El paraíso perdido

Amatrice, Italia- Estábamos en el sur de Italia cubriendo una historia cuando nos enteramos del terremoto. Salimos de inmediato pero teníamos que manejar seis horas para llegar a Amatrice. Nos causó frustración estar lejos porque sabíamos que el cierre de las rutas hacia las áreas afectadas era cuestión de tiempo.

Llegamos al mediodía. El terremoto afectó una zona montañosa, llena de caseríos pequeños. A diferencia del terremoto de L’Aquila, en 2009 en el centro de Italia, no había un punto central para comenzar a trabajar. El camino al pueblo más grande estaba bloqueado, así que primero visitamos Illica, una villa menor.

Amatrice (AFP / Filippo Monteforte)

Fuimos en carro hasta donde era posible, y realizamos el resto del camino a pie, cargando nuestros equipos. Como veníamos del sur, donde estábamos cubriendo una historia totalmente distinta, vestíamos sandalias y bikinis, poco apropiado para esta geografía montañosa.

Los italianos pueden ser famosos por ser desorganizados, pero son excelentes atendiendo emergencias.

Pescara del Tronto (AFP / Marco Zeppetella)

Se movilizaron de inmediato. Cuando llegamos, los damnificados ya tenían mantas, comida y servicios de primeros auxilios.

Aunque te preparas para encarar este tipo de situaciones, siempre te afecta. Siendo un caserío pequeño, todos los vecinos se conocen. Conversamos con un joven que decía haber perdido cinco amigos. Mientras hablábamos, sacaron de entre los escombros a una conocida. “¿Cuándo se detiene esto?”, se preguntaba.

Estás entrevistando a alguien y no sabes si sus parientes están muriendo, o están cerca, enterrados bajo los restos. A pesar de todo, los sobrevivientes mantienen la esperanza de encontrar vivos a sus seres queridos.

Una señora lloraba mientras nos contaba que su hermana, de 75 años, estaba atrapada pero no podían rescatarla por la inestabilidad de las construcciones alrededor.

Tiendas de campaña para los sobrevivientes en Arquata del Tronto (AFP / Marco Zeppetella)

Conocimos otra mujer que sobrevivió al terremoto de L’Aquila y se mudó a Amatrice por considerarla más segura. He visto a muchas personas resignarse a vivir con terremotos. “Sólo debemos reconstruir, la vida continua”, es la consigna.

A pesar de algunos comentarios sobre la caída de edificios que supuestamente contaban con tecnología antisísmica, no percibimos rabia en el ambiente. El acceso era difícil, pero por el número de muertos podíamos suponer que el impacto había sido grande. Proporcionalmente la cantidad de decesos era superior a la tragedia de L’Aquila: en segundos, las casas colapsaban y se convertían en tumbas.

La distribución de las casas en el lugar era un reto logístico para la cobertura. Para llegar a cualquier villa era necesario caminar, mínimo, media hora. Prácticamente no había electricidad el primer día, así que cuando nos quedamos sin baterías en los equipos, dejamos de trabajar y volvimos al auto, donde, a falta de otras opciones, pasamos la noche.

Cuando el terremoto sacudió a Amatrice había más personas que de costumbre en la región: era el último fin de semana del verano y comenzaba el festival Amatriciana, en el cual los turistas degustan una de las pastas más famosas de Italia.

Buscando sobrevivientes en Amatrice horas después del terremoto (AFP / Filippo Monteforte)

Enclavada en montañas muy verdes que contrastaban con un azul de cielo despejado, el entorno era deslumbrante. Y nosotros cubriendo muerte y tragedia. Era surreal, con réplicas nos hacían parar todo para resguardarnos.

“Lo teníamos todo. Una comunidad adorable con pequeñas tiendas; a los turistas les encantaba”, me dijo una mujer. “Era el paraíso y lo perdimos todo”.

Víctimas en Amatrice horas después del terremoto (AFP / Filippo Monteforte)
Amatrice (AFP / Filippo Monteforte)

 

 

Giovanni Grezzi