Los porqué de Haití
En estos días mi teléfono suena todo el tiempo. "¿Por qué asesinaron a Jovenel Moise?" Mis interlocutores me preguntan invariablemente tras la brutal muerte del presidente haitiano, ultimado a tiros en su casa en la madrugada del 7 de julio. A menudo les digo a los extranjeros que recién llegan a Haití que elimenen la palabra "Porqué" de su vocabulario. E inevitablemente me preguntan porqué deberían hacerlo.
Les explico que ese "porqué" daría lugar a muchas otras preguntas que no tendrían tiempo de escuchar y que la conversación terminaría, inexorablemente, con un "Haití es complicado".
¿Por qué tanta ignorancia? Haití está ausente de nuestros libros de historia. Incluso en la facultad de Nantes, donde tomé horas de conferencias sobre las guerras napoleónicas, nunca escuché los nombres de Toussaint Louverture y Jean-Jacques Dessalines, héroes de la guerra de independencia librada contra el poder colonial francés. Recién empecé a aprender cuando decidí que mi maestría sería sobre la crisis de transición democrática en Haití.
Entonces descubrí que las paradisíacas playas que el jet set internacional apreciaba en los años 70 ya no figuraban en ninguna guía turística, aunque a menos de dos horas en avión desde Miami, el turismo de masas había conquistado Republica Dominicana, que comparte la isla La Española con Haití.
Debido a que la historia inmediata no se puede aprender en los libros, decidí viajar a Puerto Príncipe en febrero de 2005. Mi primer viaje en solitario. Mi primera salida del continente europeo. Un viaje crucial para intentar captar la realidad de una vida cotidiana tan alejada de la mía. Imprescindible también para interrogar a los testigos y actores de la crisis política de la época que acabada de devolver a Haití a los titulares: la expulsión del presidente Jean-Bertrand Aristide.
Apodado Titide, este ex sacerdote salesianos de barrios marginales fue el primer gobernante del país elegido por sufragio universal en 1990. Pero fue derrocado en su segundo mandato, en febrero de 2004, en medio de una rebelión armada y manifestaciones populares, apoyadas por Estados Unidos y Francia.
La radio es vida. También aprendí en la primera mañana de mi estadía en Puerto Príncipe que la diferencia entre la vida y la muerte podía depender de escuchar la banda FM. Nada podría ser más rápido y eficaz para saber en qué calles o en qué distritos circulaban las bandas armadas pro-Aristide.
En Haité se hace lo necesario para sobrevivir. Desde las largas calles sin pavimentar de la llana Puerto Príncipe no se vislumbran las casas que hay detrás de los interminables muros de hormigón. Frente a las altas barreras de ingreso, no hay que bajar del automóvil aunque eso signifique tener que tocar la bocina durante largos minutos: este comportamiento de los haitianos, que al principio confundí con una aberración rayana en la explotación del personal doméstico, era un lógico reflejo de supervivencia frente a los secuestros.
Una noche, en otra estación de radio, a mi joven y despreocupado yo, criado en Francia, le tomó menos de un segundo comprender que no, que las explosiones que había escuchado no eran fuegos artificiales, sino disparos.
“Ven a casa el domingo, lo hablaremos después de la sopa”. Personificando la hospitalidad nacional de la que los haitianos pueden enorgullecerse, el historiador Michel Hector accedió de inmediato a responder a mis preguntas, pero en su casa.
A menudo sin electricidad para hacer funcionar los pequeños ventiladores, el calor en las instalaciones de la Ecole Normale Supérieure era mucho menos adecuado que la sombra de su mango para un largo debate sobre el "porqué de la crisis haitiana".
Porque una vez vaciada la olla de sopa joumou (una maravilla culinaria), el académico y algunos de sus colegas y amigos me dedicaron horas, varios domingos seguidos, a enseñarme sobre la inestable vida política nacional y sus protagonistas.
Durante mi primera visita a la sala de estar del sociólogo Laënnec Hurbon, recuerdo haber preguntado si las causas del pobre desarrollo socioeconómico no estaban vinculadas a la ausencia de justicia.
“Plantear esa pregunta, es responderla”, me dijo. Haití se encuentra entre los países del mundo con mayor índice de percepción de corrupción. La justicia es historia antigua. Hoy las cárceles están abarrotadas de hombres demasiado pobres para pagar un abogado que pueda llevar adelante su caso. En condiciones indescriptiblemente insalubres, esperan meses o años para ver a un juez; una tortura que sobriamente se etiqueta como “detención preventiva prolongada” en los informes anuales sobre la situación de los derechos humanos en el país.
Por otro lado, con muy raras excepciones, quienes tienen medios nunca pasan por la prisión. Nunca los arrestan. Ni siquiera tienen que obedecer las órdenes de un policía que intenta ordenar el tráfico.
Ni pienses en una investigación de malversación de fondos públicos o de un posible fraude electoral. Aquí la justicia depende si eres poderoso o miserable.
Después de un mes, regresé a Francia con más material del que necesitaba para mi tesis universitaria. Y también había encontrado mi respuesta a la pregunta que me harían en los exámenes de ingreso a las escuelas de periodismo: ¿dónde te ves dentro de 10 años? Como corresponsal de prensa internacional en Haití.
No me tomó diez años sino cuatro meses después de graduarme de la escuela de periodismo de Burdeos para tomar un vuelo de regreso a Puerto Príncipe. Viaje solo de ida esta vez.
Que importa si me robaron la maleta antes de llegar a la casa de mis anfitriones: todavía tenía la mochila con mi computadora, cámara y grabadora. Era exactamente el 12 de noviembre de 2009. No tenía idea de que dos meses después, ese misma mochila serviría como almohada en las noches de insomnio.
12 de enero. No es necesario especificar el año. Ese día, el mundo recordó que un país se llamaba Haití. A las 4:53 pm, un terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter sacudió al empobrecido país por 35 segundos, dejando más de 200.000 muertos. Esos son los números. ¿Palabras? Pensar en describir lo indescriptible siempre me hace llorar.
Los momentos inmediatamente posteriores al sismo estarán marcados por la lucha de los haitianos para quitar las toneladas de hormigón que aprisionaban a sus seres queridos, a veces nada más que con sus manos. La gran mayoría de las vidas salvadas de los escombros lo fueron en esos preciosos minutos, esas primeras horas. La ayuda internacional tardó más de dos días en coordinar sus esfuerzos de socorro cerca de la pista del aeropuerto, donde también se produjo un tsunami mediático.
Fue después del 12 de enero que pude tomar plena conciencia de mi privilegio de ser mujer blanca. Frente a la barrera de entrada del hospital general de Puerto Príncipe, una treintena de haitianos deseaban llevar comida a sus seres queridos que estaban siendo atendidos en el patio (nadie que haya experimentado el terremoto considera ingresar al edificio sin temor). Pero varios soldados estadounidenses bloqueaban el acceso. “Retrocede, retrocede”, decían lacónicamente, empujando al grupo hacia atrás con sus metralletas.
Un soldado me ve y me hace señas para que pase. Camino hacia él, llevando colgada de mi brazo a una enfermera que no hablaba inglés desesperada por explicar a los guardias que venía a trabajar. Le informo secamente al soldado, incluso más joven que yo. ¿Cómo puedo estar seguro de que dice la verdad?
En el caos en que se convirtió su vida, la enfermera buscó su placa estampada con HUEH (Hospital de la Universidad Estatal de Haití). Estaba al borde de gritarle al guardia cuya mirada estaba oculta tras unos lentes polarizados. Entramos. El soldado nunca me preguntó qué había venido a hacer yo, blanca, al hospital.
Haití no es complicado. Solo tienes que hacer las preguntas correctas.
¿Por qué las máscaras de tigre del carnaval de Jacmel tienen melenas de león? Cuando vives en el corazón de esta espléndida bahía caribeña, ¿por qué querrías limitar tu creatividad?
¿Por qué se aplaude a Jean-Claude Duvalier, devenido dictador a los 20 años tras la muerte de su padre François, tras regresar a la ciudad donde sus secuaces violaron, torturaron y asesinaron durante años? Porque la mayoría de los jóvenes que saludan la procesión por Puerto Príncipe no nacieron en la época de los tonton macoutes y les contaron la fábula de una capital donde la vida era buena, sin inseguridad ni mugre en las calles.
¿Por qué las instituciones públicas y privadas pensaron que era inteligente financiar la instalación de una pista de patinaje al aire libre en el trópico? Haití on Ice. Espectáculo de Philippe Candeloro y Surya Bonaly en el estadio de Puerto Príncipe, evento anunciado en grandes carteles en la ciudad, aplazado innumerables veces, aunque finalmente logró instalarse el equipo en el césped.
Desastre económico y ecológico porque los generadores funcionan día y noche para intentar lo imposible porque, como me dijo el organizador, “es difícil mantener el hielo bajo la luz directa del sol”. Cuando la mayoría de los habitantes no tiene acceso a la electricidad, la etapa de la indecencia queda totalmente superada.
Haití on Ice, trasladado a un pequeño gimnasio, se reducirá a dos actuaciones de patinadores poco conocidos y acceso ilimitado durante el día a aquellos que quieran probar suerte con los patines.
A diferencia de los terremotos, los ciclones se anuncian antes de arrasar con todo. En el transcurso de las temporadas de huracanes, me volví adicta a las aplicaciones de pronóstico del tiempo. Observo las trayectorias, esperando cada vez que las perturbaciones atmosféricas se desvíen y eviten a Haití, tan vulnerable a las inundaciones debido a la gran deforestación.
En 2016, el huracán Matthew golpeó duramente al país. Con mi colega Héctor Retamal pasamos días en la costa sur reportando los testimonios de quienes lo habían perdido todo en las ráfagas infernales.
Un día, decidimos subir las colinas hasta un pequeño pueblo que había quedado aislado. En contra de las recomendaciones, caminamos durante horas, cruzando el río crecido varias veces, con el agua hasta la cintura, aferrándome a Héctor y nuestro guía para que no me arrastrara la corriente y preguntándome si me había vuelto loca.
Cuando llegamos al pueblo de Randelle, comprendimos que había sido necesario correr el riesgo. En medio de las casas destruidas por las inundaciones, el cólera amenazaba con matar a los habitantes que no habían sido arrastrados por el agua. Informar sobre la situación de estas personas fue vital. Cuando, de regreso a terreno seco unas horas después, llamé directamente a varios políticos de la zona para informarles de la situación: respondieron que no había nada que pudieran hacer.
Estos días no aconsejo a los extranjeros no preguntar el porqué de la crisis en Haití, pues hay muchas preguntas para hacer.
¿Por qué la justicia no investiga a los funcionarios haitianos que construyen espléndidas residencias mientras un número cada vez mayor de ciudadanos vive por debajo del umbral de la pobreza? ¿Por qué la revolución haitiana no tiene lugar en los libros de historia después de las revoluciones francesa y estadounidense?
¿Por qué para describir a Haití algunos medios eligen sistemáticamente “el país más pobre del hemisferio norte” (lo cual es discutible) mientras que “la primera República negra de la historia” es una verdad perdurable y más propicia para posicionar al país en el concierto de las Naciones?
¿Por qué Francia no puede restituir la deuda de independencia que pagó Haití tras derrotar a las tropas de Napoleón? ¿Por qué la policía haitiana reprime con fuerza las manifestaciones que organizan los ciudadanos contra la inseguridad?
¿Por qué ciertas bandas criminales obtienen, en abundancia y sin esfuerzo aparente, armas de guerra y municiones en un país donde no se fabrican armas? Desde principios de año, el dominio de las pandillas en Haití se agravó por enfrentamientos entre bandas, empujando a miles de habitantes a huir de ciertos barrios pobres de la capital.
¿Por qué los fiscales financieros extranjeros no parecen preocuparse por las enormes sumas extraídas de las cuentas públicas de Haití que aterrizan en sus sistemas bancarios?
¿Por qué el país esperó hasta julio para recibir las primeras dosis de la vacuna anticovid?
¿Por qué se asesinó al presidente en su habitación, posiblemente en la residencia mejor protegida del país, sin que nadie más que su esposa saliera lastimado?
Sí, "Haití es complicado", y debemos seguir haciendo estas preguntas sin descanso. A los líderes haitianos, a todos los niveles.
Estas interrogantes también deben plantearse a ciertos diplomáticos de carrera que se autoproclaman expertos en Haití y en ocasiones se ríen ante el surrealismo alcanzado por la crisis, olvidando la peligrosidad de las calles de Puerto Príncipe que evitan circular en sus carros blindados, con primas de riesgo superiores a lo que gana un policía cuando logra cobrar su sueldo.
Tenemos que preguntarnos por qué los jóvenes haitianos no pueden vivir decentemente en su país. En palabras de la fallecida cantante y actriz Toto Bissainthe pronunciadas en una entrevista de 1984: “La gente sufre pero nosotros vivimos. Nos alegramos, nos caemos, nos levantamos, seguimos adelante, nos morimos de hambre pero las cosas están cambiando y siempre están cambiando ”.
Redacción de Amélie Baron, corresponsal en Puerto Príncipe. Edición: Michaëla Cancela-Kieffer en Paris. Traducción y edición en español : Yanina Olivera Whyte