Llueve fuego en Donetsk
Por Simon VALMARY
DONETSK, Ucrania, 11 de febrero de 2015 – En Donetsk el sonido de explosiones es una constante, es como el ruido de fondo. Artillería pesada, morteros, cohetes: luego de nueve meses de lucha, los residentes de la ciudad controlada por los rebeldes prorrusos pueden reconocer la mayoría de los diferentes tipos de explosiones, pero sin saber, muchas veces, quién está bombardeando a quién. Los civiles hacen su mejor esfuerzo para continuar con sus rutinas diarias a pesar de que estas bombas pueden caer de cualquier lugar, en cualquier momento, dejando cadáveres regados en las aceras.
Durante los últimos dos meses, AFP ha mantenido dos equipos de reporteros en esta parte del este ucraniano: uno junto a las fuerzas del gobierno, y el otro en el lado de los separatistas. Formo parte del segundo equipo, junto con el fotógrafo Dominique Faget, un periodista de vídeo local independiente, un productor local y un chofer.
Dominique y yo vinimos desde París, para una pauta que debería durar algunas semanas. Cada mañana nos reunimos para analizar lo que ha ocurrido la noche anterior y planificar el día que tendremos por delante. Viajamos en el mismo automóvil, y estamos juntos todo el día, cada día.
El 30 de enero, escuchamos que los morteros habían golpeado el Palacio de Cultura de Kuibyshev, el cual estaba siendo empleado como un centro de distribución. Nos pusimos nuestros chalecos antibalas y partimos en seguida. Pero en el camino, nos encontramos con un trolebús parado en el medio de la calle, y con dos cuerpos tendidos en la vía, boca abajo, en charcos de sangre. Los investigadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) estaban en la escena, tomando fotos y mediciones.
Nos detuvimos. La situación era tensa, sabíamos que no podríamos quedarnos por mucho tiempo allí. Comencé a buscar residentes de la zona para entrevistarlos mientras Dominique y el reportero de vídeo tomaban fotos de los cadáveres en la calle y de lo que quedó del trolebús. El ataque, me dicen, había ocurrido una hora y media antes. En la entrada de un edificio cercano, me acerco a un grupo de vecinos, que como es frecuente aquí, acusan a la prensa de no decir la verdad. Le explico a un hombre que estoy aquí para describir lo que veo. “Entra entonces”, me dice, invitándome a subir a su apartamento con su familia.
Su esposa me muestra una cama rodeada de osos de peluche, debajo de una ventana que fue destruida por una explosión. El niño de cuatro años no resultó herido en el incidente, pero desde entonces duerme en un refugio antibombas. “Desde hace una semana, la situación ha ido empeorando. Esto es a diario. Comienza en la mañana y continúa hasta que oscurece”, comenta la abuela del niño. “Le decimos al pequeñín que son fuegos artificiales”.
Justo en ese momento, escuchamos el ruido de fuertes explosiones afuera. Mi teléfono comienza a vibrar. Es Dominique, atiendo pero no escucho nada de lo que dice. Conozco a Dominique, él ha estado cubriendo conflictos por más de 30 años, y no llamaría sin un motivo. Es momento de salir de aquí.
La mujer continua hablándome. “¿Qué vamos a hacer?", repite una y otra vez. A diferencia de nosotros, huir no es una opción para ella. Por respeto, escucho lo que tiene que decir, tomando nota de sus palabras con mucho cuidado, especialmente ahora que sé que serán las últimas que voy a obtener aquí. El teléfono vuelve a vibrar en mi bolsillo. Me tengo que ir. Escribo el nombre de la mujer, le agradezco y vuelvo a la calle. “Vámonos de aquí”, me dice Dominique.
“Cuando escuché el primer silbido sobre mi cabeza, hice lo mismo que todos los que estaban a mi alrededor, me lancé al suelo”, me contó después Dominique. “Ni pensé en tomar una foto. Cuando la segunda bomba voló sobre nosotros, me enderecé un poco para capturar a los transeúntes que estaban refugiándose detrás de una pared con sus manos tapando sus oídos. No hace falta decir que en una situación como esa, tienes miedo”.
Al volver, descubrí sus poderosas imágenes de residentes apavorados corriendo en todas direcciones, tratando de encontrar un lugar para protegerse como quiera que fuese posible de la última descarga de morteros.
Los bombardeos son totalmente impredecibles. A veces, cuando nos desplazamos en barrios residenciales, escuchamos morteros lanzados desde muy cerca. Como en muchos conflictos, las armas son dispuestas en áreas pobladas. Y cuando el enemigo responde, inevitablemente hay víctimas civiles.
Es imposible saber de donde vienen los incesantes bombardeos. Los combatientes separatistas, patrullando las calles con sus rifles kalashnikov, acusan a las fuerzas ucranianas, que están bombardeando el aeropuerto a pocos kilómetros de distancia, o a los “saboteadores” ucranianos, exmiembros de los servicios especiales de Kiev que son acusados de aterrorizar a la población civil.
De cualquier manera, es fácil imaginar que parte del fuego viene de los mismos separatistas, siendo que ellos también han estado usando los lanzacohetes soviéticos Grad, con una mira particularmente imprecisa. Cada lado, invariablemente, culpa al otro por los ataques.
El continuo ataque, que sigue entrada la noche, es impresionante al comienzo. Luego te acostumbras. Necesitas estar consciente del peligro, sin obsesionarte con el tema. A veces, también necesitas contar con tu buena estrella. Otro día estábamos en la línea del frente, cerca de Debaltsevo. Luego de reunirnos con combatientes separatistas en una zona residencial, fuimos a un refugio antibombas con algunos vecinos.
Apenas salimos, vimos que el lugar donde habíamos estado 20 minutos antes había sido blanco de un fuerte bombardeo. Tuvimos suerte, pero es mejor no detenerse mucho tiempo a pensar en eso, de lo contrario el miedo te paraliza.
También nos decimos a nosotros mismos que con nuestros cascos y chalecos antibalas, y con la perspectiva de volver a casa pronto, estamos infinitamente mejor que los civiles que vemos a nuestro alrededor. Corremos riesgo real, pero es temporal. Mucho después de que nosotros nos vayamos, ellos pasarán largo tiempo intentando continuar con sus vidas, aventurándose en las calles con la esperanza de no terminar boca abajo, asesinados por una bomba disparada a ciegas de cualquier lugar.
Simon Valmary es un periodista de la AFP, en París.