La larga sombra de Turquía
Estambul – Cubrir Turquía como periodista extranjero implica trabajar bajo una larga sombra. Una sombra proyectada por un hombre de 64 años todavía vigoroso, de 1,85 metros de altura, que ha gobernado el país durante los últimos 15 años. Y que después de ganar las elecciones del 24 de junio pasado, lo hará durante al menos cinco años más, posiblemente diez. Se trata de Recep Tayyip Erdogan.
Por mucho que intente encontrar una “Turquía real” alejada de la política -y en este país tan atractivo y diverso, puede ser en una playa bañada por el sol en el Egeo, una casa de té en el centro de Anatolia o un bosque al lado del Mar Negro- es difícil escapar de la dominación que Erdogan ejerce sobre el país.
No solo su rostro te mira desde anuncios que promocionan un próximo mitin o saludan un nuevo proyecto y su voz se escucha en televisión, sino que los propios turcos simplemente no dejan de hablar de "Tayyip".
Él es el centro de conversación en todas partes, desde las cafeterías de moda en Estambul hasta los jardines de té a la sombra de una mezquita, independientemente de las posturas políticas de las personas.
Las diferencias de opinión sobre él dividen a familias y amigos, lo que lleva a debates incesantes y, en ocasiones, a algo más grave.
Para sus seguidores, Erdogan es nada menos que el salvador de Turquía, el hombre que hizo que el país sea más grande que en cualquier otro momento de su historia post-otomana y que derrotó el sangriento intento de golpe contra su gobierno el 15 de julio de 2016.
Pero para sus detractores, Erdogan está llevando a Turquía por un camino peligroso económica y políticamente, liderando la represión más amplia de su historia que ha incluido el arresto de periodistas y opositores.
Con su victoria en las elecciones de junio, que le otorgó un nuevo mandato con poderes reforzados, así como una mayoría en el parlamento, su dominación se intensificará y esa sombra será aún mayor. Incluso después de la votación, su rostro sigue siendo omnipresente en Estambul en lo que podría ser algo muy exclusivo de Turquía: la propaganda postelectoral. “Nuestra nación ganó, Turquía ganó, ¡gracias Estambul!”, se lee en los eslóganes.
Mi rutina diaria en Estambul suele comenzar de la misma manera. La alarma se dispara, las gaviotas graznan desde la azotea y una sirena que cruza el Bósforo inicia la llamada para rezar.
Me froto los ojos, busco mi teléfono y reviso un conocido sitio web: tccb.gov.tr. Es la página de la presidencia turca, donde cada mañana se publica la agenda diaria de Erdogan. Como corresponsal de una agencia de noticias, por mucho que intente buscar voces alternativas, Erdogan siempre estará allí. Él es, tomando prestado el término de un exjefe de estado de otro país, un "hiper-presidente".
A veces dará tres discursos en un día. Por no mencionar las reuniones con líderes de todos los rincones del mundo, acogidos con fastuosas ceremonias en Ankara. Y luego, si eso no fuera suficiente, ¿qué tal una entrevista televisiva a altas horas de la noche? Su voz impacta en todo lo que sucede en Turquía y en cómo se percibe desde el exterior.
Esa es precisamente la idea. La voz de Erdogan domina la televisión, la principal fuente de noticias para la mayoría en Turquía. "¡Eyyyyy!", exclama, generalmente como preámbulo a sus ataques verbales contra algo, ya sea la Unión Europea y Estados Unidos (aunque la retórica antioccidental no fue tan predominante en esta campaña) o un oponente político.
Todo se detiene cuando habla en vivo y los canales de noticias interrumpen su programación para transmitir sus discursos en tiempo real.
En la campaña electoral, su principal oponente, Muharrem Ince, recibió un tiempo de aire mucho más limitado. Observé sorprendido cómo el canal estatal TRT no transmitió ni un segundo del mitin de cierre de Ince en Estambul, y en su lugar pasó imágenes de archivo de antiguos presidentes turcos. En respuesta, Ince echó a los reporteros de TRT de su conferencia de prensa posterior a las elecciones.
A otros les fue peor: Meral Aksener, líder de un partido nacionalista anti-Erdogan, recibió tan poco tiempo de emisión que algunos analistas argumentaron que los posibles votantes nacionalistas del interior tal vez ni siquiera se enteraron de su candidatura.
Antes de llegar a Turquía en 2014, trabajé en Rusia por más de cinco años, y hoy estoy fascinado por el paralelismo entre las carreras políticas de Erdogan y el presidente ruso, Vladimir Putin.
Las similitudes están bien documentadas: hombres sexagenarios que ayudaron a sacar a estados modernos post-imperiales de la crisis económica y les dieron más fuerza en el escenario internacional, a menudo a expensas de las relaciones con Occidente.
Gran parte de su popularidad proviene de ser jefes fuertes y desafiantes en países que anhelan ese liderazgo, incluso después de la disolución de los imperios.
Pero hay diferencias menos destacadas.
Por un lado, Putin habla mucho menos que Erdogan. El jefe del Kremlin rara vez pronuncia discursos, excepto en eventos grandes. Erdogan, por el contrario, puede dar tres discursos (¡de horas!) en un día.
No obstante, la mayor diferencia podría ser que, mientras para Putin las elecciones de 2018 parecieron más una coronación, Erdogan enfrentó una competencia genuina en estas elecciones y muchos analistas incluso pensaron que pasarían a una segunda ronda.
La demografía explica mucho. Turquía está dividida (casi) en partes iguales entre los seguidores y opositores de Erdogan, quien ganó con el 52,6% de los votos. Putin se llevó más del 76% en las elecciones rusas y, a pesar de la represión a la oposición en su país, se puede decir que disfruta del apoyo de la gran mayoría de la población.
Durante la campaña, Ince no se privó de retar al mandatario en todos los temas, rompiendo muchos tabúes en el camino. Cuando Erdogan juró dimitir si es que Turquía ya tenía “suficiente” de él, la palabra turca “suficiente” (“tamam”) se viralizó en cuestión de horas y fue rápidamente explotada como un lema por la oposición.
Putin, quien no sintió la necesidad de participar en ningún debate electoral, no tuvo que sudar. Y su mayor rival, el activista Alexei Navalny, fue polémicamente impedido de presentarse debido a una condena.
Cubrir Turquía implica, y en los próximos años implicará, encontrar el equilibrio perfecto entre darle a Erdogan el protagonismo que merece sin reducir al país a ser simbolizado por una sola persona.
Turquía es Erdogan y Rusia es Putin.
Es vital dar una idea de los matices detrás de los titulares. El apoyo a Erdogan en el país no es para nada uniforme. En una provincia llamada Bayburt, en el noreste de Anatolia, obtuvo más del 82% de los votos en las presidenciales, pero en Kirklareli en Tracia, menos del 30%. En Estambul, donde vivo, se llevó exactamente el 50,00%.
Un viaje en taxi de diez minutos puede llevarte desde un distrito de amantes de Erdogan hasta otro de gente que lo detesta.
Pero sin importar cuán poderoso sea el presidente bajo la nueva Constitución, hay otros factores que hacen que el país funcione.
Por ejemplo sus clubes multideportivos, mejor conocidos por sus divisiones de fútbol, que son un aspecto clave de la sociedad. O las vastas empresas holding industriales, que tienen grandes intereses en sectores desde la energía a los bienes de consumo.
Sin embargo sé que, mientras trabaje en Turquía, mi primer acto del día, cuando graznen las gaviotas y resuenen las alarmas sobre el Bósforo, será revisar tccb.gov.tr en mi teléfono y ver qué planea Erdogan para otro día.