Santa Muerte, ayúdame en el amor
TULTITLÁN, México, 7 de marzo de 2016 - En la entrada de Arteaga, el pequeño pueblo enclavado en la montañosa región de Michoacán donde nació el jefe del cártel Los Caballeros Templarios, Servando "La Tuta" Gómez, se erigen dos santuarios dedicados a la Santa Muerte. Era la primera vez que entraba en una capilla de la Santa Muerte en México. Los devotos dejan allí en un altar velas, notas escritas a mano y distintas imágenes de su venerada.
Era mayo de 2014. La imagen era demasiado impactante para dejarla fuera de mi historia sobre la ciudad de este capo, donde muchos lo ven como un delincuente benévolo, una especie de Robin Hood que envía juguetes a los niños en Navidad. Mi colega, el fotógrafo Ronaldo Schemidt, tomó fotos de esos altares.
Delante de los santuarios, una señal de tránsito mostraba siete impactos de bala. Yo relaté entonces la escena describiendo a la Santa Muerte como “la santa-calavera con guadaña venerada por los criminales”.
Camisetas y tatuajes
Tuiteé mi artículo y poco después el investigador de la Santa Muerte Andrew Chesnut, de la Virginia Commonwealth University, me escribió para explicarme que los narcos no eran los únicos que veneraban a la Santa Muerte.
Este especialista estima que entre 10 y 12 millones de personas en México, Centroamérica y Estados Unidos le rinden culto. Yo sabía de su gran poder de atracción y había visto a gente común y corriente en la Ciudad de México usando camisetas con la imagen de la Santa Muerte o que la llevaba en alguna parte de su cuerpo tatuada de por vida (o hasta que fuera a por ellos con la guadaña).
Tras quedar en evidencia lo precipitado de mi conclusión periodística, me prometí a mí mismo que un día escribiría una historia sobre la Santa Muerte, cuya creciente popularidad empieza a causar preocupación en el seno de la Iglesia Católica.
Y mi oportunidad llegó, quizás irónicamente, cuando el papa Francisco anunció que visitaría el segundo país con más católicos del mundo entre el 12 y el 17 de febrero.
Cubrir un país tan complejo como México es bastante difícil. Entender por qué las personas recurren a ciertas religiones o creencias puede ser un vía crucis para los no entendidos. Así que llamé a Andrew Chesnut para que me diera un curso intensivo sobre la Santa Muerte.
La Santa Muerte con vestido de novia (AFP / Yuri Cortez)
Llévate a su amante
Cuando los conquistadores españoles llegaron al Nuevo Mundo, trajeron imágenes de la muerte como ellos la representaban. Casi tres siglos más tarde, en el XVIII, la Iglesia Católica descubrió que comunidades indígenas habían convertido al esqueleto segador en un santo y decidió destruir los santuarios.
Entonces el santo quedó sepultado bajo tierra hasta que los antropólogos encontraron de nuevo devotos en la década de 1940. Esta vez, los fieles eran sobre todo mujeres que le oraban para que hiciera desaparecer a las amantes de sus maridos.
Doña Queta en Tepito en febrero de 2016 (AFP / Yuri Cortez)
Pero su popularidad se disparó en 2001, cuando una mujer conocida como doña Queta sacó su altar de la calavera a la calle en el peligroso barrio de Tepito en la Ciudad de México. La gente comenzó a llegar por decenas, dejando al descubierto la dimensión del poder de seducción de la popular santa.
La Muerte de fibra de vidrio
Chesnut me sugirió que visitara a doña Queta y a otra mujer, Enriqueta Vargas, que lidera una congregación que venera a una estatua gigante con una túnica negra de la Santa Muerte apostada en Tultitlán, un suburbio de la capital.
Nos dirigimos a esa ciudad polvorienta y llena de hormigón una soleada mañana de domingo. Esta vez me acompañó el fotógrafo Yuri Cortez. Allí, de pronto, la oscura efigie se levantó delante de nosotros en un concurrido bulevar. Fue evidente que habíamos llegado a nuestro destino: era una calavera de fibra de vidrio de 22 metros, con sus esqueléticos brazos extendidos, aunque sin la guadaña. Dominaba un espacio de concreto donde se había instalado incluso un techo para mantener docenas de sillas de plástico en la sombra.
Fieles rezan a la Santa Muerte en Tultitlán el 7 de febrero de 2016 (AFP / Yuri Cortez)
Allí había seis altares, cada uno con una imagen de la Santa Muerte usando un vestido distinto, pues cada capilla representa un tema diferente: el amor, el dinero, la salud... La gente dejaba tequila, rosas, cigarrillos, velas, manzanas y caramelos (sobre todo malvaviscos: al parecer, la santa tiene predilección por lo dulce). También colocaban fotos de sus seres queridos, en un país donde más de 26.000 personas han desaparecido por la violencia vinculada a las drogas.
Ni capos ni sicarios
Dejaban notas pidiendo a la Santa Muerte que ayudara a un hijo a salir de la cárcel, o para pedir un empujoncito para vender una casa, o para darle las gracias por haber sanado a un ser querido. Para los asuntos del corazón, los fieles entran en un santuario donde son recibidos por una calavera con un vestido rojo. Ahí también dejan rosas, fotos, pedidos de ayuda.
Unas 300 personas asistieron a la ceremonia. No reconocí entre la multitud a ningún capo narcotraficante o sicario. Había parejas con niños, ancianas, un químico, un maestro, un vendedor callejero de sombreros, un obrero de la construcción, un desempleado, pero ningún Chapo o Tuta.
Fieles rezan a la Santa Muerte en Tultitlán el 7 de febrero de 2016 (AFP / Yuri Cortez)
Mientras los narcos rezan a la Santa Muerte en busca de ayuda para aniquilar a sus enemigos o asegurarse de que sus envíos de cocaína lleguen seguros a lugares como Chicago, la mayoría de los devotos ruegan por ayuda en el amor, el dinero, la salud y otras cosas totalmente legales.
Segundo bautizo
Ese domingo por la mañana en Tultitlán, conocimos a una pareja joven que había venido para bautizar por segunda vez a su hija de tres meses. Dos semanas antes, habían bautizado a la niña en una iglesia católica. Esta vez, la sacerdotisa de la Santa Muerte Enriqueta Vargas derramó agua de pétalos de rosas sobre la bebé bajo la estatua gigante.
La sacerdotisa de la Santa Muerte Enriqueta Vargas bautiza a un niño por ese culto en Tultitlán, el 7 de febrero de 2016 (AFP / Yuri Cortez)
Antes de la ceremonia, Vargas hizo una pausa para preguntar a los presentes qué hacían para ganarse la vida, y deliberadamente dijo que los periodistas siempre venían a buscar criminales entre ellos, pero nunca encontraban lo que estaban buscando. Decidí escribirlo en mi historia sobre ese templo al aire libre.
Pero es difícil para el polémico objeto de culto deshacerse de su fama de diosa de los bajos fondos.
Lección aprendida
Mencioné a la Santa Muerte en otra historia recientemente. Después de un motín que dejó 49 internos fallecidos en el penal mexicano de Topo Chico, en la ciudad norteña de Monterrey, las autoridades descubrieron que las celdas estaban equipadas conequipos ingresados de contrabando como aires acondicionados, enormes televisores, acuarios, lujosos saunas portátiles y hasta con un bar... ¿Y con qué más? Pues nada menos que con cientos de figuras de la Santa Muerte. Cientos. ¿Qué le pedían? ¿Libertad? ¿Liquidar a un enemigo? ¿Amor? ¿Salud? ¿Arrepentimiento? Quién sabe.
Culto de la Santa Muerte en un mercado del barrio del Tepito en Ciudad de México, en noviembre de 2012 (AFP / Yuri Cortez)
Esta vez escribí en mi artículo: “Las autoridades también encontraron cientos de figuras de la Santa Muerte, representada por una calavera con una guadaña y venerada por delincuentes pero también por millones de mexicanos comunes”.
Había aprendido la lección.
Laurent Thomet es jefe de redacción de la oficina de AFP en la Ciudad de México. Síguelo en Twitter.
Dijes de la Santa Muerte en venta en el santuario de Tultitlán (AFP / Yuri Cortez)