Recuerdo una foto de un libro del colegio que me fascinaba cuando era niño: un campesino se protegía de la lluvia debajo de una palmera, al lado del volcán Mayon. La imagen de esta montaña, con su forma de cono perfecto, permaneció grabada en mi memoria y me juré que algún día iría a verla de verdad.
Años más tarde, cuando estudiaba en Manila, cada semestre, al regresar a casa de vacaciones, veía la silueta de la montaña desde la ventanilla del autobús hasta que, por fin, diez años después de haber empezado mi carrera de reportero gráfico, pude acercarme para cubrir su erupción en 1994. Años más tarde, cubrí la erupción de 2009. Y ahora, la de 2018. El Mayon tiene el sueño ligero.