Por las carreteras de Zimbabue
Harare – Me acuerdo bien de la tarde del 21 de noviembre de 2017. Estaba sentado en la oficina de la AFP de Harare cuando empecé a escuchar los primeros gritos de alegría procedentes de la calle. Robert Mugabe acababa de ser destituido, un momento extraordinario de la historia post-colonial africana.
Hace poco regresé a Zimbabue para hacer un viaje por carretera de mil kilómetros: desde la capital, a través de todo el corazón agrícola del país, hasta la segunda ciudad, Bulawayo, y de ahí al sur bajando hasta la frontera con Sudáfrica.
El viaje era para informar sobre la turbulenta historia del país post-Mugabe y buscar historias alejadas de los grandes titulares de los medios y del panorama político de la capital.
Decididos a aprovechar al máximo nuestra inesperada acreditación de prensa, formamos un equipo con el fotógrafo basado en Bulawayo, Zinyange Auntony, y la videasta sudafricana de la AFP Maryke Vermaak. Alquilamos una pick-up en el aeropuerto de Harare, recogimos nuestras tarjetas de periodistas y enfilamos a la carretera rumbo a Bulawayo.
No lejos de la capital, el efecto de las tierras confiscadas bajo los cerca de 20 años de Mugabe era claramente evidente.
Antiguas, enormes granjas comerciales que una vez pertenecieron a blancos se podían ver ahora abandonadas, a excepción de algunas viviendas de paja rodeadas de agricultura de subsistencia que se mantienen gracias a pequeños campos cultivados artesanalmente con arados tirados por un buey.
Aunque es la mejor carretera de Zimbabue y la que está en mejores condiciones, el tráfico era escaso a causa de los continuos cortes del suministro de petróleo y del repentino incremento de los precios del carburante que fija el gobierno y que desencadenaron el último brote de protestas.
Los otros vehículos que vimos circulando eran camiones, ostentosos todoterrenos que pasaban a gran velocidad o autobuses con soldados.
Con prácticamente todas las gasolineras sin carburante, llenar el depósito habría sido un grave problema pero, afortunadamente, teníamos el fuel suficiente para llegar a Bulawayo y cargamos una vez que llegamos ahí.
Dichas logísticas fueron adecuadamente puestas en perspectiva cuando llegamos a nuestra primera parada: el otrora pueblo minero de Kadoma, un hervidero de las protestas de enero que desataron una respuesta despiadada por parte del ejército y de la policía.
Entrevistamos a adolescentes golpeados por soldados y por activistas de la oposición, pero probablemente el encuentro más memorable fue con un “insider”, un agente de prisiones.
A través de una cadena de contactos que empezó en Johannesburgo, el agente accedió a hablar con nosotros, adoptando una decisión personal en cierto modo arriesgada.
Tras un discreto saludo en la explanada de un aparcamiento, le seguimos en coche por unos carriles sinuosos hasta llegar a un arcén de tierra. Entonces vino caminando hacia nosotros, se sentó en la parte trasera de nuestro coche y, negándose a darnos su nombre, nos describió cómo los civiles capturados por las autoridades fueron maltratados.
Motivado solamente por el sentido de la injusticia, nos contó cómo los detenidos, algunos de ellos menores de edad, fueron mantenidos sin alimento y sin sábanas y trasladados en camiones a audiencias judiciales precipitadas donde se les denegaba la libertad bajo fianza.
No nos pidió ni dinero ni ningún favor, nos contó aquello y se marchó.
De todas las conversaciones que tuvimos en Zimbabue, fue la voz calmada de aquel oficial de prisiones la que permaneció en mi mente: un hombre valiente que sólo quería una oportunidad para hablar.
Nos quedamos en un recinto para los visitantes de negocios que acuden a las minas cercanas y, al día siguiente retomamos la carretera con destino Gweru, en el medio de Zimbabue, donde el una vez majestuoso Gran Hotel Midlands, hoy a punto de desmoronarse y a duras penas abierto, sigue dominando el centro de la ciudad.
Los controles de carretera, que pensamos que iban a ser un gran obstáculo, resultaron no ser un problema, y nos sorprendimos viendo cómo los soldados de la notoria Brigada 5 retrocedían y dejaban pasar a los vehículos.
Una de las complejidades diarias en Zimbabue, donde el dólar estadounidense es la moneda principal, son las múltiples y paralelas tasas de cambio que provocan verdaderos quebraderos de cabeza entre los habitantes.
En un sofisticado restaurante de Harare uno puede llegar, sentarse y pagar por una hamburguesa vegetariana 23 dólares, pero si cruza la calle hay un negociante de divisas donde por 7 dólares se pueden comprar 23 “bonos” de dólar y pagar con ellos.
Es ilegal pero universal, y constituye uno de los síntomas del hundimiento económico del paísdesde hace décadas. Y eso sin hablar de las tasas ecocash, el dinero RTGS, los "zollars" o las cuentas nostro, todos elementos claves cuando uno negocia en esta jungla de divisas.
Cuando di un billete de dos dólares para pagar en el peaje de carretera, el cajero se sorprendió genuinamente y nos dijo que hacía meses que no veía un “verde”.
En una economía como esta pudimos identificar, sin embargo, cuatro historias de negocios que prosperan más o menos en Bulawayo contra todo pronóstico: el único tren suburbano, una fábrica de zapatos hechos a mano que vende en todo el mundo, una sorprendente y efectiva brigada de bomberos, y un club de gimnasia informal que atiende en una carretera de pueblo al amanecer.
Todos estos negocios brindan luces de esperanza al futuro de Zimbabue, pero también muestran la resiliencia que se necesita cada día.
Bulawayo es una ciudad con un potencial desaprovechado, con una arquitectura colonial art-deco gloriosa pero decadente, propiedades estatales desoladas, un hipódromo abandonado y una economía informal de vendedores callejeros y hoteles vacíos.
En el Club Bulawayo, fundado en 1895, fuimos los únicos clientes que, noche tras noche, pulularon por su biblioteca, por su salón de billar y por su restaurante rodeado de columnas.
Actualmente funciona más como un hotel que como un Club de caballeros, y en una pantalla exhibe su pasado resplandeciente para divertir y sorprender.
Un libro de reclamaciones de piel permanece abierto en la recepción.
Un guía turístico nos contó que las cifras de visitantes extranjeros se incrementaron considerablemente cuando Zimbabue regreso a la escena mundial tras la caída de Mugabe en 2017.
Pero ese mismo boom turístico se evaporó cuando el país empezó a atraer la atención internacional por las violentas represiones de los disidentes, los cortes de combustible y el caos económico.
A medida que nos dirigíamos al sur por la árida y desesperadamente pobre provincia de Matabeleland, la excitación de circular por las carreteras de Zimbabwe se iba atenuando e iba siendo remplazada por décadas de gran potencial malgastado con Mugabe y por un sentimiento sombrío de que las dificultades del país están lejos de haber terminado.