Trabajando en la oscuridad
Después de escribir y leer “arrasado”, “devastado” y “destruido” cientos de veces, las palabras pierden significado. ¿Cómo explicar la magnitud de la destrucción que dejó el huracán María en Puerto Rico?
Cuando se dice que este territorio estadounidense perdió su energía eléctrica y quedó incomunicado, pocos imaginan cómo eso afectó la vida de cada uno de sus 3,4 millones de habitantes.
Los vientos de María, que entró como categoría 4, golpearon Puerto Rico la mañana del miércoles 20 de septiembre a 155 millas por hora (250 Km/h). AFP ya tenía en el terreno a tres reporteros, a los que se sumaron otros dos una semana después. Aquí los cinco cuentan cómo fue para ellos cubrir el peor desastre natural que golpea la isla en un siglo.
El trabajo tiene que salir
Ricardo Arduengo, fotógrafo en Puerto Rico
De pequeño viví el huracán Hugo, que golpeó Puerto Rico en 1989. Luego, como periodista, me ha tocado cubrir otras tormentas, como el huracán Irene en República Dominicana en 2011. Pero yo nunca había visto una como esta.
La destrucción esta vez pegó en casa, literalmente. Mi familia estaba en Barranquita, en el centro de la isla y, como no había comunicaciones y estaba cerrado el paso, demoré tres días en ir para saber si estaban bien. Al igual que en los demás lugares, había árboles caídos alrededor, pero, por suerte, solamente se rompió una ventana.
Recibí el huracán en Fajardo, en el este de la isla, en el mismo lugar donde cubrí la llegada del huracán Irma dos semanas antes. Ahí no iba a pasar el ojo de María, pero sí estaba bastante cerca.
Pasé la noche en un catre y a las 5 de la mañana ya el viento estaba soplando bastante fuerte. Como a las 10 de la mañana el río Fajardo se había desbordado y estaba cerca de la alcaldía, aunque no llegó a entrar. Hubo un momento de tranquilidad en medio de la tormenta en que pude salir e hice un par de fotos de un señor rescatando de un garaje que tenía al lado de su casa unos gallos de pelea. Estaba cargando uno de los animales con el agua hasta la cintura.
Después de la tormenta recorrí toda la isla. Casi todas las fotos que hice con dron, también las había hecho desde abajo, como la del hombre que está caminando en la inundación. Esa escena sólo podía ilustrarla bien si la tomaba desde arriba.
Aún a pesar de que esta es una situación que me toca en lo personal, me concentré en mostrar la historia. Hay momentos en que a uno se le hace un taco en la garganta frente a todo este dolor, pero uno tiene que seguir. Traté de concentrarme en hacer mi trabajo. “Estoy retratando. Si dejo que me afecte, va a afectar el trabajo”, pensé.
Mi responsabilidad aquí no es solamente como puertorriqueño. No hago esto sólo porque quiero que el mundo vea lo que está pasando aquí. Trabajo igual si cubriendo otro tipo de noticias. Estoy pensando en que el trabajo tiene que salir, en que hay que mostrar lo que está pasando.
La resposabilidad de ser testigo
Eleonore Sens, videoreportera en Washington
Por primera vez en mi joven carrera de periodista, sentí el peso de la responsabilidad de nuestro oficio. Mientras tenía lugar una disputa mediática entre la alcaldesa de la capital puertorriqueña, Carmen Yulín Cruz, y el presidente Donald Trump sobre la entrega -o no- de la ayuda a Puerto Rico, presencié una catástrofe natural y humanitaria. Cada imagen filmada, cada testimonio, era prueba de la urgencia de la situación a la que estábamos asistiendo.
Apenas salimos de San Juan, las condiciones de vida de los pobladores eran cada vez más rudimentarias. No tenían agua corriente, electricidad, cobertura telefónica y, muy a menudo, ni siquiera una casa digna de este nombre. La gente que nos cruzábamos tomaba agua del río a falta de provisiones. Algunos lo perdieron todo: su hogar, su sustento. Los puertorriqueños ni siquiera podían contarles a sus familiares si estaban bien o no.
Luego, a medida que nos alejamos de la ciudad, los habitantes de los pueblos que nos cruzábamos no habían visto ninguna ayuda. Más de diez días después de la catástrofe, los testimonios eran todos iguales: nadie del ejército, ni de FEMA, ni ninguna autoridad gubernamental había venido a socorrer a estas personas totalmente aisladas del mundo.
Sin embargo, frente a una situación insoportable, la resistencia de los puertorriqueños me impresionó. En lugar de llorar por la falta de ayuda, la mayoría de la gente parecía organizarse por su cuenta y ayudarse mutuamente. Conocimos, por ejemplo, a profesionales de la salud que iban a los refugios para proveer tratamientos y medicinas.
A veces uno se olvidaba de la gravedad y la angustia de esta situación. Estos paisajes tan caóticos se me hicieron familiares. La gente nos sonreía y nos agradecía por venir a reportear. Pero luego había algunos recordatorios. Una noche vimos una niña que prácticamente vivía entre planchas de chapa húmeda: su casa había volado con María. El grado de insalubridad en la que vivía esta niña me impactó. Su madre no había recibido ninguna ayuda de las autoridades y, aún así, mientras escribo esto, el presidente estadounidense habla de quitar la ayuda a este territorio.
Cubrir un huracán con otro desastre en casa
José Osorio, videoreportero en México
El 18 de septiembre, estaba listo para cubrir al día siguiente el aniversario del sismo que mató a miles de personas en México en 1985 cuando sonó el teléfono y mi editora en Montevideo me pidió que viajara a Puerto Rico a cubrir el huracán. Llegué a San Juan al otro día, justo antes del cierre del aeropuerto, a tiempo para ir a Fajardo a recibir la tormenta.
Paré en una gasolinera en la ruta para filmar a la gente haciendo fila para llenar el tanque de gasolina. Eran pasadas las dos de la tarde y era también el inicio de otra desgracia, en tierra propia y sin vientos huracanados, otra cara de la furia de nuestro planeta-isla. Me llamó mi novia para decirme que México acababa de temblar. La escuché muy nerviosa y traté de calmarla, pensando que era otro de esos temblores que solo causan un susto menor. Pero no, este era otra cosa, otro calibre.
Me vi en una situación difícil. Tenía que llegar a Fajardo porque en unas horas más entraría el huracán María, pero sentía ya ganas de regresar y estar con los míos en México. Tardé poco más de un día en saber que toda mi gente estaba bien, y también me fui enterando de que el edificio donde vivimos se había dañado, que el edificio de mi padre se había resquebrajado y que él no podía seguir viviendo ahí.
Mientras me preparaba para el huracán, mentalmente me estaba preparando para regresar en algún momento a mi ciudad, que ya no iba a ser la misma. Pero la posibilidad de volver al DF se desvanecía. El día después del paso de María tuve que salir de la alcaldía de Fajardo, que fue el lugar donde nos resguardamos, para poder transmitir desde un hotel, que había sufrido daños severos pero pudo mantenerse operando.
El trayecto me mostró la gravedad de los daños. Cientos de árboles caídos, postes en el piso, cables colgando, zonas inundadas, nadie en la calle. Tuve que hacerme a la idea de que estaría ahí un buen rato y me dediqué, junto con mis compañeros, a cubrir de la mejor manera posible esa otra desgracia. Pasó otra semana antes de que pudiera dejar Puerto Rico.
La única forma que hay
Héctor Retamal, fotógrafo en Haití
Vivo en Haití desde hace 4 años. Y hace un año cubrí el huracán Matthew. Las situaciones que vemos, el dolor de las personas por el azote de los desastres naturales, claramente nos afecta. Pero debemos procesar estos sentimientos. Trato de canalizar toda esa energía para mostrar lo que ocurre en mis fotos.
En los días siguientes al paso del Huracán María, traté de hacer ver cómo fue afectada la población: casas destruidas y personas buscando agua o cocinando en la noche fuera de las ruinas de sus casas como María, una mujer de Toa Alta que cocinaba afuera de su casa, alumbrándose con una linterna.
A medida que pasaban los días, intenté buscar historias que mostraran cómo las personas afectadas luchaban y salían adelante, a pesar de haberlo perdido todo. Me gusta especialmente la imagen del joven con una bandera que dice "voy a ti Puerto Rico", que significa “hincho por ti”, porque para mí simboliza fuerza y esperanza después de la destrucción.
Unos días antes de volver a Haití, visité a las personas que había fotografiado en los días posteriores al huracán.
Debemos estar cerca, no tan solo para tener buenas imágenes, sino por respeto hacia los afectados. No tienen sentido ir allí a tomar fotos y ni siquiera saber qué les pasó o no mostrar interés en sus relatos y sus vidas. Por eso siempre intento volver a verlos antes de marcharme. Quiero que sientan que a alguien le importa su dolor.
Trabajando en la oscuridad
Leila Macor, corresponsal en Miami
María dejó en Puerto Rico una crisis humanitaria e hizo retroceder a sus habitantes décadas atrás en términos de telecomunicaciones. No había electricidad, agua corriente, teléfono ni internet. En este contexto, cubrir la noticia fue particularmente desafiante.
Teníamos un teléfono satelital para emergencias y dos terminales de internet satelital BGAN, con los que podíamos transmitir, aunque no revisar continuamente la prensa en la web. Un recurso tan elemental del oficio como confirmar una noticia era una odisea. Normalmente todo lo que hay que hacer es un par de llamadas telefónicas. Ahora, la única forma de saber si un rumor era cierto era yendo al pueblo en cuestión y preguntarle a los residentes si habían visto pasar al alcalde por allí, para consultarle a él sobre el asunto.
Trabajábamos a oscuras la mayor parte del tiempo, sin ver la “big picture” hasta que llegaba la noche y nos conectábamos en el Centro de Convenciones en San Juan, donde todavía hoy opera el gobierno y había una sala de prensa. Allí nos enterábamos de que Trump había dicho durante el día que los periodistas estábamos exagerando. Con una triste impotencia, tocaba transmitir lo que habíamos visto y que él no nos creía.
Los puertorriqueños no tenían adónde ir ni cómo irse. No funcionaban los hospitales. Los enfermos estaban sufriendo. No había nada abierto. No se podía llamar a nadie. Tras el paso de María, cada residente estaba -y está, muchos siguen estando- solo, en su casa o lo que quedó de ella, sano o herido, en un pequeño universo personal en el que los días transcurrían lentamente, buscando qué comer, qué beber y dónde bañarse.
La ayuda comenzó a llegar a cuentagotas después de que el tema se volvió polémico. Pasada una semana, aún los pobladores de los pueblos del interior nos recibían con la esperanza de que fuéramos la FEMA o la Cruz Roja. Pero no. “Somos periodistas”, les decíamos. “Lo único que podemos hacer es contar tu historia”.
Por eso, los textos que salieron desde el terreno tuvieron la misma atmósfera que las fotografías y los videos de mis colegas: eran retratos de los damnificados que nos cruzábamos; imágenes en palabras, escenas, microhistorias.