La guerra silenciosa
San Salvador - Me desperté temprano y eso para mí significa las 5:00 de la mañana, esta vez porque debía llevar a mi hija Arlen a la universidad. Estudia periodismo y una de las cosas que he tratado de inculcar en ella son los principios a los que me apego cuando ejerzo la misma profesión: responsabilidad, disciplina y organización para cualquier tipo de evento, situación o hasta en la vida diaria.
El tráfico sobre avenida Jerusalén suele ser siempre muy difícil, va a vuelta de rueda, hay miles de apresurados conductores atropellándose por un espacio para avanzar y llegar a tiempo a sus empleos.
Aquellos días de principio de marzo ya predecían lo que vendría. Me había encargado de preparar mis maletas con comida no perecedera, principalmente y por supuesto unas pupusas para esas cenas en las que llegas cansado de trabajar y no te dan ganas de preparar nada en la cocina. Solo pones esas delicias en el horno y esperas unos minutos para saborearlas.
Mi puesto de trabajo está en Caracas, Venezuela, pero la expansión de la pandemia me tomó por sorpresa en El Salvador donde pasaba unos días de descanso con mi familia. La duda quedó disipada el día 14 de marzo cuando la aerolínea me envió el esperado email: “su vuelo entre Panamá y Caracas ha sido suspendido”.
Todo parecía muy distante cuando en enero se habló de un virus transmitido a los humanos por animales salvajes vendidos para el consumo humano en la ciudad de Wuhan. Como era de esperarse los “memes”, que hoy en día son los primeros en circular en redes sociales, causaron risas a millones. El humor negro de nosotros los latinos se inyecta en cada chiste para causar reacciones de hilaridad en cadena.
Antes de eso los memes eran sobre la posibilidad del estallido de una tercera guerra mundial que iniciarían Estados Unidos e Irán, sin embargo poco a poco esta idea ha sido desplazada por la nueva amenaza. El enemigo no es Godzilla, una invasión extraterrestre y mucho menos los zombis como cientos de películas hollywoodenses lo han difundido.
Se trata de una partícula microscópica, una especie de globo redondo cubierto por pequeñas “antenitas” con una especie de ventosa como las que tiene el ogro del pantano Shrek, que hizo reír a muchos en todo el mundo, pero esta vez las sonrisas se han convertido en lágrimas, en impotencia y dolor. Miles de personas han perdido la batalla contra el nuevo coronavirus, que amenaza también con derrumbar las economías en todo el planeta.
Las calles están desiertas como lo hemos visto en las películas, la gente resguardada en sus viviendas, las sirenas de las ambulancias son el único sonido que en muchas ciudades se escucha, incluido San Salvador donde el gobierno impuso desde hace más de un mes cuarentena obligatoria par contener el virus.
Las postales que los fotógrafos ahora tomamos son de una soledad nunca antes vista. Aquella idea de que el elemento viviente debe estar dentro del cuadro de 35mm quedo atrás.
Las imágenes de hoy son el abandono de comercios, fábricas, oficinas gubernamentales y en algunos casos de los equipos que luchan de manera incansable por sanitizar. “Esa palabra no existe me dijo una editora”, cuando la utilicé en una leyenda para describir el trabajo de hombres con trajes blancos, caretas transparentes que cubren sus ojos, y una máscara o respirador que ayuda a filtrar y contener el virus.
Armados con una bomba rociadora de varios litros con una mezcla de agua y cloro o detergentes, se encargan de rociar paredes y calles en los barrios pobres en donde la gente no cuenta con la capacidad económica de comprar desinfectantes para combatir al virus.
Esta vez los ejércitos no salen a las calles con un fusil estadounidense M-16 o el AK-47 de alto poder ruso, ni apuntan sus destructores misiles a ciudades; no hay movilizaciones de buques de guerra ni aparecen héroes vengadores para defendernos.
No se trata de un enemigo visible a simple vista, sino de un virus que entra a tu organismo, reduce la capacidad para respirar y provoca dolores de cabeza y cuerpo.
En el peor de los escenarios, cuando al fin ha minado tus defensas, te noquea y te manda a la lona con un golpe fulminante, en donde el doctor cuenta hasta diez. Existe la posibilidad de que cuando termine el conteo hayas cruzado el túnel y un nuevo número se agregue a la larga lista de víctimas.
He transitado durante los últimos días las mismas calles que antes me costaba hora y media o más recorrer cuando llevaba a Arlen a su universidad, ahora lo hago hasta en cinco minutos porque en realidad la ciudad de San Salvador es muy pequeña y tiene una gran facilidad para moverse, pero el gigantesco parque vehícular es lo que la hace pesada.
En estos días he visto el sol ocultarse desde el bulevar Monseñor Romero sin que esté invadido por automotores y puedo organizar mi recorrido con facilidad. Hasta la seguridad es mayor con tantos policías y soldados del ejército en las calles haciendo cumplir las medidas preventivas decretadas por el gobierno.
Sin embargo, las cosas no son tan fáciles. Cuando he cubierto guerras siempre he planificado como moverme y con quienes, se dónde hay peligro y he aprendido a olfatear el riesgo en los huracanes y otros desastres naturales. Siempre busco una manera segura de hacer las fotos, proteger la cámara de la lluvia. En las crisis políticas y sociales llevar un casco, una máscara antigás y un chaleco antibalas a veces te da cierta seguridad.
En esta guerra el arma más eficaz es el distanciamiento social, quedarte en casa, no tener contacto con nadie y muchos menos acercarse físicamente. Los abrazos y los besos están prohibidos. Esos abrazos solidarios que tanto bien hacen cuando saludas a un amigo o amiga después de tanto tiempo o después de una situación difícil, ese compartir las experiencias del día cuando termina la jornada.
Se trabaja en grupos o con algún otro colega, nadie piensa en la competencia sino en la manera más segura para evitar que nos pase algo. En el peor de los casos tienes que asegurarte de que, si tienes suerte, haya otros que puedan sacarte herido o llamar a alguien para que lo haga.
En mis años de carrera como fotoperiodista he cubierto tantos eventos en todas las ramas alrededor del mundo.
En el mundial pasado en 2018 me cayó encima la selección Croata cuando celebraba su segundo gol, durante su triunfo en el partido de semifinales contra Inglaterra en el estadio Luzhniki de Moscú, Rusia. Nunca dejé de disparar la cámara y a pesar de tener a los jugadores derribándome logré encuadrar y hacer unas imágenes que se volvieron virales y fueron calificadas por miles como “las fotos del mundial". Fue una anécdota sin precedentes que además me llevó a conocer y hacer grandes amigos en ese maravilloso país.
En Belén en 2002 un tanque Merkava Israelita apuntó su cañón de 105mm hacia mí, mientras las tropas me escaneaban; los guardaespaldas de la famosa modelo Gisele Bundchen y el astro del fútbol americano Tom Brady intentaron matarme. Balacearon mi carro por negarme a entregar una tarjeta de memoria con unas fotos que había tomado en el país más pacífico y seguro de Centro América, Costa Rica.
En todos los casos he visto a las personas apuntándome o amenazándome y he tenido la capacidad de responder a cada una, sin embargo esta vez la amenaza es invisible.
Ahora nos enfrentamos a una pandemia que nos limita las imágenes fuertes. Quizás estamos agradecidos por no estar por primera vez tan cerca del dolor de las víctimas y de las familias, algo a lo que siempre estamos expuestos. Tener que levantar una muralla de acero para contener las emociones y poder hacer nuestro trabajo, después editarlo y grabarnos esos recuerdos tristes o de felicidad en nuestra mente y nuestro corazón.
Sin haber disparado un tiro, la humanidad ya lleva más de 200.000 bajas en todo el mundo. Las grandes potencias han sido hasta ahora las más afectadas. No existe aún una vacuna o un medicamento para destruir al enemigo silencioso.
Las ciudades fantasmas son cada vez más comunes y las ventanas o terrazas de viviendas son el único espacio al aire libre donde puede verse a especímenes humanos intentando sobrellevar los días de encierro, tocando guitarra, cantando, ejercitándose, y simplemente viendo hacia un futuro muy complejo.
No importa que profesión ejerza cada quien, los sobrevivientes tendrán un gran reto porque el mundo habrá cambiado.
2020 ha iniciado con una cuenta que nadie esperaba. Los periodistas tenemos un gran reto y es el de documentar un hecho que por generaciones no habíamos vivido, algo inusual, retratar al enemigo invisible.
Llegó el momento en que un cubreboca con clasificación N95 es más valioso que un AR-15, una mascarilla de media cara o un traje buzo son unas joyas, de la misma manera que los protectores de ojos equivalen al equipo más sofisticado para ir a la batalla, en una guerra que por el momento no tiene vencedor.
Editado por Leticia Pineda en Montevideo