En Birmania, los jóvenes movilizados contra el golpe de Estado
Bangkok - La bronca irrumpió en las calles de Birmania. Miles se manifiestan contra el golpe de Estado del 1 de febrero impulsado por militares y prometen luchar "hasta el fin".
Una década después de la instauración de la democracia tras medio siglo de dictadura, no están dispuestos a ceder. Y los jóvenes, que representan la mitad de la población del país, toman la delantera.
El 6 de noviembre de 2020, Birmania celebró las segundas elecciones libres de su historia, que ganó la Liga Nacional por la Democracia (LND), de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.
El ruido de botas comenzó a oírse cada vez más fuerte. El ejército empezó a lanzar acusaciones de fraude electoral. A fines de enero, el jefe del ejército, Min Aung Hlaing (MAH), sugirió que la Constitución, que estipula un reparto del poder entre militares y civiles, podía ser revocada.
La sesión inaugural del nuevo parlamento no tuvo lugar. En la madrugada del 1 de febrero, el ejército se posicionó cerca de las residencias de los diputados y bloqueó las vías de acceso a la capital, Naypyidaw, antes de cortar la programación de la TV para anunciar el estado de emergencia. Al mismo tiempo, las comunicaciones se vieron interrumpidas en todo el país.
A las 6:34 de la mañana de ese día, la AFP difundía una primera "Alerta" dando cuenta del arresto de la jefa de hecho del gobierno Aung San Suu Kyi, de 75 años.
Pese a ser muy criticada en el exterior por su gestión de la crisis de los musulmanes rohinyás, víctimas de abusos del ejército, Aung San Suu Kyi es muy popular en Birmania.
En el proceso golpista, los militares bloquearon el acceso al aeropuerto internacional de Rangún, la capital económica. Luego, los vehículos blindados aparecieron en las calles.
Los birmanos rápidamente comenzaron a protestar, de noche, con cacerolas y otros instrumentos de percusión, para mostrar su descontento. Al principio, eran solo un puñado. Pero en menos de 48 horas, las protestas empezaron a expandirse.
Los birmanos acostumbran a hacer todo el ruido posible para expulsar a los malos espíritus de casas y pueblos. Y ahora los demonios son los militares, explicó Thinzar Shunlei, un manifestante. En los balcones se canta “Kabar Ma, Kyay Bu” (no olvidaremos hasta el fin del mundo), consigna que se hizo famosa durante el levantamiento popular de 1988.
El 3 de febrero se multiplican los llamados a la resistencia, transmitidos por Facebook, principal medio de comunicación del país, donde un “movimiento de desobediencia civil” reunió a 160.000 seguidores en pocas horas. “Vergüenza para el ejército”, “los militares son ladrones”, se lee.
Los funcionarios y en particular el personal sanitario, venerado en este país que a principios de febrero contaba con más de 140.000 casos de coronavirus, encabezan la protesta mientras se van sumando otras profesiones.
El saludo con tres dedos, imaginado por la serie distópica estadounidense Hunger Games y adoptado por activistas prodemocracia en Tailandia, se convierte también en un símbolo de resistencia en Birmania.
El 8 de febrero se multiplican las convocatorias a una huelga general. Trabajadores, campesinos, profesores, ingenieros, controladores aéreos, ferroviarios se unieron al movimiento de resistencia.
Miles de estudiantes y profesores también protestan en Rangún. El 7 de febrero, unos 100.000 manifestantes marcharon en la capital económica. También decenas de miles se movilizan en Mandalay, la segunda ciudad del país, y en Naypyidaw, la capital administrativa.
Los médiums y magos birmanos se sumaron a las protestas como portavoces de los Nats, las 37 deidades veneradas en Birmania, donde animismo y supersticiones coexisten con el budismo. Los espíritus del más allá están enojados, le dijeron a los generales: “Los Nats no quieren un régimen militar”.
Desde el putsch fueron arrestadas unas 700 personas: políticos, militantes, representantes de la sociedad civil, periodistas, médicos, estudiantes, de acuerdo con información de una ONG que ayuda a los presos políticos.
Las autoridades birmanas intensificaron la represión contra las movilizaciones y hasta el momento hay cuatro muertos: tres manifestantes y un vigilante nocturno.
Como respuesta a las detenciones nocturnas, patrullas ciudadanas vigilan los barrios, instalando sacos de arena o caceroleando para anunciar y dificultar intervenciones de las fuerzas de seguridad.
Birmania es un país joven: casi la mitad de su población tiene menos de 24 años. La juventud no conoció la sangrienta represión de la revuelta de 1988, que dejó cerca de 3.000 muertos. Pero los jóvenes que votaron por primera vez en los comicios del 6 de noviembre no quieren ver su papeleta pisoteada.
De no ser por la terrible limpieza de la que fueron víctimas los musulmanes rohinyás en 2017, el balance de los diez años de democracia en Birmania sería positivo. En ese período aumentó el nivel de vida, pues actualmente una tercera parte de la población vive bajo la línea de pobreza frente a casi la mitad antes de la apertura democrática de 2011.
El país se abrió, exponiendo a sus habitantes a otras culturas y a las redes sociales, especialmente a partir de 2013, cuando comenzó a tener un buen acceso a internet.
Pese a los cierres de Internet, los manifestantes pudieron eludir la censura utilizando VPN o tarjetas SIM extranjeras. Las imágenes de las manifestaciones muestran día tras día a estos nuevos birmanos, tan diferentes de sus abuelos que permanecieron aislados del mundo durante 49 años.
Fans de Facebook, Instagram y TikTok no dudan en publicar sus demandas en inglés, que son rápidamente transmitidas online por otros jóvenes en Tailandia o Hong Kong. Sus carteles insolentes se burlan de MAH, el jefe del ejército, como uno en el que una manifestante dice odiarlo más que a “sus reglas”.
Algunos también denuncian el acaparamiento de riquezas, en este país desbordado de recursos naturales, como el jade o el petróleo y el gas que gestionan conglomerados controlados por el ejército.
El ejército también tiene intereses en los sectores bancario, transporte, textil y turismo.
Mientras, la escasez de dinero afecta a los birmanos, pues una de las primeras medidas después del golpe fue limitar el retiro de dinero de los bancos. Muchos de ellos están cerrados desde hace días porque sus empleados se unieron a las protestas.
"Ayudenos a salvar a Birmania", gritaron los manifestantes en Naypyidaw.
Este relato fue realizado por el equipo de AFP en Rangún.