Quito, un campo de batalla
La periodista Paola López, el videoreportero Carlos Espinosa y el fotógrafo Martín Bernetti, que integraron el equipo de la AFP que cubrió las manifestaciones indígenas que sacudieron a Quito en junio último con saldo de seis muertos, relatan su experiencia.
“Fueron casi tres semanas de protestas que crecieron en violencia con el paso de los días y que demandaron más de 18 horas diarias de trabajo. Fueron las manifestaciones más largas en la historia de la Conaie”, dice Paola, en alusión a la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador.

En la madrugada de 13 de junio, cuando empezaron las manifestaciones, nos dirigimos hacia Cotopaxi, hogar del líder indígena Leonidas Iza”, recuerda. “Pero a mitad de camino nos topamos con una columna de autos, un montículo de tierra y una hoguera en la que se abrigaban tanto policías como manifestantes. Todos reían junto al fuego para amortiguar el frío que bajaba del volcán nevado Cotopaxi. Para nuestra sorpresa, ese día no hubo una gran marcha”.

Esos momentos compartidos por manifestantes y uniformados no fueron los únicos.
El fotógrafo Martín Bernetti, que vino desde Chile a reforzar el equipo, contó que le “pareció de otro mundo” ver que muchos manifestantes indígenas que se encontraban en los alrededores de la Asamblea Nacional “se hacían selfis con los soldados y policías” que custodiaban la zona.

“Jóvenes, mujeres, se acercaban dónde estaba el contingente de seguridad y les pedían una selfi, y los uniformados aceptaban gustosamente, se paraban junto a los indígenas, levantaban los brazos, los abrazaban. Con una sonrisa enorme posaban como si fueran extraterrestres y se retiraban contentos con sus fotos”, recuerda.
“Luego, cuando los ánimos se caldeaban y empezaban las bombas lacrimógenas, todo cambiaba y las piedras y gases se cruzaban, olvidando de que antes eran amigos de selfis”.


A fuego lento
“Fue una protesta que se fue cocinando a fuego lento”, estima Paola.
“Pocos días después se impusieron la incertidumbre y el hermetismo. El ambiente se enrareció y era difícil saber cuándo entrarían los manifestantes a Quito, una ciudad cuyos extremos habitan migrantes campesinos quienes bloquearon los accesos a la capital”, agrega.


También estudiantes y trabajadores se unían a la convocatoria a protestar y sus marchas terminaban en enfrentamientos con la policía. “Había protestas satélite en varios puntos de Quito, lo que obligaba a mover equipos a distintos lugares”.
“El día que los indígenas ingresaron masivamente a Quito, una semana después del inicio de las manifestaciones, llegamos en la madrugada a Cutuglagua, en la periferia sur de la capital, donde solo quedaba el rastro del hollín de las llantas quemadas el día anterior”, recuerda Paola.

“Una vez más fue un ejercicio de paciencia. Pasaron varias horas hasta que un grupo de dirigentes de organizaciones pequeñas explicaron a través de un altavoz que los ‘compañeros’ de Cotopaxi no podían pasar debido a la presencia policial y militar. La zona, que hasta ese momento se había llenado con cientos de personas y camiones, quedó vacía”.
“La gente se trepaba desesperada en los camiones, desbordados con personas colgando de las puertas, para tratar de llegar al lugar de los enfrentamientos que impedían el avance de los manifestantes. Había una silente rabia contenida”.

“De repente, el rum rum de unas motos rompió el silencio. Y comenzaron a agitarse banderas y a sonar bocinas”, evoca.
“Detrás vino una caravana de camiones. Se impuso la algarabía en la entrada triunfal a la que le siguió un tropel de personas a pie que golpeaban ollas, palos, machetes y lanzaban consignas levantando los puños. El ingreso a Quito se consumó en minutos acompañado de aplausos, vivas y regalos que salían de la nada, propietarios de tiendas repartían agua y comida para los manifestantes. Casi unos héroes”.

“Caminamos con ellos buena parte del sur de Quito, pero seguirles el paso era difícil, casi casi que corrían. Cuando quisimos salir hacia el norte de la capital, pese a que nos internamos porchaquiñanes (trochas) nos encontramos con fogatas que impedían el paso y manifestantes con palos y hasta machetes que amedrentaban a los conductores. Logramos salir la madrugada del siguiente día”.
Barricadas, pedreas y jugo
En tanto, un equipo de foto y video permaneció junto a los indígenas para retratar el ingreso a Quito.
“De pronto, la masa se comenzó a agitar, movilizaron sus camiones cargados de gente hasta los techos y, para nuestra sorpresa, en dirección contraria. Nos esteramos que en Tambillo, más al sur, había resistencia militar y probablemente una gran caravana estaría en el lugar intentando pasar. Tras hablar con el equipo, intentamos tomar un auto para que nos llevara,” recuerda Carlos.
“Después de varios intentos, finalmente conseguimos un taxi que accedió a movilizarnos. Sin embargo, a los taxis que estaban trabajando los apedreaban, por lo que nuestro chofer, vestido con poncho rojo, cargó un balde lleno de jugo en el taxi y varios vasos y nos hicimos pasar como abasto para los indígenas que estaban llegando y tenían sed”.

“Al pasar por barricadas y fogatas, bajábamos las cámaras y escondíamos los cascos por precaución. Llegamos a la zona donde esperábamos ver un enfrentamiento, pero solo había silencio y vacío absoluto, la calle casi desolada con restos de llantas fundidas”, recuerda.
“A los pocos minutos, y mientras avanzábamos hacia el sur, escuchamos un barullo que se aproximaba rápidamente. Saqué la cabeza por la ventana del taxi y alcancé a divisar a los lejos unas banderas de Ecuador. Y ya se sentían los golpes de machetes en los baldes de madera de las camionetas que venían a toda velocidad. Tomamos la decisión de dar la vuelta”, dice.

“Logramos meternos tras uno de los camiones. Nos vimos envueltos en la mitad de una caravana de vehículos que avanzaban a toda velocidad cargados a más no poder de indígenas con palos y machetes. Los camiones giraban y parecían que se iban a volcar sobre nosotros en cualquier momento”.
“Pedimos al taxi que los adelantara para poder realizar una toma desde el frente. Poco a poco fuimos adelantando un camión tras otro, pero fue imposible, nos quedamos detrás de los tres camiones que encabezaban la caravana, que no nos dejaban pasar. Entonces, sacamos las cámaras por la ventana del taxi para hacer imágenes. Una cantidad de niños y ancianos participaban en la marcha”, evoca Carlos.

“Caída la tarde y los indígenas emprendieron la caminata hacia el norte. Miles y miles de indígenas se acercaban por las calles mientras la gente salía a verlos, se subían a los puentes peatonales clamando y pitando. Un equipo de foto y video encabezaba la marcha, que tomaba una de las principales avenidas de la zona sur de Quito”.
Desde esa noche, Quito se convirtió en un campo de batalla.


Carlos recuerda: “De un lado, militares con una tanqueta disparaban bombas lacrimógenas y aturdidoras para dispersar a los indígenas; en medio, periodistas que se guarecían detrás de una parada de autobús; del otro lado, manifestantes se protegían con escudos hechos con latas de tachos de basura y señales de tránsito que se ordenaban como pequeñas fortalezas y avanzaban”.

“Yo caminaba junto a ellos a un costado de la calle, corriendo de un árbol a otro para protegerme”, dice Carlos.

“Del lado de los indígenas todo era artesanal. En lugar de máscaras antigás, armaban tacos de hojas de eucalipto que se introducían en la nariz para evitar el olor de las bombas lacrimógenas”.


“Cuando el ambiente se cubrió por una espesa niebla blanca, alcancé a ver sobre la acera a un niño de unos 13 años que, escondido tras unas plantas, preparaba una bomba molotov. Apunté mi cámara hacia él y de pronto cinco manifestantes se lanzaron hacía mi para impedir que grabara. Pero el chico levantó el pulgar en señal de aprobación y me permitieron filmar”, relata.
“Prensa fuera”
Cuando se acercaban al centro de Quito cerca de las ocho de la noche, se dieron cuenta de que era el único equipo de prensa que acompañaba la marcha indígena.
“A medida que avanzábamos, alguno que otro manifestante fijaba su mirada en las cámaras. Poco a poco los indígenas que iban adelante empezaron a dudar de nuestra presencia. Uno dijo ‘fuera prensa’, ‘ustedes solo mienten’”, recuerda Carlos.

“Le siguieron los demás. ‘Prensa fuera’, gritaban. En ese momento levanté las manos con la credencial en una mano y la cámara en otro y expliqué: ‘somos prensa internacional’”.
Se quedaron callados un minuto y uno lanzó: “bueno, ustedes no mienten tanto”. Otros aplaudieron y nos permitieron pasar como si fuéramos estrellas de rock.
Esa noche los indígenas llegaron a la universidad cerca del parque El Arbolito.

El fotógrafo Martín Bernetti, contó que mientras caminaba por ese parque, “varios indígenas me preguntaban de dónde era, de qué prensa. Yo siempre contestando que era de Francia, prensa francesa, y de francés no tenía nada. Es que los indígenas respetaban a la prensa internacional, a sus periodistas los dejaban trabajar, no había problema con ellos. Si eras prensa nacional, te gritaban: ‘cuenten la verdad’, ‘prensa corrupta’”.
“Hasta que un hombre, quizás del sur del país, quizás un indígena salasaca, me preguntó de dónde era. Francia, volví a responder, prensa francesa… y para asombro mío, me respondió en francés. Me habían descubierto. Respondí: soy peruano y trabajo para la Agencia Francesa de Prensa, France Presse”.
“Y me respondió entonces: ‘es franco-peruano, que bueno, necesitamos que la prensa internacional cuente la verdad’”.
“Me retiré lentamente, con una vergüenza inmensa”, confiesa Martín. “Lo último que me dijo, antes de perderlo de vista fue: ‘Diga que es peruano y no francés. Aquí los indígenas viajamos mucho, conocemos el mundo’”.

En el parque Arbolito se marcó el principio de la semana más violenta de las marchas. “Se definieron zonas de paz y zonas de guerra”, dice Carlos. “Los periodistas quedamos en la mitad, junto al muchacho que no podía prender una bomba molotov y que más tarde quedó tendido entre una nube de gas”.
“Quien hubiera pensado que todo se resolvería 18 días después del inicio de la marcha, en una negociación de 100 minutos y una reducción de 15 centavos en el precio de la gasolina”, agregó.
Relato de integrantes del equipo de cobertura de las manifestaciones indígenas de junio en Ecuador. Edición de Yanina Olivera Whyte en Montevideo.