía que no era para quejarse tanto. “Total” – dijo- “las cucarachas como bichos milenarios también saben lo que es bueno”.
Moisés Ávila Roldán es jefe de redacción para Perú y Bolivia de la AFP. Fue corresponsal en Chile y Brasil