Historia de dos Alemanias
BERLÍN, 27 de enero de 2016 - Para la estable y próspera Alemania, 2015 fue un año de locura. La afluencia a nuestro territorio de más de un millón de refugiados generó impresionantes reacciones humanitarias, pero también revivió los temores que creíamos superados desde hace tiempo. Y la forma como el país recibió las campanadas la medianoche el 31 de diciembre en Colonia no augura nada bueno para el próximo año. ¿Regresarán en 2016 las peores angustias existenciales de los alemanes?
Me hago esta pregunta no solo como periodista, sino también como un ciudadano alemán que recientemente regresó a su país después de más de un cuarto de siglo en el extranjero. Me pregunto si Alemania, que superó la vergüenza del Holocausto para renacer como una democracia liberal ejemplar, encontrará la fuerza necesaria para resistir, mantener la esperanza y seguir siendo acogedora.
Creo que todo el país se está haciendo la misma pregunta. Y hasta ahora las respuestas son variadas.
El año 2016 acaba de comenzar, y Alemania fue presa del terror frente a una serie de horribles noticias que desencadenó un debate muy emotivo sobre la crisis de los refugiados, sus causas, sus consecuencias y la forma de hacerle frente.
Colonia, ¿punto de inflexión?
Desde los chocantes acontecimientos de la noche del 31 de diciembre, los ánimos están alterados. En Colonia, una multitud de mil hombres, en su mayoría del norte de África y otras partes del mundo árabe, se vio involucrada en una alucinante serie de agresiones sexuales y robos colectivos durante las celebraciones la víspera de Año Nuevo. La policía, en un principio impotente para controlar el caos, optó por hacer como que no había pasado nada. Al momento de escribir, se han presentado al menos 766 denuncias, de las cuales casi 500 por violencia sexual. Presionado, el gobierno ha hecho rodar cabezas, prometió una ley más dura y anunció más presencia policial. Muchos temen que Colonia haya constituido un "punto de inflexión", el momento a partir del cual el apoyo a la "cita con la globalización" prometida para Alemania por el equipo de la canciller Angela Merkel ha fracasado.
Las turbulencias de los últimos meses han sacado a la luz, en Alemania, lo mejor y lo peor.
Comencemos por lo mejor, es decir, todas aquellas personas que, movidos por la convicción de que "ningún ser humano es ilegal", han acogido a los refugiados que huían de las masacres en Siria o en otros lugares con demostraciones de buena voluntad sin precedentes.
De ciudadanos comunes a activistas
Están las multitudes entusiastas, ingenuas según algunos, a las que vimos agolparse en las estaciones en septiembre para animar a los refugiados cuando el flujo era ya impresionante, con más de 20.000 llegadas registradas cada día. Están también todos esos ciudadanos "comunes" que espontáneamente comenzaron a cocinar en los centros de acogida, a donar ropa o a proporcionar atención médica gratuita. Están todos estos niños inmigrantes que jugaron a los intérpretes para los refugiados árabeparlantes, todos esos maestros jubilados que se pusieron a enseñar alemán, todas estas escuelas que transformaron sus gimnasios en dormitorios.
Si al gobierno quizás todo esto lo agarró por sopresa, miles de alemanes a los que nunca había pasado por la cabeza hacer activismo se organizaron, en las redes sociales o en asociaciones comunitarias, para paliar las carencias. En Berlín, ante el siniestro centro de registro de refugiados de Lageso donde las desesperadas familias debían hacer cola bajo la lluvia durante días, he visto jóvenes desempleados pasar con carritos para distribuir botellas de agua y bananas. Decían que tenían el tiempo, y que era lo que había que hacer. Para ellos, la imagen del cuerpo del pequeño Aylan en una playa de Turquía representó mucho más que una triste noticia entre muchas otras.
Eso es lo mejor, y espero que esta ola de comportamientos positivos persistan. Pero también está lo peor, e incluso lo peor aún.
Porque también hemos sido testigos en Alemania de un aumento de la xenofobia y del fortalecimiento del partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD), cuya retórica del estilo de "Ninguna mezquita en mi barrio" se parece a la del Frente Nacional francés o a la del estadounidense Donald Trump. Los últimos sondeos le atribuyen a este último en torno al diez por ciento de la intención de voto. Angela Merkel, que lucha por promover soluciones en el ámbito europeo para reducir el flujo de inmigrantes, puede alegrarse de que las próximas elecciones nacionales no se realizarán hasta finales de 2017, más allá de que se enfrentará a varias elecciones regionales en marzo.
Terror neonazi
Pasemos a lo peor aún. Yo calificaría esto como una ola de terror neonazi, un fuerte recrudecimiento de las palizas a extranjeros y de incendios de centro de acogida de migrantes cuyas fachadas se encuentran a veces tapizadas con pintadas de esvásticas. Todo esto mientras el flagelo de la extrema derecha se propaga a gran velocidad en las redes sociales y en la calle.
El 9 de enero, yo estaba en Colonia para cubrir una manifestación de Pegida contra la "yihad de género" y "violadores refugiados" de lante de la catedral gótica, emblema de la ciudad y herencia cristiana de Europa, cerca de la cual ocurrió la ola de ataques de la noche del Año Nuevo. Pegida es el acrónimo de Patriotische Europäer gegen die Islamisierung de Abdendlandes ("Europeos patriotas contra la islamización de Occidente"). Este movimiento, cuyo nombre remite a la imaginería medieval de las cruzadas, surgió en Dresde, en la antigua Alemania Oriental comunista, una región todavía a la retaguardia económica en comparación con el oeste y donde no existe ninguna tradición de inmigración a gran escala.
"Prensa mentirosa, te romperé la cara"
Cubrir una manifestación de Pegida supone sumergirse en una multitud hostil, que considera a los periodistas agentes de la elite político-mediática que ha traicionado al país entregándolo a los invasores extranjeros bajo el argumento de la multiculturalidad. Uno de sus eslóganes es "Luegen-Presse, auf die Fresse!", que puede traducirse como "prensa mentirosa, te romperé la cara".
En Colonia, la manifestación finalizó con enfrentamientos entre policías y extremistas gritando su "¿Dónde estabas la noche de Año Nuevo?". Botellas de cerveza contra gases lacrimógenos. Al día siguiente, los ataques racistas estallaron en la ciudad. En uno de ellos, veinticinco individuos se lanzaron en la búsqueda de un hombre africano que aparentemente se cruzaron al azar en la calle. La víctima terminó buscando refugio con un grupo de seis paquistaníes, y la horda de atacantes los golpeó a todos con puños y patadas.
¿Por qué los neonazis alemanes?, me preguntan a menudo. Como alemán que fue testigo de la caída del Muro de Berlín en su televisión de un suburbio de Sydney, mi respuesta es generalmente: "Es complicado...".
No pretendo justificarlo y ni siquiera entenderlo, lo que puede pasar por la mente enferma de una persona que prende fuego a un edificio donde duermen niños, o que persigue a alguien en la calle con un bate de béisbol por el color de su piel. Supongo que algunos han escuchado demasiadas historias de la guerra de la boca de sus abuelos. Otros pueden ser atraídos por el deseo de romper uno de los últimos tabúes de la sociedad alemana. Pienso también que el odio y la violencia, en casi todos los casos, tienen sus raíces en el miedo. La terrible historia de Alemania está ahí para testificarlo.
Vergangenheitsbewaeltigung
En las escuelas alemanas, en política, en los medios y en las artes, el Holocausto se ha abordado con honestidad y en profundidad durante décadas. Hay en alemán una palabra de ocho sílabas para describir esto: Vergangenheitsbewaeltigung, cuya traducción más aproximada sería "superar el pasado". La lección fundamental de este proceso de introspección tiene dos palabras: Nie wieder, "nunca más".
Cuando me fui de Alemania en 1985, mi país estaba dividido en dos por una Guerra Fría que parecía que jamás se terminaría, no había más que tres canales de televisión y yo escuchaba la exitosa "99 Luftballons" de Nena en vinilo. No había Internet, ni Skype ni teléfonos móviles.
Guerras lejanas y apocalipsis climático
Hoy en día tenemos cientos de canales de televisión y un sinnúmero de canales de YouTube. Los últimos vestigios del Muro de Berlín son una atracción turística, yo tengo 45 años y tengo que buscar en Google para saber qué canción está en la cabeza del ranking esta semana. Vivimos en un mundo interconectado de siete mil millones de personas y apenas tenemos una noción de los sistemas ultracomplejos que gobiernan nuestras existencias, de los microprocesadores a las cadenas de suministro microprocesadores pasando por las transacciones bursátiles de alta frecuencia. Somos bombardeados con información sobre guerras lejanas y profecías del apocalipsis climático que prometen aumentar más y más aún el flujo de refugiados.
Si la extrema derecha se ha vuelto tan poderosa a lo largo de Europa, tiendo a pensar que es porque muchas personas están profundamente perturbadas por la velocidad de todos estos cambios. Para algunos, los que están en la parte de arriba de la ola, la globalización significa sushi en el almuerzo, un puesto de trabajo en el extranjero y un estilo de vida cosmopolita y nómada. Pero para otros, es un trabajo perdido por culpa de la deslocalización en un lugar lejano o a prestaciones sociales que desmejoran. Los cambios les dan miedo porque temen que las cosas empeoren más, y algunos se ven tentados a embarcarse en las causas más odiosas o violentas. Ciertamente, los alemanes les dirán que, contrariamente a lo que ocurre en otras democracias de Europa, ningún partido de extrema derecha superó nunca aquí el cinco por ciento de los votos, que le permitan tener representación en el parlamento. ¿Esto durará? En todo caso, yo espero que sí.
Como periodista, voy a seguir cubriendo esta crisis de refugiados en todos sus aspectos: lo bueno, lo malo y lo todavía más malo. Deseando, como ciudadano, que el miedo y el odio no prevalezcan, que la Alemania estable y próspera sepa castigar los delitos sexuales, racistas y de cualquier tipo sin distinguir entre quienes los cometen, así como albergando en su tierra a todos los seres humanos que tienen desesperadamente la necesidad. Como dice el joven con su carrito, esto es lo que corresponde hacer.
Frank Zeller es un periodista de la AFP en Berlín. La versión original de este post es en Inglés).