Fascinación y dudas en la Antártida
Isla Media Luna, Antártida - Se encontraron en Santiago de Chile. El primero llegó de Ciudad de Guatemala, el segundo de París y el tercero de Oslo. Objetivo: viajar juntos hasta un desierto de hielo indispensable para la humanidad, la Antártida. No obstante, la misión tenía la particularidad de partir a bordo de un crucero de lujo. Aquí, el diario de viaje, entre éxtasis y preguntas, del fotógrafo Johan Ordoñez, el videasta Viken Kantarci y el periodista de texto Pierre-Henry Deshayes.
Pedro Ugarte, jefe de fotografía para América Latina, me llamó en octubre para avisarme: “Hay una misión a la Antártida”. Lo primero que le respondí fue que necesitaría una visa –no sabía que es un territorio que no pertenece a nadie- y el otro pensamiento que cruzó por mi mente fue que no tenía ropa para el frío, ya que vivo en Guatemala, un país tropical.
A medida que la fecha del viaje se acercaba, crecía mi impaciencia. “Lo recordarás toda la vida”, me dijo mi colega de Chile Martín Bernetti.
Nos encontramos en Santiago y volamos al sur de Chile para poder embarcarnos en un crucero de lujo a propulsión híbrida que días más tarde llegaría a la Antártida con 400 turistas a bordo. Como escribió Pierre-Henry en su reportaje, “para muchos, es la última frontera. Una frontera que debe alcanzarse a cualquier precio, antes de que desaparezca tal como es ahora”.
Cuando llegamos a la región de los glaciares y vi el primero, y luego otro, y entonces un tercero, con Viken nos miramos. Eran tan inmensos que solo nos salió reír. En una de las fotos que tomé, el crucero parece minúsculo al lado de un glaciar.
Allí se siente la grandeza de la naturaleza y la pequeñez de los humanos. Creo que otros pueden imaginar, a través de las fotografías y el reportaje, los sentimientos que me atravesaron. Lo que se ve es lo que viví. En la imagen de la puesta de sol en la bahía Chiriguano, tuve una sensación de paz y energía a la vez.
También me encantó fotografiar pingüinos. Son muy divertidos y curiosos. Mi foto favorita es la de cuatro pingüinos caminando uno junto a otro. La dejé como fondo de pantalla en mi teléfono celular. Es casi como una imagen de familia, de hecho me hace pensar en la mía. Uno de ellos, que se ve a la derecha, ayuda a otro a avanzar. En cierto modo nos parecemos.
Me siento aún un poco culpable porque me pareció fascinante la sensación de invadir un espacio que hasta entonces solo había pertenecido a los animales. Imagino que nuestra presencia era molesta para ellos.
El turismo en el lugar, tema de nuestro reportaje, aumentará 40% este año. ¿Deberíamos ir? Creo que muchas personas son como yo y no saben lo que la Antártida, que contiene casi el 80% de las reservas de agua dulce de nuestro planeta, representa para la humanidad.
Para mí, mis imágenes son una forma de decirle al mundo que tenemos que cuidarla.
La agencia France-Presse pagó solo una parte del viaje, para llegar a Chile. Luego fuimos invitados por la línea de cruceros. Así que en este caso hay, por supuesto, muchos cuestionamientos periodísticos. Estábamos en cierto modo prisioneros de ese barco de lujo, con intermediarios que no habíamos elegido.
Dudé si podría hacer mi trabajo en esas condiciones. Creo que fue posible porque tuvimos tiempo durante este largo viaje de 15 días para construir relaciones complejas con nuestros interlocutores. Eso nos permitió relatar esta aventura de una manera más objetiva. Los propios pasajeros compartieron con nosotros sus sensaciones: habían tenido tiempo de abrirse con nosotros, sin sentirse agobiados.
La sensación de discrepancia entre la comodidad del barco y este territorio, uno de los más inhóspitos del mundo, un sitio donde hace 100 años exploradores moribundos mataron a sus perros de compañía para alimentarse, también me marcó. La Antártida es también un paisaje de muerte, donde la naturaleza lucha por sobrevivir.
En cuanto al viaje, siempre teníamos la impresión de que ya no podríamos ver algo más hermoso, y cada vez nos volvíamos a sorprender.
Recuerdo una puesta de sol en particular, que fue realmente abrumadora... ¡mi cámara y mis sentidos estaban fuera de control! Fue una puesta de sol progresiva, de más de dos horas, donde cada minuto difería del anterior. Tuve la sensación de ver una paleta entera de colores pasteles desfilando ante mis ojos; era la quintaesencia de la naturaleza... colores fundidos tan extremos que parecían completamente sintéticos.
Esa puesta de sol condujo a una noche muy iluminada por la luna. Estábamos atrapados en el hielo, y la luna se reflejaba en su blancura.
Tuvimos que recorrer Chile por varios días para llegar a la Antártida. Hubo actividades cada jornada, reuniones con tal o cual miembro de la tripulación y actividades reservadas para periodistas, como hablar con los capitanes o recorrer con un equipo de exploradores un fiordo chileno para verificar la fuerza de la corriente. También participamos en actividades ofrecidas a todos los turistas: kayak, caminatas en la nieve, buceo polar en aguas a tres grados.
Tuvimos mucho tiempo libre para investigar y hablar con los pasajeros. El ambiente era sociable, informal, sereno.
Descubrí un mundo que me era completamente extraño. Ya había visto muchas cosas en el Ártico desde que vivo en Noruega y no me gusta abusar de los superlativos, pero aquello era único, colosal, monumental, impresionante.
Durante los cuatro días en la Antártida, casi no queríamos dormir, no queríamos que nada se nos escapara.
Recuerdo levantarme y observar un amanecer en el continente blanco. Vi un cielo completamente inusual, todos mis sentidos se despertaron; en este caso, nos atrae el deseo de absorber el paisaje. Hubo momentos de contemplación que me hicieron llorar.
Pero también fue un viaje con remordimientos. Fuimos allí para cuestionar la pertinencia de estos cruceros de exploración y la pregunta era: ¿no deberíamos mantenernos alejados, sin destruir otra región del planeta, la única o la última no contaminada por la huella humana?
Nosotros, incluso haciéndonos pasar por jueces, también estuvimos en el viaje. ¿No hubo entonces una especie de doble hipocresía, cuando estábamos muy contentos en el barco?
Para ser sincero, volví con las mismas preguntas. Después de ver la belleza de los paisajes y sentir todo lo que pueden desencadenar, no puedo tener una opinión firme sobre la pertinencia de estos viajes. Es una elección personal de cada uno.