Tres días tras las huellas de "El Chapo"

Una imagen de la Santa Muerte, la patrona pagana de los delincuentes en México, rodeada de vidrios rotos tras un asalto de la Marina en un rancho en el estado de Durango, región donde se sospechaba que se escondía “El Chapo”, el 18 de octubre de 2015 (AFP / Ronaldo Schemidt)

TAMAZULA (México), 23 de octubre de 2015 – El intenso sol calienta desde hace unas horas nuestro Jeep con vidrios polarizados. Al acecho de hasta el más mínimo sonido extraño en el pacífico paisaje de las montañas del “Triángulo de Oro” de la droga mexicana, recorremos pocos kilómetros pero enfrentamos miles de obstáculos. El barro, las abruptas pendientes en el camino y los inmensos baches en la “ruta” montañosa nos someten a una dura prueba desde hace más de tres horas.

Llegamos a esta región aislada y desolada del estado de Durango porque es aquí que, según sus habitantes, helicópteros de la Marina mexicana habrían baleado techos de casas y vehículos civiles el 6 de octubre. 

Esta “persecución” se desarrolló durante una operación para atrapar a Joaquín "Chapo” Guzmán, el poderoso capo de la droga fugitivo desde su espectacular huida de una prisión de máxima seguridad en julio pasado. Las autoridades confirmaron el operativo, pero desmintieron los ataques a la población.

El capo narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo” es exhibido ante los medios en Ciudad de México después de su detención en febrero de 2014 (AFP / Alfredo Estrella)

Habían pasado más de seis días desde que ocurrieron los hechos cuando llegamos al lugar. Seiscientas personas se refugiaron en Cosalá, la ciudad más cercana. Por suerte llegamos en el momento en que una decena de familias recibía ayuda en un albergue temporal de la municipalidad. Sus relatos eran similares: huyeron  de la “lluvia de balas” de helicópteros de la Marina. Aterrorizados, nos contaron que no querían volver a sus casas por el momento pero que estaban preocupados por su ganado, sus ranchos y por todo lo que dejaron atrás.

Al día siguiente, hicimos una recorrida por Cosalá de familia en familia, para encontrar a alguien que se arriesgara a acompañarnos a la zona montañosa. Para guiarnos, pero también  para verificar el estado de las viviendas abandonadas desde los ataques.

Una familia mexicana desplazada por los enfrentamientos vinculados a la búsqueda de El Chapo espera una distribución de alimentos en una casa temporal de Cosalá, en el estado de Sinaloa, el 17 de octubre de 2015 (AFP / Ronaldo Schemidt)

Después de varias horas de búsqueda, Felipe se nos acercó, advertido por otros desplazados. Él quería ver en qué estado se encontraba el rancho de su primo y era un conocedor de la montaña, en la cual nació. Después de haber pintado “PRENSA TV“ en todos los vidrios de nuestro Jeep, comprado una reserva de agua potable y colocado nuestros chalecos antibalas al alcance de la mano, partimos hacia las montañas del “Triángulo de Oro”.

Cada vez que la señal de celulares volvía, mandábamos nuestra posición GPS a la oficina de Ciudad de México. Cuanto más avanzábamos, menos indicaciones claras nos daba el mapa.

A bordo, el ambiente era tenso. No nos cruzamos con nadie durante el trayecto rocoso a excepción de una camioneta estacionada en el costado de la ruta. Estábamos solos en la Sierra Madre Occidental, sin señal, en medio del bello territorio donde se lleva a cabo una despiadada caza para capturar al jefe del poderoso cartel de Sinaloa.

“El Chapo” se fugó en motocicleta la noche del 11 de julio a través de un túnel de 1,5 kilómetros que conectaba el piso de la ducha de su celda con una casa en construcción;en medio de un campo cerca de la prisión del Altiplano.

Después de cerca de tres horas de camino, llegamos a un portón de madera amarrado con cadenas de alambres de púa: la entrada de una de las propiedades que habrían sido atacadas por las fuerzas gubernamentales. El campo, una casa baja, una camioneta, un cerco de ganado y algunas estructuras de almacenaje formaban toda la propiedad.

El parabrisas de la camioneta estaba repleto de balazos. Fragmentos de vidrio en el suelo se mezclaban con una pequeña imagen de la “Santa Muerte”, una “divinidad” pagana rechazada por la mayoría de las iglesias pero conocida por ser venerada por los delincuentes mexicanos. El techo de chapa de la casa dejaba ingresar la luz por los agujeros de los impactos de bala, directamente a la habitación donde dormía Heraclio, su mujer y su beba de cuatro meses que debieron huir precipitadamente la semana pasada.

Continuamos nuestro vertiginoso ascenso lleno de baches hacia el rancho “El Limón”, el más afectado por el ataque de la Marina, según los testigos que entrevistamos. De bifurcación en bifurcación, Felipe nos indicaba el camino. Él conocía todas las propiedades que atravesamos.

Una camioneta quemada en el rancho Comedero Colorado (AFP / Ronaldo Schemidt)

Frenamos brevemente en la propiedad “Comedero Colorado”. La noche anterior, habíamos entrevistado a los dueños del lugar, Inés y Gonzalo, que nos contaron cómo debieron huir en medio de las balas hacia el bosque montañoso, caminando cuatro días sin comida ni agua con su bebé hasta Cosalá. Nos contaron que su camioneta fue incendiada durante la operación de la Marina. Una pickup calcinada estaba, efectivamente, en la entrada de su casa. El olor a quemado aún flotaba en el aire. Las ruinas estaban repletas de balas de pequeño calibre y de agujeros de hasta una decena de centímetros de diámetro.

Nos nos demoramos más. Aún nos quedaban unas horas del día para llegar a “El Limón” y volver a Cosalá.

Pinchamos, pero los neumáticos del Jeep son sólidos, la pinchadura era pequeña y deberíamos poder volver antes de entrada la noche sin tener que cambiar una enorme rueda en el medio de la nada de esta peligrosa zona. A unos cuarenta kilómetros, la ruta estaba bloqueada por tres troncos de árboles y varios rastrillos. A unos cien metros, unos militares nerviosos nos gritaron:

- ¿Quiénes son ustedes? ¡Bajen del vehículo!

El fotógrafo Ronaldo Schemidt bajó, con su acreditación de periodista en una de las manos levantadas. "¡Prensa, prensa!", grita. "¡Somos dos hombres y dos mujeres, periodistas. Bajamos!".

Bajamos del coche nosotros también, justo a tiempo para ver que uno de los soldados nos estaba apuntando.

Árboles usados como barricada colocada por la Marina mexicana en la entrada del rancho El Limón (AFP / Ronaldo Schemidt)

Era comprensible la reacción de estos militares que, en una remota zona montañosa, buscan a uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo. Pero de todas formas nos pusimos un poco nerviosos: durante dos días hemos recogido varios testimonios que dan cuenta de ataques perpetrados contra la población civil por estos mismos militares, y hemos visto en la zona decenas de impactos de bala que parecen acreditar esta versión. No podemos decir que realmente estemos en peligro de muerte, pero está claro que en este tipo de situación, una palabra, un gesto, puede calmar a los soldados que tienen su dedo en el gatillo, o al contrario, pueden ser interpretados como una provocación.

Mantuvimos nuestras manos arriba durante unos minutos. La escena era digna de una película de acción. De un lado, tres periodistas y un "fixer" con los brazos arriba; del otro, tres militares con sus armas de asalto. Siguieron las negociaciones de rigor.

"Que uno solo se acerque. Acreditación en la mano".

Controlaron la identidad, requisaron el vehículo. Finalmente, un oficial llegó, con su rostro sin cubrir, a diferencia de los otros, y una cámara go-pro en la mano. "No podemos darles ninguna información", dijo. "Este lugar está bajo la autoridad de la Marina de México".

Yo tenía mi cámara en el hombro, pero estaba apagada. El fotógrafo respondió al oficial: "Si ustedes nos graban, nosotros también los vamos a grabar!".

Con una sonrisa de arrepentimiento, el oficial Alegría dejó su go-pro. No se le ocurrió qué decir, incluso fuera de cámara. Sólo atinó a decirnos que no estábamos en el rancho "El Limón", sino en otro que se llama "El Durazno". "Su guía puede confirmárselo. Aquí es otra finca". Felipe no dijo nada. Más tarde nos confirmó que el camino por el que íbamos nos conducía a "El Limón", pero en el momento no se atrevió a contradecir al militar, que aprovechó su silencio para ir preguntar a sus superiores qué hacer con nosotros.

Un automóvil acribillado a balazos en el rancho El Águila (AFP / Ronaldo Schemidt)

Durante su ausencia, sacamos del coche nuestra maleta-satélite para poner al tanto a la oficina de nuestra posición, pero también y sobre todo, para mostrarle a los militares que no estábamos solos tirados en el medio de esta zona montañosa, en una región donde, según dicen, el "Chapo" y sus secuaces son los amos absolutos.

Tras haber discutido con su comandante, los soldados volvieron, con sus rostros cubiertos. El oficial Alegría aún tenía su cámara en la mano. “Necesito grabarme diciéndoles que el acceso les está prohibido”, nos explicó. Con mi propia cámara siempre en el hombro, le respondí que mi trabajo es también obtener una declaración oficial.

“Si usted nos debe grabar, yo también debería grabarlo a usted. Así todos quedan satisfechos: usted tiene la prueba de haber hecho su trabajo y yo obtengo una declaración oficial de las autoridades”.

Una vez más, Alegría bajó su cámara. “Dejémoslo así, es mejor”.

La Sierra Madre Occidental el 18 de octubre de 2015 (AFP / Ronaldo Schemidt)

No nos quedó más remedio que volver atrás. Nuestra rueda pinchada daba muestras de fatiga cada vez más evidentes, pero no podíamos detenernos. Cada minuto del día contaba. Tres horas y media más tarde, estábamos de regreso en Cosalá, justo antes del anochecer.

De vuelta en el hotel en la pintoresca ciudad, con los huesos adoloridos por haber pasado la jornada saltando sobre baches, enviamos nuestros textos e imágenes, aliviados de haber podido volver sin demasiados inconvenientes.

No pensamos en ningún momento que teníamos una primicia. Ciertamente, éramos el único medio internacional en el terreno en ese momento. Pero la intervención militar había tenido lugar una semana antes y eso en términos periodísticos es una eternidad.

No nos imaginamos el impacto que nuestro reportaje iba a tener al día siguiente en los medios mexicanos y de todo el mundo.

Cartel de búsqueda de El Chapo en un muro en Ciudad de México en julio de 2015 (AFP / Yuri Cortez)

Sólo al despertarnos, al día siguiente, supimos que habíamos sido los únicos periodistas que fueron a ese punto remoto de la montaña. Que fuimos los únicos en tener pruebas visuales del presunto ataque de la Marina sobre las granjas civiles de la Sierra Madre. Y que fuimos los únicos, o al menos los primeros, que nos acercamos a El Limón, sin resolver no obstante el misterio que rodea esta granja y cuyo acceso fue bloqueado por los militares.

El Chapo sigue fugitivo. Las montañas están bajo vigilancia del ejército y los lugareños todavía no han podido volver a sus casas. El equipo de AFP volvió a la capital, tal vez con lo que se puede calificar como una primicia, pero también con más preguntas que respuestas. ¿Qué pasó en El Limón? ¿Dónde se esconde El Chapo? ¿Cuál es el secreto que guarda la Marina tan cuidadosamente en lo más recóndito de las montañas de Durango?

Espero que lo sepamos en una próxima misión.

Daphné Lemelin es reportera de video en la oficina AFP en Ciudad de México.

Máscaras con el rostro de El Chapo en una fábrica de disfraces Jiutepec en el estado de Morelos, el 16 de Octubre de 2015 (AFP / Ronaldo Schemidt)