La historia que cambió nuestras vidas
Fue la imagen conmovedora de un anciano con mascarilla yaciendo sobre el pavimento en Wuhan lo que nos hizo comprender que, probablemente, esta vez el asunto sería distinto. Era el 30 de enero y los periodistas de AFP habían estado cubriendo escenas distópicas en la megalópolis china.
Ahora las cosas parecían quedar fuera de control, más de lo que hubiéramos imaginado. Los clientes de AFP también lo advirtieron. Las imágenes del cadáver anónimo rodeado de funcionarios dubitativos y sin rostro, equipados con ropa de protección blanca, causó impacto en los medios de todo el mundo. “La imagen que sintetiza la crisis de Wuhan”, tituló The Guardian, en lo que sonó como una advertencia.
Al mismo tiempo, muchos de nosotros tuvimos la sensación de que era una historia conocida que se repetía. Los periodistas ya teníamos en memoria numerosas epidemias y otras tantas advertencias de pandemia. En los últimos 15 años, muchos de nosotros habíamos cubierto el SARS, la gripe aviaria, la porcina y el MERS. Otros valientes reporteros de AFP ya habían enfundado los trajes de protección para visitar hospitales rudimentarios en África Occidental durante la devastadora epidemia de ébola en 2014.
Teníamos protocolos, mascarillas y trajes de protección. Todo esto nos sonaba conocido, hasta el momento en que pasó a ser muy distinto.
En los dos meses desde que nuestros equipos fueron evacuados de Wuhan en un avión militar francés, el covid-19 se convirtió en la crisis más grave de los últimos tiempos. Trastornó el funcionamiento de nuestras sociedades y planteó un desafío único a periodistas comprometidos con su profesión a la hora de explicar esta extraordinaria nueva realidad.
Estábamos acostumbrados a asumir desafíos para cubrir historias complejas. Pero ¿cómo cumplir con nuestra misión cuando los hechos impactan la vida de cada uno de nuestros 2.600 periodistas y cuando la prioridad absoluta debe ser protegerlos, así como a sus familias? ¿Cómo hacer buen periodismo en la era del distanciamiento social?
Todo ha cambiado, salvo el compromiso y la pasión de nuestros reporteros. La pandemia nos ha obligado a mirar hacia el abismo. Nos hizo confrontar situaciones inéditas y nos obligó a ser creativos e ingeniosos. Despojó nuestra forma de narrar hasta lo verdaderamente esencial y nos forzó a ser muy humildes.
Virtualmente, casi todas nuestras 200 oficinas y 1700 periodistas están teletrabajando. Nuestra sede en París habitualmente aloja a unas 1.000 personas que se turnan las 24 horas para cubrir el ciclo noticioso global. Ahora es un mero esqueleto con unas 30 o 40 personas, incluyendo el personal de seguridad y de limpieza. Y lo mismo sucede con todas nuestras oficinas en el resto del mundo, a medida que nuestros equipos fueron siguiendo el mortífero recorrido del virus, de Asia a Europa y más allá. Habíamos estado en primera fila desde el principio. Las primeras enseñanzas, adquiridas por nuestros equipos en Asia, fueron de vital importancia para dar la batalla. Nos sorprendimos al constatar que casi todo nuestro periodismo podía ser dirigido a distancia, exceptuando los centros de edición de video.
Nuestros emprendedores equipos técnicos trabajaron sin parar para instalar sistemas de teletrabajo en los hogares, para nuestras operaciones editoriales y plataformas de comunicación en línea, que crearon un mundo paralelo de oficinas virtuales seguras. Tuvimos que acostumbrarnos a niños bulliciosos y perros inoportunos invadiendo nuestras conferencias de redacción, hasta que fuimos aprendiendo las virtudes del botón silenciador del micrófono. Los equipos técnicos renovaron nuestras existencias de laptops y siguieron suministrando gel desinfectante a todas nuestras oficinas en el mundo.
Tuvimos que fijarnos prioridades y aceptar que había cosas que no podríamos hacer. Sin embargo, la producción de AFP no cesó a pesar de que las oficinas se fueron vaciando a medida que avanzaba el mes de marzo. Aprendimos, nos adaptamos y seguimos produciendo historias vitales, importantes y variadas.
Esto nos afecta a todos, y cada periodista quiso narrar la parte que tocó a su propia comunidad. Fue tan significativo en Kinshasa como en Bagdad o París, en la ciudad italiana de Codogno o en Nueva York.
Nuestra base de datos sobre las muertes a escala global, de los casos declarados y de la cantidad de gente que vive en cuarentena, fue recabada a partir de datos oficiales por todas nuestras oficinas y se convirtió en una de las fuentes más certeras de información. Nos permite dar primicias con mayor velocidad o presentarlas bajo la forma de simples gráficos o videográficos.
Nuestros corresponsales especializados en medicina nos enriquecen a diario con contexto y recomendaciones, así como la opinión de expertos que llenaron el vacío creado por rumores que circulan en internet. Nuestros equipos de economía produjeron análisis claros frente a las fluctuaciones de los mercados globales, las cifras de desempleo y previsiones de recesión apocalípticas.
Nuestra red de fact-checking produjo unas 600 verificaciones de desinformación sobre la covid-19. La audiencia de nuestros sitios de fact-checking trepó a las nubes: marzo tuvo tantas consultas como todo el año 2019.
Por sobre todo, nuestro flujo de información confiable, medida y sustentada, desde todos los rincones del mundo las 24 horas del día, suministró un marco fundamental para contrarrestar la especulación y la difusión del temor. Nuestro periodismo nunca fue tan vital, ni tan ampliamente difundido y visto.
La pandemia es una historia humana única. Y a pesar de ello, una de las grandes paradojas de esta desafiante crisis es que a menudo carece de rostro. Los héroes, víctimas y protagonistas, se ocultan detrás de las mascarillas, anteojos de protección, vallas de hospital o medidas de cuarentena y confinamiento.
El hombre de Wuhan seguramente era el abuelo de alguien, pero desconocemos su historia. Ni siquiera sabemos si tenía coronavirus.
Cada día, los periodistas de AFP intentan ir más allá de la mascarilla. En un hospital que atendía pacientes con covid-19, nuestro fotógrafo Ed Jones advirtió que las enfermeras llevaban vendajes para protegerse de las llagas que les provocaban los equipos y máscaras de protección. Durante un día entero, compartimos el área de descanso de las enfermeras y logramos retratarlas. También les pidió un breve mensaje, para acompañar cada retrato. Seguían cubiertas por las máscaras, pero recuperaron su humanidad.
El fotógrafo Paolo Miranda logró por su parte enviar imágenes hermosas, íntimas y heroicas de las enfermeras y del resto del personal del hospital de Cremona, en el norte de Italia. La emoción, cansancio y los momentos de breve solaz permearon los equipos de protección.
Desde una embarcación ligera en la Bahía de Ciudad de Panamá, un teleobjetivo nos permitió captar por primera vez la angustia de los pasajeros que saludaban desde los camarotes del crucero infectado Zaandam.
Sentimos que nuestra misión es narrar estas historias vitales, pero que debemos hacerlo de la manera más segura posible. Todos los reportajes realizados en hospitales y lugares con gente enferma son objeto de un protocolo de aprobación por parte de los responsables editoriales de AFP. En cada oportunidad, nos preguntamos si es realmente necesario. Luego nos preguntamos si disponemos del material de protección apropiado. Por supuesto, nos aseguramos de que los periodistas estén de acuerdo con la misión. Siempre es voluntario.
Haidar Hamdani, nuestro fotógrafo en la ciudad iraquí de Najaf, que cubrió años de conflictos, nos cuenta cómo se pone ropa vieja y un plástico azul por debajo del traje de protección suministrado por el hospital. Luego, la máscara quirúrgica, debajo de otra más grande, y lo mismo con los guantes de látex y protectores para el calzado. “No quiero dejar nada al azar”, dice.
Los numerosos reportajes resultantes de este valiente trabajo constituyen un periodismo de servicio a la sociedad, del más alto nivel. Resultan vitales para comprender la crisis que enfrentamos y los desafíos hercúleos del personal de salud, las batallas por la supervivencia de las víctimas bajo respirador artificial o la mera falta de respiradores.
Cuando ingresamos a un tren de alta velocidad convertido en ambulancia en Francia, o cuando seguimos a la policía sudafricana en peligrosas misiones nocturnas en las calles de Johannesburgo, también estamos cubriendo las respuestas de los gobiernos y autoridades. Es importante comprender.
Cada día buscamos ángulos humanos. Por supuesto, se trata de historias angustiantes, como la de gente que muere de manera anónima en geriátricos, gente sin acceso a sus seres queridos, de funerales o de morgues improvisadas en las calles de Nueva York. O la conmovedora entrevista con familiares de una adolescente francesa fallecida.
Pero también hay historias de superación y otras más ligeras. Los romanos cantando desde sus balcones o residentes de Nápoles acercando víveres a los más necesitados. Los juegos de lotería en Madrid, con los vecinos gritando los números que van saliendo desde sus ventanas. O policías indios sonriendo, con sus extraños cascos contra el coronavirus. Y por supuesto, los aplausos cotidianos al personal de salud en muchas ciudades.
Nos vamos adaptando permanentemente. Nuestros periodistas de video comprendieron rápidamente que no disponíamos de soportes suficientes para sostener los micrófonos a dos metros de distancia del entrevistado. Encargarlos llevaría demasiado tiempo: muchos optaron por construirlos ellos mismos. Nos dimos cuenta de que fijar un teléfono celular a un estabilizador para recorrer en bicicleta o en moto las calles desiertas de grandes ciudades del mundo permitía crear extraordinarias imágenes. Las vistas desiertas de los Campos Elíseos o de la Quinta Avenida resultaron asombrosas. A medida que más ciudades se vieron afectadas, repetimos el procedimiento. También vimos que nuestros drones constituían un poderoso medio de mostrar el vacío y la parálisis de los grandes centros urbanos.
Uno de los aspectos más inesperados fue la paralización del calendario de eventos deportivos. Las competencias y campeonatos forman una parte enorme de nuestra actividad cotidiana. Lisa y llanamente, desapareció. Por supuesto, nuestros equipos están relatando aspectos del impacto de la pandemia en los diferentes deportes y analizando lo que se viene. Escribimos sobre grandes hazañas del pasado. Cubrimos temas vinculados al ejercicio físico y al bienestar. Pero nos faltan los eventos y las imágenes frescas. Estamos encerrados en un mundo fundamentalmente virtual y de archivos.
De momento tal vez estemos sintiendo la euforia del maratonista tras los primeros diez kilómetros de carrera. Estamos orgullosos de lo que hemos logrado hasta el momento, pero también somos conscientes de que queda probablemente un largo camino por delante. Conocemos el impacto de la pandemia en nuestros equipos, tanto desde el punto de vista anímico como del riesgo de enfermedad física. Más que nunca, sabemos que nuestro personal en el mundo en desarrollo puede tener acceso a sistemas desiguales de salud. También sabemos que nuestros clientes padecen las mismas dificultades. Actualmente pensamos que hay unos 60 casos sospechosos de coronavirus entre nuestro personal. Algunos fueron internados en el hospital, mucha gente regresó a trabajar. Pero evitamos ser autocomplacientes. Somos testigos del horror que constituye este virus a través de nuestro periodismo de cada día.