"En un año, recibí tres cartas de Anders Behring Breivik", cuenta Pierre-Henry Deshayes, corresponsal de AFP en Oslo. "Un simple vistazo al sobre bastó para identificar al remitente. Tenía esa dirección escrita a mano, esa caligrafía toda en mayúsculas, limpia, inconfundible y cuya simple visión me heló la sangre".
Surge entonces una pregunta difícil: ¿debe un periodista dar cuenta de las cartas escritas por un extremista de derecha que masacró a 77 personas en Noruega el 22 de julio de 2011? Por un lado, implica el riesgo de ofrecer al asesino una tribuna para defender sus mensajes de odio. Y por otro, está el considerable interés que suscita Breivik entre aquellos que buscan entender cómo la pacífica Noruega ha podido parir a un monstruo de tales dimensiones y de qué está hecho el monstruo.