Adictos al surf
Unstad, Archipiélago de las Lofoten (Noruega) – Es una adicción. No es que tengas ganas de volver. Es que necesitas volver. El frío es así. Y el surf también. Uno se engancha como a una droga, y Unstad es el lugar perfecto para satisfacer esta adicción. Este año decidí hacer retratos de otros incondicionales como yo, que posaron bajo temperaturas excepcionalmente gélidas.
Cada deporte tiene sus propias particularidades y creo que en el caso del surf, éstas son el agua y la simplicidad. No hace falta un gran equipo, apenas una tabla y un traje de baño. El agua, por su parte, le quita a uno todo lo que pueda tener en la mente. Una vez sumergido en el mar, se olvida de todo lo demás.
Empecé a hacer surf y windsurf de adolescente en el suroeste francés, mi región natal, pero descubrí el frío hace apenas veinte años, cuando conocí a mi actual esposa, una finlandesa del “gran norte” que me hizo descubrir el “gran frío”. Me adapté enseguida y adopté la costumbre de dar paseos sobre el mar helado en invierno, con temperaturas de -15° centígrados. A veces, me aventuraba tan lejos que cuando me daba cuenta estaba a 10 kilómetros de la orilla.
El frío tiene virtudes terapéuticas, permite olvidar todo y soltar todo, así que resultó inevitable que ambos elementos -el agua y el frío- acabaran por juntarse, por eso Unstad, en el archipiélgo noruego de las islas Lofoten, es el lugar ideal para ese encuentro.
La primera vez que supe de la existencia de este sitio fue leyendo una revista de surf en la que se contaba que Tom Curren, un californiano campeón mundial de surf en los años 80, había surfeado en Unstad, así que anoté el lugar en mi memoria.
Para hacer surf en agua helada, el único lugar razonablemente accesible en el mundo es éste, situado en el círculo polar ártico, a unas seis o siete horas desde París, donde vivo. Primero hay que tomar un vuelo a Oslo, luego otro a Bado y de ahí un pequeño avión de hélice hasta Leknes, a 20 km de Unstad.
Otra opción sería ir desde Alaska, en el norte del continente americano, o desde Kamchatka, en el extremo oriente de Rusia. Pero son demasiado remotas y también tomaría días llegar a ellos.
Es el cuarto año que vengo a Unstad y generalmente no hace tanto frío como este año. La media es de -5° centígrados, fresco pero soportable, al igual que la temperatura del agua, más o menos la misma por efecto de la corriente del Golfo. Es una temperatura que se aguanta muy bien con el traje apropiado.
La ola de frío que azotó Europa en febrero y a comienzos de marzo no afectó a Unstad, pero la temperatura del aire bajó hasta -15° lo que, sumado al viento, generó una sensación térmica de -25° centígrados. En este caso ya sí que podemos hablar de surf extremo.
¿Cómo hacerse una idea? El coche está, por ejemplo, a cincuenta metros de la playa y en el breve lapso de tiempo para llegar al auto desde el agua, se puede sentir cómo el traje se va endureciendo a causa del frío. Hay que sacárselo al aire libre, porque es imposible quitarse un traje rígido dentro de un coche, ponerse la ropa seca, entrar en el vehículo, encender el motor y poner la calefacción a tope. Entonces, poco a poco, uno va recobrando el sentido.
Con el frío el cuerpo consume mucha más energía que lo normal, de forma que al final del día uno está agotado. Mucho más que después de un día de surf en Hawái. Te sientes exhausto, con la impresión de estar húmedo por dentro y, aunque caes como un plomo en la cama, al despertar estás preparado para empezar de nuevo.
¿Por qué someterse a algo así? Porque cuando uno está en el agua, se olvida de todo. Para mí, una hora en Unstad equivale a haber estado dos semanas de vacaciones.
No me malinterpreten tampoco. Comparado con el surf en aguas cálidas, significa más dolor, más dificultades y más preparación y más equipamiento. En vez de un bañador, me tengo que poner un traje de neopreno y unos botines; y cuando saco fotos, tengo que llevar aletas para poder desplazarme rápidamente y luchar contra la corriente. El cuerpo duele. Uno lucha contra el frío y el cansancio, pero al mismo tiempo se experimenta placer. Es verdaderamente como una droga.
A esto, hay que añadir el escenario de las montañas y el mar. Entonces además del reto físico, surfeas en un lugar hermoso. Muy poco frecuentado, Unstad recibió incluso menos visitas esta estación. El último día que estuve, apenas había 20 o 25 surfers en el agua.
La guinda del pastel son las auroras boreales. Nada las supera en términos de belleza. Son momentos que solo se pueden vivir en lugares aislados.
Una noche decidí sacar fotos por la noche desde el agua. Antes de ponernos los trajes y de lanzarnos a las olas con un viento brutal, y en espera de que las auroras boreales se manifestaran, hicimos una pequeña fogata en la playa y preparamos un salmón con paprika y cebolla en papel de aluminio. No solo fue delicioso el salmón, sino toda la compañía del entorno.
La idea de los retratos de surfistas era poder contar la historia de un estilo de vida muy particular. No soy el único que ha encontrado este sitio extraordinario, hay otros que están enganchados también. El surf puede ser toda tu vida aquí, al igual que en Hawái, en California o en Australia.
Los retratos salieron muy bien. Fue una de mis coberturas fotográficas más naturales y todos los personajes mostraron entusiasmo, gentileza y naturalidad.
Y tienen una buena razón para mostrarlo: el hecho de vivir aquí.
Ellen Holgersen, veterinaria de 32 años, explica sus razones: “Prefiero el surf en agua fría, por eso vine aquí. Probé otros lugares donde uno puede surfear a dos pasos de la puerta de su casa, pero era como ir al gimnasio, demasiada gente y demasiadas facilidades. Esto parece una expedición debido al frío”.
Lisa Bloom, 38 años, directora de hotel: “Las Lofoten son como un gran parque infantil para adultos… el surf es la vida. Es lo imprescindible. Para mí es como respirar, comer, dormir o estar con mi familia. Aquí hay olas hermosas y regulares. Y cuando no haces surf, hay un montón de cosas para hacer como excursiones, esquí, kayak, paddle, pesca…”
Ole Kristian Fjelltun-Larsen, 34 años, propietario de un café y de un refugio: “El invierno es un verdadero desafío. Como una forma extrema de meditación con un contacto extremo con la naturaleza”.
Nils Nilsen, 26 años, trabajador de una fábrica de pescado: “Para mí, el surf es la paz de espíritu, la calma en mi mente. Concentrarse en una cosa y solo en esa cosa, eso es todo”.
Unstad es otro planeta, otro mundo, completamente zen. Creo que es, sobre todo, por la latitud tan septentrional.
Estar aquí es verdaderamente diferente. Uno sabe que está al norte y que hay menos de todo: menos gente, menos turistas, menos excursionistas. Pero hay más de esa emoción particular que proporciona el frío. Creo que lo podríamos llamar “el espíritu del ártico”.