Un verano invencible
Nueva Delhi --Hubert Beuve-Méry, fundador del periódico francés Le Monde, define el periodismo como "contacto y distancia".
Me instalé en la India a principios de 2015, en ese país donde toda noción del espacio personal ha sido abolida y muchas veces la distancia es algo difícil de conseguir.
El contacto, sin embargo, puede ocurrir en el metro, donde las mujeres envueltas en un velo se recuestan sobre mi hombro con una naturalidad desconcertante; en el tren, los niños rozan con la nariz las páginas de mi libro para tratar de descifrar los misteriosos personajes, y durante las fiestas religiosas, manifestaciones y reuniones políticas, los hombres de 15 a 75 años me agarran las nalgas sin respeto alguno.
En varios sentidos, los últimos cuatro años me enseñaron muchas cosas sobre mi instinto de supervivencia y mi capacidad de resistir durante algunas semanas en zonas de guerra.
Como dice el escritor francés Albert Camus, he descubierto en mí, en pleno invierno, un verano invencible. Tal vez por eso este país siempre tendrá un lugar particular en el cajón de mis recuerdos.
La India se está endureciendo
Es innegable que la India se está endureciendo cuando ves que una mujer permite que le besen la mano maquillada con henna, antes de golpear con su revés un brutal viaje de ida y vuelta a la realidad. Para el filósofo francés Pascal, toda las desgracias de los hombres vienen de una sola cosa, que es no saber descansar en la habitación. El confort de mi habitación de adolescente parece estar muy lejos de estos mercados artesanos atestados y polvorientos donde los bici-taxis, los vendedores ambulantes, mendigos y vacas me empujan al ritmo de una cacofonía que se ubica en el extremo opuesto de la tranquila armonía de mi infancia.
¿Por dónde comenzar?
¿Por las 18 horas que pasé en un tren lleno de gente, en el que la cantidad de cucarachas superaba a los pasajeros y tuve que dormir con los auriculares pegados a los oídos para que estos insectos no se me metieran en el cerebro?
¿Por mis incursiones en territorio maoísta en el este del país? Aún tengo débil el pie por la fractura que sufrí recientemente cuando iba sentada en la parte trasera de la motocicleta del jefe de la policía local, mientras él sudaba grandes gotas y esquivaba posibles minas.
También filmé a los adiestradores de ratas, a cazadores de serpientes, pisé el suelo de la ciudad más sucia de la India y de la que es reconocida como la más limpia de Asia. Desplegué el trípode de mi cámara en barrios marginales con callejones estrechos que se cruzan en cunetas pestilentes, en un basurero rodeado de buitres; en los pasillos decorados con sofás de terciopelo del palacio presidencial indio y en el corazón del palacio de mármol de una princesa descendiente de Maharajá y coleccionista de fósiles de dinosaurios.
El aire me asfixia, el sol me quema, las especias perdonan a mi estómago pero no al de mis visitantes y el mesero de este restaurante tradicional insiste en dibujarme un Tilak con polvo rojo en la frente antes de dejarme entrar. Este país no hace nada a medias. Vivir aquí significa aceptar y sumergirse de cabeza. No me arrepiento. En la parte trasera de una motocicleta, tragando polvo del campo indio, siento una sensación de libertad embriagadora. En el camino, me encuentro con la India de los clichés: vaca, camellos, nómadas, saris de colores.
A fuerza de vivir aquí, mi propia ropa es más viva, he optado de manera más natural por colores brillantes, pañuelos llamativos, aunque aún me parece que aquí mis tonos son muy tímidos. En mis raros regresos a Europa, de repente saltaban de la nada, me impresionaban los tonos de negros, grises y azules oscuro que usaban los peatones europeos que me rodeaban. Mi cámara se ha acostumbrado a los asaltos coloridos de la India.
La India me enseñó a cuidar más los detalles
Mi colega, el fotógrafo Dominique Faget y yo fuimos a un refugio de vacas. Justo antes de pasar por la puerta, él me confió que estuvo a punto de ponerse zapatos de cuero, antes de recordar muy a tiempo que este material de un animal considerado sagrado en la India probablemente no habría sido aceptado unánimemente en ese santuario. Cruzamos el umbral del refugio un poco aliviados y envueltos en la risa.
La fuerza de la realidad alternativa
La India también me ha enseñado la fuerza de las realidades alternativas. Personas educadas, con un inglés impecable, han jurado de corazón que fumar cigarrillos no es dañino para los pulmones, que hacer yoga y beber jugo de caña de azúcar purifica el cuerpo de partículas contaminadas, o que la orina de vaca te protege de las ondas radioactivas.
En la India más que en ningún otro lugar he usado el poder de mi cámara, su capacidad para abrir puertas a lugares llenos de fantasías o que han sido despreciados, a donde se supone que no debía haber podido ingresar. Tengo mucha suerte.
Hay un estado en la India que brilla literalmente con luz propia. En Jharkhand el suelo está cubierto de mica, un material brillante utilizado en la fabricación de cosméticos. Las minas de mica se cerraron hace décadas, pero todos los días los niños siguen removiendo la tierra para recoger estas preciosas partes pequeñas y venderlas por el equivalente a medio dólar al día.
Después de horas de conducir por esos caminos brillantes, aparecieron en un crucero varias personas, en su mayoría niños y adolescentes. Huyeron cuando vieron a mis colegas de texto y foto y a mí salir del coche. Pero luego, regresaron desconfiados como lobos con los puños resplandecientes y cerrados.
Entrevisté a uno de ellos. Lalita tiene siete años, la mirada testaruda y la barbilla orgullosa. Nunca ha oído una campana de escuela sonar en su vida. Se dirige a mi colega Abhaya Srivastava en hindi mientras yo capto partes de lo que dice. Nos habla de sus días enteros en cuclillas con los ojos sobre el suelo, las manos como mini-excavadoras arando la tierra para llenar las bandejas que tiene delante. La niña llena tres charolas todos los días.
En un momento, ya no puedo concentrarme en su rostro, no es que la cámara me falle, me doy cuenta de que estoy llorando. Mi colega de texto también. Lalita nos observa con las cejas ligeramente fruncidas y los ojos secos. Me pregunto si alguna vez lloró por su destino. Está ansiosa esperando que terminemos la entrevista para volver a buscar el brillo que puede adornar los ojos de otras niñas al otro lado del mundo.
Cuando refexiono sobre mi trabajo, por qué lo hago, a menudo pienso en Lalita. Varias personas que entrevistamos tienen un recuerdo divertido de nuestras grabaciones.
La presencia de mi cámara en pueblos remotos de la India o en la República Democrática del Congo, por ejemplo, frecuentemente evoca risas y entretenimiento, da una distracción de bienvenida. Los niños pegan su nariz contra mi lente, tocan mi trípode con la punta de los dedos, las mujeres silban y se cubren la cara con sus pañuelos, los hombres miran la pantalla por encima de mi hombro e incluso los ancianos, desde lejos, estiran el cuello. A menudo trato de mantener la naturalidad, pero no sé qué hacer.
Incluso cuando el tiempo es poco y el trabajo se acumula. Después de todo, pienso que puedo intercambiar su tiempo y gentileza por mi esfuerzo para hacer el día un poco especial para ellos.
Pero a Lalita no le importaba mi cámara. Ella no necesita nuestras lágrimas, su vida probablemente no cambió después de nuestro reporte o ¿su hermoso rostro resignado, más allá de a mi colega y a mí, habrá descongelado los corazones de otras personas? Esta pregunta es lo que me hace seguir adelante.
Yo empecé en el periodismo con la ingenua ilusión de poder cambiar el mundo. Al final, la India fue la que me cambió.
Ver la angustia extrema del ser humano y experimentar la frialdad de la muerte y la pérdida, me impulsan aún más a disfrutar del pequeño milagro que representa cada encuentro, por más difícil que sea.
"Una cosa que puedes ver en mis fotos es que no tenía miedo de enamorarme de esas personas", confió una vez la fotógrafa y retratista Annie Leibovitz.
Con la cámara en la mano, yo también filmé y aprecié los contornos de estos rostros pintados, gordos, arrugados, sucios, sudorosos, enamorada de la sonrisa que a veces aparecía en ellos, y agradecida por la esperanza que despertaban en mí.
Este blog fue adaptado del libro "There is no poetry in a typhoon" que Agnes Bun publicó este otoño sobre sus experiencias más interesantes como reportera de AFP.